Los que hablan y escriben de lo que no sabenLunes, 8 de diciembre de 2025Los avances tecnológicos, la conectividad y la rapidez para buscar información son una maravilla a celebrar, y debemos utilizarlos como herramientas muy útiles en nuestras actividades. Pero, no olvidemos aquello de "zapatero a tus zapatos", y a no creerse que pidiendo a la IA una reseña gastronómica o una novela, podamos ejercer como periodistas o escritores.
En esta era del grito que transitamos con cierta resignación y una desvaloración de los oficios manuales, cada vez hay más tendencia a etiquetar a las personas, plantear estereotipos, no verlas como individuos, peculiares, únicas, y clasificarlas basándose en, por ejemplo, su ocupación.
En ese contexto, ¿cómo clasificaríamos hoy a los artistas renacentistas de múltiples aptitudes? Leonardo da Vinci, fue polímata, a la vez pintor, anatomista, arquitecto, paleontólogo, botánico, escritor, escultor, filósofo, ingeniero, inventor, músico, poeta, urbanista, cocinero, director de banquetes y muchos etcéteras más.
Pero para la mayoría fue pintor, o inspirador de un best-seller ("El Código Da Vinci"). La reflexión viene a cuento, a partir de una experiencia personal.
Con una carrera bastante extensa, en el rubro gastronómico y como cocinero, poca gente tiene en cuenta mi profesión de periodista, poeta y escritor, docente y editor, entre otros oficios y banalidades placenteras celebrando la vida.
Orgulloso estoy, por cierto, de ser cocinero. Oficio noble, si los hay, más allá del pomposo título de chef que se ofrece ahora en cursos express de cuatro meses.
Ahora bien, yendo al plano de los escribas, es bueno recordar que la mayoría de los periodistas de antaño eran excelentes escritores; sería tedioso enumerar aquí la cantidad de firmas que poblaron de textos exquisitos periódicos y revistas en el mundo, aquí mismo en la Argentina.
LA CRÍTICA GASTRONÓMICA
Y si hacemos foco en la crítica gastronómica, también se ocuparon de la misma, más allá de los icónicos Grimod de La Reyniére o Brillat-Savarín, grandes escritores, periodistas experimentados, la mayoría buenos degustadores y conocedores del funcionamiento de un restaurante, algunos de ellos guisanderos entusiastas.
Por ello, no dejo de sentir cierta ternura o empatía, en ocasiones, incredulidad y disgusto, en otras, cuando leo lo que escriben influencers o comensales devenidos críticos gastronómicos en redes sociales, páginas o portales especializados en el tema.
Se esmeran en parecer conocedores y pseudopoetas ansiosos de metáforas originales que suplanten el explícito "me gustó", porque al "no me gustó" a veces es preferible el silencio condenatorio.
Recuerdo una cata a ciegas dirigida por el multifacético Miguel Brascó; se acercó a mí, pispeó mí planilla de puntaje y al leer "bueno para acompañar un cocido", "exquisito", "para maridar con un lenguado", y otras ocurrencias similares, me dijo: "vos sabés de vinos, la mayoría aparenta y sanatea imitando a un enólogo o sommelier, en gestos y lenguaje".
Agradecí la cortesía, pero solo seguía el consejo del gran Álvaro Cunqueiro y mi instinto de precoz degustador de vinos en el valle de Quiroga en Lugo.
Una cosa es leer a Paul Azema, Leandro Caffarena o Mario Aiscurri, por citar solo a algunos de los muchos que, sin ser periodistas, escriben muy bien y saben de lo que hablan, conocen el metier, y otra a comensales (a veces devoradores de canje por menciones en redes), que mencionan "frescuras mitológicas, picor dulce, memorable, aunque no tanto", "todo bien sin deslumbrar", "mozos de profesión con aroma de otros tiempos", o el letal "no volvería" con precisión de verdugo.
NO CAER EN ERRORES ABSURDOS
El conocimiento previo y la experiencia son indispensables a la hora de reseñar una comida, un vino, o el servicio de sala, para no caer en errores absurdos.
A modo de ejemplo, desde la experiencia personal recuerdo cuando alguien criticó una paella con socarrat diciendo que estaba el arroz quemado, (para evitar la crítica y adecuarse al paladar porteño se hacen arroces en paella más caldosos en esta orilla del río de la Plata); otro dijo que la tarta de Santiago estaba seca (cuando la original está lejos de ser esponjosa).
No faltó tampoco la que afirmó que un pimentón ahumado de la Vera estaba húmedo, o que la empanada con masa de pan rellena de zorza no era gallega, o que la tortilla de papas no era española (¡por falta de chorizo!).
Y así, mil ejemplos más. Recuerdo la polémica que ocupó páginas de periódicos y minutos de radio y TV, relacionando directamente el costo del kilo de café con el precio del pocillo servido en bar o restaurante, sin tener en cuenta los muchos componentes que se añaden al costo del insumo hasta llegar al consumidor.
Un choripán en la calle, no puede costar lo mismo que un "matrimonio" servido en un establecimiento con servicio esmerado, aire acondicionado, vajilla acorde, etcétera.
EXHIBICIONISMO DE TICKETS
Y hablando de precios, un capítulo especial lo protagonizan los expositores de tickets. ¿Hay explicación psicológica para comprender la necesidad de mostrar cuánto gastaron en tal o cuál lugar? Todos tenemos la oportunidad y obligación de enterarnos del precio de los platos y bebidas antes de ordenar.
Todos, al elegir un establecimiento conocemos su jerarquía, prestigio y nivel de precios, entonces, ¿cuál sería la necesidad de exhibir públicamente el ticket? ¿Mostrar a sus seguidores que tienen el poder económico para frecuentar el lugar de moda? Absurdo, por lo menos, e hipócrita cuando añaden alguna crítica artera, o sin fundamento, contra el establecimiento.
No tiene que sorprendernos nada de lo dicho; sin embargo, cuando exvedettes y mediáticos de toda laya conducen programas de radio o TV, u opinan sobre los más variados temas, con total desparpajo; cuando el "Siglo XXI, Cambalache" discepoliano, actualizado, está más vigente que nunca: "Mezclao con Toscanini, va Scarface y Napoleón, Don Bosco y "la Mignón", Carnera y San Martín...".
En fin, locutores, periodistas, escritores, actores, cocineros, músicos, filósofos, sociólogos, se enfrentan no solo a la IA, sino a personajes que en el mejor de los casos tocan de oído, pero tienen millones de seguidores y gran influencia en la opinión pública.
Vamos, qué haber conseguido millones de seguidores (con métodos diversos) no da patente para opinar de temas sensibles que no se conocen en profundidad, incluyendo salud, dietas, psicología, religión, economía, o política, por citar algunos de los más frecuentados.
En definitiva, la libertad de expresión también impone veracidad y responsabilidad en el emisor.
Los avances tecnológicos, la conectividad y la rapidez para buscar información son una maravilla a celebrar, y debemos utilizarlos como herramientas muy útiles en nuestras actividades. Pero, no olvidemos aquello de "zapatero a tus zapatos", y a no creerse que pidiendo a la IA una reseña gastronómica o una novela, podamos ejercer como periodistas o escritores.
En esta era del grito que transitamos con cierta resignación y una desvaloración de los oficios manuales, cada vez hay más tendencia a etiquetar a las personas, plantear estereotipos, no verlas como individuos, peculiares, únicas, y clasificarlas basándose en, por ejemplo, su ocupación.
En ese contexto, ¿cómo clasificaríamos hoy a los artistas renacentistas de múltiples aptitudes? Leonardo da Vinci, fue polímata, a la vez pintor, anatomista, arquitecto, paleontólogo, botánico, escritor, escultor, filósofo, ingeniero, inventor, músico, poeta, urbanista, cocinero, director de banquetes y muchos etcéteras más.
Pero para la mayoría fue pintor, o inspirador de un best-seller ("El Código Da Vinci"). La reflexión viene a cuento, a partir de una experiencia personal.
Con una carrera bastante extensa, en el rubro gastronómico y como cocinero, poca gente tiene en cuenta mi profesión de periodista, poeta y escritor, docente y editor, entre otros oficios y banalidades placenteras celebrando la vida.
Orgulloso estoy, por cierto, de ser cocinero. Oficio noble, si los hay, más allá del pomposo título de chef que se ofrece ahora en cursos express de cuatro meses.
Ahora bien, yendo al plano de los escribas, es bueno recordar que la mayoría de los periodistas de antaño eran excelentes escritores; sería tedioso enumerar aquí la cantidad de firmas que poblaron de textos exquisitos periódicos y revistas en el mundo, aquí mismo en la Argentina.
LA CRÍTICA GASTRONÓMICA
Y si hacemos foco en la crítica gastronómica, también se ocuparon de la misma, más allá de los icónicos Grimod de La Reyniére o Brillat-Savarín, grandes escritores, periodistas experimentados, la mayoría buenos degustadores y conocedores del funcionamiento de un restaurante, algunos de ellos guisanderos entusiastas.
Por ello, no dejo de sentir cierta ternura o empatía, en ocasiones, incredulidad y disgusto, en otras, cuando leo lo que escriben influencers o comensales devenidos críticos gastronómicos en redes sociales, páginas o portales especializados en el tema.
Se esmeran en parecer conocedores y pseudopoetas ansiosos de metáforas originales que suplanten el explícito "me gustó", porque al "no me gustó" a veces es preferible el silencio condenatorio.
Recuerdo una cata a ciegas dirigida por el multifacético Miguel Brascó; se acercó a mí, pispeó mí planilla de puntaje y al leer "bueno para acompañar un cocido", "exquisito", "para maridar con un lenguado", y otras ocurrencias similares, me dijo: "vos sabés de vinos, la mayoría aparenta y sanatea imitando a un enólogo o sommelier, en gestos y lenguaje".
Agradecí la cortesía, pero solo seguía el consejo del gran Álvaro Cunqueiro y mi instinto de precoz degustador de vinos en el valle de Quiroga en Lugo.
Una cosa es leer a Paul Azema, Leandro Caffarena o Mario Aiscurri, por citar solo a algunos de los muchos que, sin ser periodistas, escriben muy bien y saben de lo que hablan, conocen el metier, y otra a comensales (a veces devoradores de canje por menciones en redes), que mencionan "frescuras mitológicas, picor dulce, memorable, aunque no tanto", "todo bien sin deslumbrar", "mozos de profesión con aroma de otros tiempos", o el letal "no volvería" con precisión de verdugo.
NO CAER EN ERRORES ABSURDOS
El conocimiento previo y la experiencia son indispensables a la hora de reseñar una comida, un vino, o el servicio de sala, para no caer en errores absurdos.
A modo de ejemplo, desde la experiencia personal recuerdo cuando alguien criticó una paella con socarrat diciendo que estaba el arroz quemado, (para evitar la crítica y adecuarse al paladar porteño se hacen arroces en paella más caldosos en esta orilla del río de la Plata); otro dijo que la tarta de Santiago estaba seca (cuando la original está lejos de ser esponjosa).
No faltó tampoco la que afirmó que un pimentón ahumado de la Vera estaba húmedo, o que la empanada con masa de pan rellena de zorza no era gallega, o que la tortilla de papas no era española (¡por falta de chorizo!).
Y así, mil ejemplos más. Recuerdo la polémica que ocupó páginas de periódicos y minutos de radio y TV, relacionando directamente el costo del kilo de café con el precio del pocillo servido en bar o restaurante, sin tener en cuenta los muchos componentes que se añaden al costo del insumo hasta llegar al consumidor.
Un choripán en la calle, no puede costar lo mismo que un "matrimonio" servido en un establecimiento con servicio esmerado, aire acondicionado, vajilla acorde, etcétera.
EXHIBICIONISMO DE TICKETS
Y hablando de precios, un capítulo especial lo protagonizan los expositores de tickets. ¿Hay explicación psicológica para comprender la necesidad de mostrar cuánto gastaron en tal o cuál lugar? Todos tenemos la oportunidad y obligación de enterarnos del precio de los platos y bebidas antes de ordenar.
Todos, al elegir un establecimiento conocemos su jerarquía, prestigio y nivel de precios, entonces, ¿cuál sería la necesidad de exhibir públicamente el ticket? ¿Mostrar a sus seguidores que tienen el poder económico para frecuentar el lugar de moda? Absurdo, por lo menos, e hipócrita cuando añaden alguna crítica artera, o sin fundamento, contra el establecimiento.
No tiene que sorprendernos nada de lo dicho; sin embargo, cuando exvedettes y mediáticos de toda laya conducen programas de radio o TV, u opinan sobre los más variados temas, con total desparpajo; cuando el "Siglo XXI, Cambalache" discepoliano, actualizado, está más vigente que nunca: "Mezclao con Toscanini, va Scarface y Napoleón, Don Bosco y "la Mignón", Carnera y San Martín...".
En fin, locutores, periodistas, escritores, actores, cocineros, músicos, filósofos, sociólogos, se enfrentan no solo a la IA, sino a personajes que en el mejor de los casos tocan de oído, pero tienen millones de seguidores y gran influencia en la opinión pública.
Vamos, qué haber conseguido millones de seguidores (con métodos diversos) no da patente para opinar de temas sensibles que no se conocen en profundidad, incluyendo salud, dietas, psicología, religión, economía, o política, por citar algunos de los más frecuentados.
En definitiva, la libertad de expresión también impone veracidad y responsabilidad en el emisor.


