De eso no se habla

Gente pesada en los restaurantes

Viernes, 26 de agosto de 2016

Los mozos se llevan la peor parte porque están cara a cara con los clientes. Pero la bronca se traslada a la cocina, cuando un ignorante manda un bife de vuelta porque estaba muy poco cocido o una pasta al dente. O peor aún, inventa cualquier cosa para no pagar.

Escenario: mesa de al lado en un restaurante de pocos cubiertos y excelente nivel. Una mujer que habla por teléfono todo el tiempo y enfrente quien parece ser su hija, todo el tiempo con cara de amargada.

Que el pejerrey no, porque no me gusta. Que no quiero platos de la carta porque son muy elaborados. Que mejor un bife, pero que esté muy cocido. Pues bien, el bife llegó a la mesa bien cocido, lo más que se puede pretender. Pero ella no, "por favor que me lo cocinen más".

Para ese momento la carne ya estaba mutilada porque la fue cortando en pedacitos. Vuelve a la mesa, ya no cocido sino tipo suela de zapato. Y reaparece el sainete. El mozo, con paciencia santa, trata de no calentarse.

Entonces, ahí la chica dice que le traigan el pejerrey que había comido su compañera de almuerzo. Llegado el emperador del río y de la laguna a la mesa, y aparece el problema de las espinas. ¿Es un pescado no? Alguna pequeña espinita se puede escapar a la visión del cocinero.

Bien, la niña comió un poco, siempre con cara de asco, mientras la otra seguía dándole al celular. Uno se pregunta entonces por qué no la llevaron a un fast food y punto y aparte.

Otra vez, en una parrilla, una pareja comenzó a quejarse porque la carne estaba dura. Discusión va, discusión viene, la comieron igual pero lograron que el encargado, para sacárselos de encima, no les cobrara.

Muchas veces somos testigos involuntarios de episodios como éstos que mencionamos. Nos dan vergüenza ajena.

Una vez, comiendo en un lugar de pastas cuyo nombre nos reservamos porque el lugar es bueno y esto le puede pasar a cualquiera, vimos desfilar por la mesa una cucaracha bastante voluminosa.

Hecha la queja al dueño, éste decidió no cobrar la comida, ni aun insistiendo que lo hiciera. Se aclara que el buen señor nunca se enteró que había un periodista comiendo. Ni se enterará nunca, seguramente.

Otra historia es la de los vinos. Ahí es poco lo que puede hacerse cuando un frívolo quiere darse cortes de entendido frente a su novia y le dice al sommelier que el vino está malo, que se lo cambie.

Hay razones muy bien especificadas para justificar la devolución de un vino. ¿Pero qué hacer si el cliente insiste aun no teniendo razón? Por lo general se le cambia, pero si la botella es vieja y tiene muchos años de guarda, uno tiene que saber que corre un riesgo.

Cosas que pasan en un restaurante. Como cuando en un lugar de cocina de autor, el comensal le pide al chef que no le punga un ingrediente o que le modifique la guarnición. Inaceptable. Para eso andá a un comedero chino de precio fijo.

Pero como para demostrar que del otro lado del mostrador también pasan cosas insólitas, contamos esta anécdota: en una cantina de barrio ya desaparecida, el cliente reclama porque el plato de pasta tenía aromas a rancio, quizá por el aceite de mala calidad utilizada. El dueño del local (sabemos que lo era por ser habitúes de la casa), dice: "no puede ser". E ipso facto, toma el tenedor y prueba sin pedir permiso los spaghetti del cliente y tras saborearlos, afirma: "están buenos, comételos".

Pero más allá de episodios como el que contamos, los clientes son los que dan la nota y quienes están al frente de un restaurante (más aún los mozos) tienen miles de anécdotas para contar. Muchas veces, dan ganas de tomar al pesado de los hombros y sacarlo del local, pero el temor al escándalo supera todo. Se arman de paciencia hasta que el cliente se va, esperando que no vuelva nunca más.

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