Ramiro Solís es un joven y talentoso cocinero litoraleño. Nacido en Apóstoles, provincia de Misiones, se lanzó a la aventura propia con ¿De Quién?, en la que lo acompaña un grupo de gente con la que compartió el trabajo en el Museo Evita, entre ellos su esposa Natalia, amable anfitriona del local que conocimos hace tiempo con el nombrede 4141.
El restaurante posee un ventanal ancho, desde el cual se observa el salón principal. Hoy el frente está decorado con una obra pictórica que remite a la tierra colorada del chef. Tiene además una cava subterránea y, subiendo las escaleras, una terracita ideal para noches templadas, y más arriba aún, en un entrepiso, otro espacio más reducido.
Pero lo que realmente vale la pena es la comida. Y en este sentido, Ramiro nos sorprende con su propuesta única en Buenos Aires. Él mismo define a su cocina como "mediterránea con productos del Litoral". Quedarse en esa escueta definición sería un error grosero.
Los platos de Solís son un descubrimiento (aunque no del río de la Plata, precisamente, sino de río arriba, del Paraná precisamente). Su cocina tiene el estilo mediterráneo y usa los productos que menciona, pero hay un fuerte componente "autoral", difícil de encuadrar pero que nos deja una idea acabada de lo que podría llegar a ser la Cocina Argentina cuando nos decidamos a darle identidad, respetando las regiones geográficas del territorio.
A la primera visita, sucedió otra casi inmediata cuando Ramiro convocó a su colega chaqueña Alina Ruiz. Y luego hizo lo propio con su comprovinciano Gunther Moros. Es decir que en ¿De Quién?, se los notas preocupados por difundir la cultura gastronómica litoraleña.
La carta varía semanalmente y comprende tapas y principales. Esto demanda un gran esfuerzo creativo, del cual el chef sale airoso.
¿DE QUIÉN? RESULTÓ UNA GRATA SORPRESA POR LA CALIDAD DE LA PROPUESTA, QUE RINDE TRIBUTO A LA REGIÓN LITORALEÑA, DE CUYA RICA CULINARIA POCO SABEMOS.
Para comenzar, preparaciones pequeñas para compartir y probar de todo un poco. Algunas tapas se mantienen en la carta y otras van cambiando semanalmente. Por ejemplo, probamos en ocasión de nuestra visita, chipas rellenos de pacú, que a la semana siguiente se habían transformado en chipacitos rellenos de guazuncho con salsa de ají amarillo.
Las bombas de mandioca y molle con alioli de chimichurri son otra opción bien mesopotámica. Y también la provoleta de queso de cabra empanadas en reviro con mermelada de tomates. El reviro es una preparación misionera, que solía darle para comer al mensú, trabajador rural que nos remite a la galopa del cantante Ramón Ayala, que en su primera estrofa dice: Selva... Noche... Luna / pena en el yerbal / el silencio vibra en la soledad / y el latir del monte quiebra la quietud / con el canto triste / del pobre mensú.
Algunos principales de la carta semanal fueron la bondiola braseada con reducción de yerba mate, y vegetales ahumados; ojo de bife a la parrilla con papines a la sal y helado de merken; risotto de conejo con zanahoria. Y la omnipresente hamburguesa de pacú, que solo va cambiando en sus acompañamientos, en este caso chutney de ciruelas, rúcula y mandiocas fritas.
Hay que prestar atención a los postres, ya que Ramiro suele sorprender con yacaratía (el árbol comestible), mamón y otros frutos autóctonos de la tierra misionera.
El servicio resultó impecable, en tanto que la carta de incluye etiquetas poco conocidas aún, como las de la Bodega Caelum, entre ellos el Fiano de la línea reserva.
Vale la pena saber quién es quién en este restaurante que, con bajo perfil está dando mucho que hablar.
Exuberancia, sabor, simpleza. Bastan tres palabras para definir a la cocina peruana en general y a la de Barra Chalaca, en particular. Pasamos el domingo por el local de Belgrano (el otro está en Palermo y se vienen algunos más). A pocas cuadras de las aglomeraciones de fin de semana en el Barrio Chino, ésta es una opción para comer rico, barato y tranquilo.
Todo nació de una charla del chef Ítalo Germán Ruberto con el gerente del Hotel Esplendor Buenos Aires Tango, ubicado en Rivadavia 847 entre Suipacha y Carlos Pellegrini. La idea fue incorporar platos icónicos de la gastronomía hotelera de la ciudad, que parecían olvidados. ¿El resultado?: recuerdos, nostalgia, una cocina para que no te olvides y de relación precio calidad excepcional.
Por razón precio calidad, Cruz Omakase se destaca como un verdadero "best-buy". Sin sofisticaciones innecesarias, su propuesta permite disfrutar de una docena de pasos que van in crescendo, al tiempo que también podés optar por opciones de handrolls y una selección de etiquetas de la vinoteca vecina del mismo nombre, así como la reciente incorporación de whiskies japoneses.