Un envase noble que hoy sufre el injusto descrédito de los consumidores. La culpa la tiene un grupo de inescrupulosos empresarios que hicieron un verdadero desastre en los ‘80. Es hora de volver a poner las cosas en su lugar. ¡Viva el vino en damajuana!
Hemos sido injustos con la damajuana. Contra lo que dicen algunos respecto de que lo “bueno viene en frasco chico”, hay que decir que no siempre es así. Y mucho menos en gastronomía. En este caso, puede que a veces sea así, y en otras puede que no. Baltasar Gracián decía que “lo bueno si breve dos veces bueno” (mayores de 50 años recuerden al diario El Mundo, donde aparecía esta máxima en su tapa). Con los vinos pasa algo parecido. En mi casa paterna, por ejemplo, se compraban las damajuanas de La Quebrada, y también un tinto fortachón desde La Rioja. Uno mismo, durante mucho tiempo las tuvo olvidadas, hasta que en el año 2001 comencé a frecuentar Cafayate, y más específicamente la casa siempre abierta de Palo Domingo. Para mi sorpresa, el dueño de casa sacó de la heladera una botella de Torrontés sin etiqueta y me dijo: “Este es nuestro Torrontés de damajuana, probalo”. Yo lo conocía, por supuesto, y me gustaba, y me sigue gustando. Por ejemplo, el otro día fui al Fortín Salteño, en Saavedra, y la mejor opción y más económica por supuesto, fue una jarra de Torrontés de Domingo Hermanos (el de damajuana). En El Salteño, un bolichón simpático al que van los médicos del Hospital Italiano, sobre la calle Gascón, no me quisieron develar la marca del vino de la casa, pero seguro que no era un DH, así que opté por el blanco regional (que es el mismo de la damajuana pero en botella). Una pinturita.
Volviendo más arriba, si el dueño de la bodega toma ese vino, no será porque quiere ahorrar dinero ni mucho menos. Y debo decir entonces, que es un vino que viene en envase grande pero con un corazón enorme.
Las damajuanas de la Bodega Domingo Hermanos, de Cafayate, son un clásico que ya supera a su región de origen. También se consiguen en Buenos Aires.
Salta en general, y Cafayate en particular, son lugares donde uno puede comer excelentemente y por poco dinero. Además, uno pide el vino de la casa y siempre le traen a la mesa una jarra de Domingo Hermanos(sí, el de damajuana). Un negocio redondo para el comensal. Los Domingo (padre, madre y los tres hijos) comenzaron su aventura con los vinos de alta gama allá por el año 2000. La culpa de su amistad la tiene Jorge Martínez, que audaz como es nos llevó por primera vez cuando todo estallaba y caía De la Rúa, pero en Cafayate parecía que estábamos en otro país. Hay que decir que más allá de que hoy han construido una nueva bodega, Domingo Molina, nunca renegaron de las damajuanas, el alma máter de su negocio en el cual son líderes absolutos del mercado del centro del país para arriba. No les da vergüenza decirlo, porque estas damajuanas son un clásico en la Argentina.
Muchos me preguntan dónde se puede comprar en Buenos Aires. Y bueno, hay que ir a la Avenida Juan B. Justo 7602(Tel.: 4672-3696) por la zona de Floresta, y encima llevar los envases o pagarlos hasta poder devolverlos. Pero de todas maneras, lo que vale es la relación precio-calidad, y ésta resulta imbatible. Estos vinos vienen en damajuana y son infinitamente superiores a los tetra, a botellas de tres cuartos y algunas también que cuestan de $ 80 para arriba y son termovinificados, “chipsados” mal y otras yerbas.
Hay que recordar que el negocio del vino en damajuana tuvo en la Argentina un cimbronazo muy fuerte en 1993, por culpa de empresarios inescrupulosos. Los tristemente célebres Soy Cuyano y Mansero, de la bodega sanjuanina Torraga, mataron a 25 personas. Allí el consumo se fue en caída libre, a punto tal que en dos décadas bajó de 9 millones de hectolitros a sólo un millón. Pero esto sirvió también para “limpiar” el mercado; hubo mayor control y en el negocio quedaron los que hacen cosas dignas, aunque siempre haya excepciones que confirman la regla. Dicen que quien compra damajuanas es el que toma vino todos los días en su casa. Hay que tener en cuenta que mayoritariamente los argentinos tomamos vinos de bajo costo, pero muchas veces (las más) se trata de engendros intomables. Por eso reivindicamos a la damajuana, que no ha muerto ni mucho menos, sobrevive con dignidad y lo seguirá haciendo porque vale lo que cuesta.
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