Otra mirada sobre el vino y el asado

Sábado, 6 de julio de 2013

La cultura gastronómica cárnica de los argentinos va de la mano del vino, todavía considerado como bebida nacional. Sin embargo, son muchas las variantes alimenticias que tienen una parrilla como base, y por eso existen numerosas posibilidades a la hora de establecer el acuerdo ideal entre vino y asado.

A pesar de la simbiosis natural entre vino y asado, prácticamente sin discusión, ocurre que la vaca no es el único animal que suele terminar en una parrilla. Amén de la interminable lista de cortes y achuras vacunas, existen ocasiones asaderiles relacionadas al cerdo, el chivo, el cordero y el pollo, así como la inclusión de papas, morrones y verduras varias entre los elementos a asar, sin olvidar a la consabida y tradicional provoleta. Como si esta enumeración fuera insuficiente, no debemos omitir a todos los demás ingredientes que de manera ocasional pueden formar parte del ritual: picada, empanadas, ensaladas, los condimentos previos a la cocción (como el adobo para lechón), los posteriores (chimichurri, salsa criolla, etc.) y el postre, generalmente helado, aunque también tortas y otras delicias dulces, casi siempre preparadas por la esposa del anfitrión o sus amigas. Con toda esa parafernalia de sabores y texturas en juego, pensar en un solo vino que satisfaga toda la velada de principio a fin es casi imposible. En todo caso, lo más inteligente es buscar varios vinos para armonizar el asunto, o uno solo que cumpla con la mayor cantidad posible de requisitos, de acuerdo a los elementos precisos que han de ser consumidos.

Esa multiplicidad de posibilidades no debe verse como un inconveniente, sino como una ventaja. Son realmente pocos los vinos inapropiados para regar un asado (entendiendo como tal a cualquiera de las posibilidades señaladas anteriormente), y tal afirmación puede verse en la práctica. Si se trata de derribar mitos, empecemos por el color. Aquello de “vino tinto con carnes rojas”, por ejemplo, no tiene ningún asidero. En ese sentido, el Torrontés constituye el mejor ejemplo de vino blanco capaz de aguantar con dignidad y solvencia cualquier situación de parrilla. Es perfecto para la tertulia previa  y la picada, espectacular para las empanadas, muy bueno con carnes rojas, correcto junto al pollo, adecuado con verduras asadas y propicio para la mayoría de los postres. Además, un Torrontés fresco y fragante otorga compañía y consuelo al asador, a la vez que anima y ennoblece otro de los momentos casi invariablemente ligados a la sobremesa: el partido de truco.

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