MasterChef Celebrity tienen buen rating. No vamos a cuestionar el programa por ese lado. Pero lo que ocurrió anoche fue hilarante. Por una parte, dos de los jurados cortaron la pasta (pecado total) y un participante fue descalificado por servir los fideos con la mano. Más berretas no pueden ser.
Uno a esta altura se pregunta: ¿por qué cocineros de prestigio, más allá de su vedetismo, se prestan a esta farsa? Hay dinero de por medio, indudablemente. La fama vende y más ahora que el negocio gastronómico está en cuarentena. ¿Pero hace falta conducir este reality berreta cuando hay toda una trayectoria detrás? Todo hombre tiene su precio, dice un conocido refrán, pero parece que al trío de jurados los convencieron con facilidad.
Con la cuchara tampoco.
No crean que el francés está ausente porque no lo llamaron. Él mismo declaró que no pudo arreglar su cachet. Quién te ha visto y quién te ve. El mismo chef que vio fundir su restaurante y hoy da consejos de cómo tener éxito en gastronomía.
Como malo lo reemplaza Martitegui, el único de los tres que hace alta cocina. No hace falta que además de criticón sea tan agresivo con su sonrisita falsa. Pero bueno, allá los participantes que como son celebrities de cabotaje cobran su buen cachet por estar ahí dando pena. Y por tanto, soportan que los bardeen y los humillen.
Ya nos imaginamos al Turco García (a quien lo calificó como "Turco en la neblina", reaccionando frente a la fingida agresividad de Martitegui, el mismo que se enoja cuando uno dice que no es el mejor chef de la Argentina, lo que no es igual que asegurar que es pésimo lo que hace. Pero le tocan el ego y sonaste.
Donato es el mejor de todos en escena. Un maestro que domina la platea, el público, las cámaras, todo. Lejos el más hábil para la televisión. Pero siempre está por eso mismo. Habrá que decir que es el menos criticable de todos. Aunque lo vemos por ahí tomando una cuchara aunque sea para servir el plato.
Martitegui, con el cuchillo en la masa.
Y Betular es un gran pastelero, devenido en chef ejecutivo del Hyatt, que también ha tenido su golpe de suerte al ser llamado para participar de estos realities.
Confesamos que no podemos ver el programa en su totalidad. Y eso que hacemos un gran esfuerzo. Pero haciendo zapping uno encuentra cosas muy bizarras.
Como una tal Belu (si es una celebrity debe ser que nosotros no consumimos tele de chismes, porque no sabemos quién es), confundió cilantro con perejil, pero igual la llenaron de elogios.
Pero esto no fue lo peor de la noche, sin dudas. Un tal Nacho Sureda, a quién tampoco registramos, fue eliminado porque sirvió la pasta con las manos. Más ordinario y antihigiénico imposible.
Cortando pasta.
Y tampoco fue lo peor de la noche. Cómo entender sino que dos de los jurados, al momento de probar varios de los platos, no tuvieron empacho en cortar los fideos frente a cámara (obvio que no fue Donato). En Italia por eso te desheredan. En el Restaurante Mauro.it el inefable Mauro Crivellin te echa tanto como si estuvieras poniéndole queso a la pasta con pescado.
No obstante todos contentos (y no por el restaurante chino que también cerró sus puertas por la cuarentena, sino por el rating que casi duplicó el de Lanata). En fin ahora que no tenemos fútbol, vemos una buena serie o una película y listo. Así evitamos hacernos mala sangre con este programa berreta.
Fetuccini por fettuccine, y cherry por cherries.
Un tal Nacho sirvió la pasta con las manos. Un plato anti COVID-19.
La prueba del delito, momento en que un participante sirve la pasta con la mano.
El 17 de noviembre, en el marco del Día de la Baklava, Restaurant Armenia comparte una receta tradicional y una historia que trasciende fronteras. Crujiente, perfumada y bañada en almíbar, la baklava es mucho más que un postre: es un símbolo de hospitalidad, memoria y encuentro.
En una esquina de Palermo, una casa de barrio conserva algo más que historia: guarda el espíritu de Reliquia, el restaurante creado por el chef Branko Vaccaro y la sommelier Julia Bottaro. Desde su apertura, el proyecto se propuso algo inusual: que la cocina no grite, sino que dialogue, y que el servicio conserve la calidez de lo familiar.