Con octubre se va Burgio, la pizzería belgranense que el italiano del apellido que le dio nombre al negocio abrió en 1932. De todas maneras, no se sabe bien si es en forma definitiva, si harán reformar para volver a abrir o si, por el contrario, en ese predio se construirá un edificio de varios pisos, como ocurre habitualmente. Aguantó la cuarentena, pero no la debacle económica de este país inflacionario.
La verdad es que nobleza obliga. Burgio hace rato que había perdido su encanto. Durante muchos años y para uno en particular, fue parada obligada al regreso de la cancha en Victoria, cuando el partido se jugaba tarde y no había otra alternativa en Belgrano que comer la aceitosa pizza de ese lugar tan tradicional que estaba a punto de cumplir 70 años.
Sus pizzas rebosantes de muzza y, como se dijo, mucho aceite, eran casi imposibles de terminar aun por dos comensales. Imposible no acompañar con fainá. O las empanadas también de tamaño "baño". El postre de la casa, paso: torta de ricota, que no es santa de nuestra devoción.
Pero, últimamente, en Burgio todo olía a viejo y destartalado. Paredes descascaradas, higiene cuanto menos dudosa, mesas y sillas tan viejas como el local, las eternas bandejas metálicas en las que llegaban las pizzas, el fainá y las empanadas.
Pero seguíamos haciendo una parada, aun cuando a la vuelta por Juramento habían abierto un local de la infinita cadena Kentucky. Es que es (era) Burgio y su historia.
La pizzería la fundó un italiano de apellido Burgio (pronúnciese "Buryo"), quien la manejó por casi tres décadas. Como se sabe, los gallegos (porque para nosotros los españoles son todos gallegos) siempre fueron dueños de la gastronomía porteña. En este caso, un asturiano de apellido Méndez la compró en los años '60.
La pilotearon durante la cuarentena, si hasta pusieron mesas y sombrillas de Coca Cola en la vereda de la ruidosa Avenida Cabildo. Pero todo tiene un límite, ya que la crisis no es solo una puta pandemia, sino una economía destruida y un país sumido en la pobreza, aunque los científicos que nos gobiernan crean que somos Alemania. En todo caso, nos parecemos a Alemania sí, pero a la de 1945.
Si Burgio pasará a la historia como uno más entre tantos que bajaron las persianas en este último año y medio, o si volverá a abrir sus puertas alguna vez, nadie lo sabe con certeza. Por experiencia y un poco de intuición, pensamos que el local tiene destino de edificio de varios pisos.
Ya no podremos comer de parado una porción de muzza con fainá, ni pedir una empanada de carne en el mostrador. Ya no nos sentaremos en las sillas desvencijadas y las mesas tan viejas como la injusticia.
Adiós, Burgio. A vos no te mató la cuarentena, ni tampoco el COVID; te asesinó este país de políticos corruptos e incapaces, que destruyeron nuestras ilusiones y lograron que nuestros hijos se vayan a vivir a otro lado. Te mató la inflación, la falta de clientes a los que este gobierno y todos los anteriores pauperizaron, te hizo pelota la inflación.
Te vamos a extrañar Burgio, aun cuando eras un viejo decrépito, pero te seguíamos queriendo. Será penoso pasar por Cabildo y Monroe y no ver más las luces encendidas y las puertas abiertas aun después de la medianoche.
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