Allá lejos y hace tiempo, en 1992, el periodismo agropecuario nos llevó a un taller gráfico en San Telmo. Tiempos en los que no había tecnología sofisticada y había que hacer todo a mano. Por tanto, estábamos mucho más tiempo allí que en nuestra propia oficina.
Recuerdo como si fuera hoy, cuando mi amigo Fabián me dijo que en "la otra cuadra abrió una parrillita", que por qué no íbamos a almorzar. Eso fue el lunes 30 de marzo de 1992 (La Brigada había comenzado a operar el viernes anterior, el 27, la fecha en que hoy, los amigos de Hugo no podemos faltar porque estamos invitados, aunque no te avise).
Este año no pudo ser, ya que estábamos bastante lejos, en la fría Toronto, donde vive nuestra hija.
Pero esta vez no vamos a referirnos al aniversario sino al cumpleaños de su dueño. Hugo Echevarrieta entonces tenía 40 años, y su vida comenzaba a cambiar para siempre. Muy atrás había quedado ese joven llegado desde su Godoy Cruz natal, en busca de ganar un mejor futuro para él y para sus hijos Verónica y Pablo.
Había pasado por todos los estamentos en su anterior trabajo, una parrilla también de larga trayectoria, donde de bachero fue escalando hasta ser uno de los parrilleros más cotizados de la ciudad.
Leíamos hace pocas horas un comentario de Dante Liporace, en el que mencionaba por su onomástico a su mano derecha, Cristian Ojeda. Diciendo precisamente que había comenzado a trabajar como bachero y, sin haber estudiado en ninguna escuela con diploma, aprendió el oficio y hoy es un gran cocinero.
Pues bien, eso mismo le cabe como anillo al dedo a Hugo Echevarrieta. Llevar adelante un negocio gastronómico en este país durante tanto tiempo no es cosa fácil. Se aprende a los golpes y hay que levantarse una y otra vez. Nunca fue a la universidad ni le hizo falta.
Hugo es una máquina de laburar. Es "bolichero" de alma, como él mismo asegura. Siempre al pie del cañón. Hoy con su negocio de 32 años a cuestas, igualmente se lo puede ver todo el tiempo recibiendo a sus clientes, muchos de nosotros, sus amigos de tanto tiempo, como a nuevos comensales y turistas que se van fascinados con la ceremonia de cortar la carne con una cuchara. Y precios acordes al servicio que se presta. Sin más ni menos, que respeto por los clientes.
Debo comenzar que, cuando entré por primera vez a La Brigada, no era periodista gastronómico sino agrario.
Aún comía la carne a punto o pasada de punto, me gustaba el brasero aunque te dejara olor en la ropa y escupiera carbón a nuestro derredor. No conocía eso de que, a cada paso, te cambiaban los platos por otros calientes.
Y uno fue aprendiendo también en la universidad de la calle. Pronto le encontramos el gustito a la carne jugosa, nos sorprendíamos con ese pollo entero deshuesado que solo Hugo sabe preparar, con las impecables mollejas cortadas en finas láminas, con los chinchulines de chivito y de cordero, con las creadillas que aún no hemos encontrado en otro lugar.
Un episodio personal ocurrido en 1996, nos llevó a que Hugo -con su generosidad- fuera pieza fundamental en ayudar a paliar el peor momento de nuestras vidas, que afortunadamente tuvo un final feliz.
Como bien dice el tango "Preparate pal' domingo", que cantaba Carlos Gardel, "los amigos se cotizan en las buenas y en las malas".
La gastronomía, el periodismo en particular, nos ha dado grandes amigos y también conocimos gente que a uno no lo quiere porque no saben ni quieren aceptar las críticas. Entre los primeros, que por suerte son los más, está sin dudas Hugo Echevarrieta.
Feliz cumpleaños, amigazo. Los Fola te queremos mucho y nunca vamos a estar siquiera cerca de darte más de lo que recibimos. Sos un incasable laburador, un crack en lo que hacés y un resiliente, golpeado por la vida en algunas circunstancias pero que siempre salió a flote con hidalguía. Un ejemplo para los futuros gastronómicos, porque te convertiste de la nada en un exitoso empresario que no ha perdido la esencia del lugar de donde viene. Salud.
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