La idea original parecía buena. Un ciclo en el que, bodegas de diferentes provincias, reciben a un cocinero para hacer un maridaje al revés. El problema es que los que eligen el vino son sommeliers, dejando relegados a los enólogos que los crean. Por otro lado, la elección de los cocineros resultó una mezcolanza inentendible. Y para colmo de males, salvo el chivo del aceite LAUR, no se identifica a los productores que aportan los insumos, ni siquiera con un pobre videograph.
Es una serie que nos lleva a visitar ocho bodegas de diferentes provincias argentinas, de la mano de sommeliers que le proponen al cocinero invitado que haga un plato (o varios) que estén maridados adecuadamente con el vino o los vinos elegidos.
Se trata de un ciclo de Flow, que en primer lugar tiene un título poco imaginativo y plagiado (tal vez sin darse cuenta) de un viejo programa que conducían por El Gourmet el chef Fernando Trocca, junto al periodista chileno Patricio Tapia.
El ciclo está compuesto por 8 capítulos de 20 minutos cada uno. En orden cronológico son los siguientes:
1 - Bodega Costa & Pampa, Chapadmalal, Buenos Aires. Dolli Irigoyen y Matías Prezioso.
2 - Bodega Chacra, Río Negro. Christophe Krywonis y Mariana Torta.
3 - Casa Yague, Chubut. Ignacio Sac y Christina Sunae.
5 - Bodega Cara Sur, San Juan. Pablo del Río y Agustina de Alba.
6 - Bodega El Esteco, Cafayate, Salta. Narda Lepes e Inés de los Santos (único caso en que no participó un sommelier, ya que Inés es bartender).
7 - Bodega Fernando Dupont, Maimará, Jujuy. Pesro Bargero y Sorrel Moseley-Williams.
8 - Finca María del Pilar, Santiago del Estero. Juan Gaffuri y Martín Bruno.
El modus operandi funciona así: llega el sommelier a la bodega donde es recibido por el enólogo o el propietario, quienes disponen de varias etiquetas para que el sommelier elija una de ellas (cóctel en el caso de Inés). Es el turno del chef y entonces, el sommelier le pide que prepare algunos platos que mariden adecuadamente con el vino en cuestión.
Luego, el cocinero visita productores de la zona, elige los insumos, vuelve a la bodega y prepara los platos. Entre los dos sacan conclusiones. Todo esto en 20 minutos.
La idea del maridaje al revés (primero el vino, luego la comida) no es algo nuevo. Pero consideramos que, antes que un sommelier, hubiera resultado más interesante la presencia del enólogo o del dueño de la bodega. Éstos solo aparecen al principio de cada programa, recibiendo a los sommeliers.
Nos parece que, más allá de la disparidad que se observa entre los siete sommeliers del ciclo (los dejás hablar y te das cuenta quiénes son vende humo), nos resulta rato ver cómo se deja en segundo plano al cocinero y casi que encima lo cuestionan).
Segundo tema: ¿quién eligió a los chefs? Porque al menos se hubiera apelado a cierta lógica. Mezclaron la Biblia y el Calefón, como en Cambalache. Bargero, Gaffuri o Molteni, por ejemplo, comparados con Narda y Krywonis, por ejemplo.
La tercera cuestión nos lleva a preguntarnos por qué no se aprovechó a chefs locales, que los hay y muy buenos como Sergio Latorre, en Jujuy, quien podría haber cocinado con Pedro Bargero y hubiera sido un golazo. Solo estuvo Pablo del Río, aunque vive en Mendoza y pero lo mandaron a San Juan.
Lo cuarto tiene que ver con cuando el chef visita a los productores para elegir insumos, no se identifica a la empresa ni con un mísero videograph y solo se menciona al productor por su nombre de pila. No sabemos dónde están ni quiénes son. Eso no ocurre, claro está, con la PNT del aceite de oliva LAUR, siempre en primer plano.
La conclusión es que se malogró una serie en la que bien se podría haber aprovechado a los enólogos y hacernos conocer a los productores locales. También darles cabida a los cocineros de tierra adentro. Y elegir a chefs de manera uniforme según su categoría profesional.
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