De la alacena a la biblioteca

Cocina Gallega con Toques Porteños

Lunes, 16 de mayo de 2016

A tono con el estilo de su restaurante Morriña Porteña, el autor habla de su nueva obra, recientemente presentada en la Feria del Libro. Forma parte del “Proyecto de Integración Compostelana Porteña”.

Hubo un tiempo en que los recetarios no existían, pero sí las recetas que se transmitían de manera oral. Sin embargo, los viajeros atesoraban en la memoria platos desconocidos que habían degustado en países lejanos.

En tiempos en que no había cámaras fotográficas o de video, mucho menos móviles inteligentes, los peregrinos al sepulcro del Apóstol Santiago el Mayor, al Finisterre del mundo conocido, llevaban como testimonio de su viaje una gran concha de vieira, la venera que se transformó en símbolo del Camino y cuna de la Venus de Botticelli (compinche de Leonardo en sus correrías gastronómicas).

Heródoto describió recetas y Plinio, viejo y joven, también. Homero hizo una estupenda descripción de asado a las brasas. Arquestrato viajó probando todo tipo de platos, y dejó poético testimonio de sus andanzas por mesas ajenas.

En fin, en los libros sagrados y en las leyendas, en la mitología de todos los pueblos, se deja constancia de los alimentos básicos, los manjares propicios para dioses y héroes. Apicio, que seguramente no era cocinero, pero sí bon vivant y acaudalado patricio romano, regaló a la posteridad una buena colección de recetas.

En la Edad Madia, se publicaron recetarios firmados por cocineros de la nobleza o el alto clero, destinados en general a los integrantes de la cofradía cocineril, ya que el pueblo llano ostentaba un alto nivel de analfabetismo.

MANUEL CORRAL VIDE, AUTOR DE ESTA NOTA, PRESENTÓ EN LA FERIA DEL LIBRO SU ÚLTIMO LIBRO: "COCINA GALLEGA CON TOQUES PORTEÑOS".

Poco a poco, coincidiendo con la Revolución Francesa y el acceso de la burguesía al poder, los cocineros profesionales publican sus recetas. Son libros dirigidos a quien sabe algo del oficio, donde las medidas, pesos y detalles precisos de elaboración, suelen estar ausentes.

Más tarde, se suman a las recetas de cocina consejos para el hogar, desde fórmulas para determinados enfermos, formas de eliminar manchas, tinturas para el cabello, cosméticos caseros, o afrodisíacos.

Ya en el Siglo XX, se añaden cuestiones de protocolo, maneras de recibir invitados, poner la mesa, estar divina para atender al esposo (todavía se consideraba que solo la mujer cocinaba en la casa). En la Argentina, el Libro de Doña Petrona es un buen ejemplo.

Todavía los libros de cocina estaban en su lugar natural: la alacena. Allí donde la cocinera los podía consultar a gusto y piacere. Poseo muchos de estos libros, con las tapas ennoblecidas por una pátina de grasa y humos, hojas con signos de intenso manoseo y anotaciones aclaratorias de la lectora.

En la actualidad, corremos el riesgo de banalizar la cocina hogareña, de recurrir cada vez más a los productos que nos impone con descaro la industria alimentaria. Y los libros de cocina están destinados a un lugar de privilegio en la biblioteca (suelo decir, allí donde reinaban los tomos de la Enciclopedia Británica o los Diccionarios de Espasa - Calpe).

Muchos cocineros se dan el gusto de publicar su libro, con mucho de autobiografía o apología de sí mismos. Son hermosos libros, con muchas y artísticas fotografías, y poca información para el aficionado o profesional de los fuegos.

Me cuenta una de mis hijas, que uno de los nuevos astros mediáticos de oficios inútiles (youtuber) presentó un libro titulado “Cualquiera puede escribir un libro” o algo así. Tiene razón el jovencito devenido en millonario haciendo monerías en sus videos.

Como participante del “Proyecto de integración compostelana-porteña”, en cuyo marco se publicó, junto a otros 19 títulos, mi libro “Cocina gallega con un toque porteño”, estuve varios días recorriendo la 42° Feria del Libro de Buenos Aires, una de las más importantes del mundo.

Y realmente me entristeció ver que, salvo muchas y honrosas excepciones, las editoriales publican cualquier cosa, si en la tapa se imprime el nombre de alguien famoso que asegure una venta masiva e inmediata.

Seguramente, muchos buenos escritores, periodistas e investigadores se sentirán desanimados ante semejante panorama. Queda insistir, que el camino lleva a buen puerto cuando se tiene bien clara la meta. Por ello, modestamente, me siento orgulloso del libro que se publicó con el sello de Ediciones Betanzos, cuidado editorial de Mariana Vicat, y financiación de Mecenazgo Cultural del Ministerio de Cultura del GCBA.

Son 200 páginas, con 66 recetas y muchas historias. Para quienes amen la cocina y crean que la identidad de los pueblos se forjó alrededor del fuego y la olla, tal vez aporte un granito de arena.

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