Yo amo a los sommeliers

Jueves, 17 de febrero de 2011
Argentine Wines lanzó  la primicia, que muchos tomaron como una broma del Día de los Inocentes, pero parece que era cierto nomás. FDO ahora incursiona en la literatura gastronómica, y ha decidido consagrar su primera creación a los queridos amigos sommeliers. Aquí, a modo de anticipo, les damos la oportunidad de leer a Nerón (despistados ver La Olla del Perro) con su prólogo especialmente dedicado al amo, y el primer capítulo de la obra.

Nerón prologa: “Al maestro con cariño”: “Qué honor, amo. Con tantos amigos periodistas, escritores, bodegueros, enólogos y, por supuesto, sommeliers, me pediste que hiciera el prólogo de tu libro. Al fin y al cabo, si por lo único por lo que sobresalgo es por mi nariz fría, un olfato que nadie puede igualar, ni siquiera alguna de los tantos graduados de la EAS desde 2000 a la fecha. Pero no es porque yo me crea mejor que nadie, sólo que como soy un perro, tengo un olfato privilegiado. Y con eso sólo pienso que no me alcanzan los méritos para que el amo me haya pedido que lo prologue. Pero igual acá estoy, muy contento, porque este libro también habla de mí, porque no se olviden que también soy sommelier, aunque no me quieran reconocer el título pese a haber hecho el curso (digo la carrera). Es que a los canes nos discriminan, mucho amigo del hombre dicen, pero a la hora de los bifes, el bife se lo come otro (como hizo Cyril Ch. con el Kobe, al que sólo vimos por fotografías).

Me alegra que el amo haya dedicado su tiempo a escribir esta legítima reivindicación de la noble actividad de sommelier. Espero que ahora los colegas entiendan que mi amo los ama, y que no ha hecho otra cosa que pedirles un cacho de humildad a los que no la tienen, de sentido común a quienes carecen de él, y de ubicuidad a los que están desubicados. Déjenme mover la cola de alegría, es que me pone muy contento que mi jefe haya lanzado su libro en el Día de los Inocentes, si hasta muchos descreían que fuera verdad. Gracias amigo DLR por haber sido el que lanzó la primicia en tu site. Fuiste un visionario, si hasta anunciaste lo que estaba guardado bajo siete llaves. Hubo seguro un lenguaraz que te dio el dato. Mis felicitaciones al amo, que escribió este libro en menos de lo que canta un gallo. Vieron que él al final tenía razón, somos imprescindibles (no los perros, los sommeliers)”.

Capítulo 1: Gracias por existir

Yo sé que muchos aún me andan puteando. Otros se lo tomaron con soda. Y algunos dijeron: “para qué le vamos a dar importancia a este gilastrún; mejor ni le contestamos”. Los menos entendieron el mensaje, no tuvieron cola de paja. Pero no importa, lo que vale es que finalmente me di cuenta de lo equivocado que estaba. Es más, no sé cómo pude (pudimos) vivir sin un sommelier al lado durante tanto tiempo. Porque sacando cuentas, hasta que salió la primera camada de graduados de la pionera EAS (en el año 2000), yo tenía algo así como 46 años, de manera que miren ustedes, ¡cuánto tiempo viviendo en la ignorancia, bebiendo vino como un curda perdido! Hasta entonces, yo no sabía qué era una cepa. Cuando pedía vino en el restaurante, si me preguntaban qué prefería, yo siempre decía: “dame vino nomás”. ¡Cuántas veces he tomado el tinto calentito a temperatura ambiente del tórrido verano porteño, si hasta parecía sopa de arándanos! Si alguien me hubiera preguntado por los descriptores, en ese momento le hubiera contestado: “etiqueta blanca, letras rojas, cápsula bordó”. Mi ignorancia era supina.

La verdad es que me vendían gato por liebre, si me tapaban los ojos me tomaba un blanco y me creía que era un tinto. Me confundía el vinagre con un vino francés (es una forma de decir, por quién me iba a convidar con un francés). Tomaba todo a la misma temperatura, la ambiente, en invierno y verano. De última, si hacía calor, al blanco y al champú le metía cubitos, como decía el Gato Dumas. En aquella época, el olor (porque para mí no había aromas sino olores) a montura de caballo transpirada, era la que largaba el yobaca de Don Aldo, en La Agüita, Malargüe, donde mi amigo Daniel tiene su turismo rural para andar cabalgando en busca de cóndores, pumas y guanacos. Y ahí apaciguabas el frío con una petaca de coñac ordinario, que de coñac sólo tenía el nombre. Era tan, pero tan bestia en esa época, que le daba como loco a la cerveza con asado (y bueno, peor hubiera sido con Coca). Miren si era animal, que chupaba del pico y luego le pasaba el dorso de la mano, y se la pasaba al que seguía. Esa costumbre me quedó de aquellos hermosos tiempos de barra brava, cuando comíamos y chupábamos con las hinchadas amigas debajo de la tribuna de madera.

Pero de pronto, hice un click. Aparecieron los sommeliers, y en primer lugar, me pregunté qué quería decir esa palabra. Nunca la había escuchado en mi vida, más ignorante no podía ser. Cuando me explicaron su función, pensé: “deben ser unos viejos carcamanes que ya se habrán chupado más de cien millones de litros de vino tetra. Borrachos perdidos, como yo. Qué sorpresa cuando aparecieron los jóvenes (y mejor todavía, las jóvenes) vestidos/as de negro, con el racimo en el ojal, explicando a diestra y siniestra cuáles eran los descriptores primarios, secundarios y terciarios (de la terciaria me echaron por bruto) del vino, la temperatura de servicio, la composición varietal, el aporte de la madera, el chip, la duela, la mar en coche. Qué ignorante que era en mi ignorancia, un pobre tipo, cuasi analfabeto, brutísimo, al que le daba lo mismo chupar tetra que un vino icono.

Hecha la aclaración, si ustedes lectores quieren, sigan leyendo, pero no se olviden de que en todo este tiempo (una década) me cultivé gracias a los sommeliers. Si hasta aprendí a escribir un poquito, como ellos. A los hombres de negro (no justamente a los árbitros de fútbol) brindo este libro, por haberme sacado del lodazal en el que me hallaba carcomido por los gérmenes patógenos de la ignorancia humana. Si mi cerebro era apenas la partícula del cerebro de un pez que ha navegado durante 10 mil años por los mares de la ignorancia. Gracias, entonces, sommeliers, por existir y por haberme desasnado.

Esta joda arrancó así