Nuestro sommelier itinerante recorrió esta vez varias bodegas mendocinas. En algunas, fue recibido como si fuera un turista más. En otras, sacó letra para su informe y hasta le convidaron chocolate.
En un viaje de prensa, el cronograma está delineado al minuto: siempre vas a estar apurado rumbo a determinado lugar, y siempre vas a llegar tarde. Pero una cosa es segura: todo el mundo te va a tratar bien, a menos que te salgas de lo pautado y no llegues a un lugar al que te estaban esperando.
Empezamos el recorrido y nos damos cuenta de que la repetición nunca es buena. Hacer algo exactamente de la misma manera más de dos veces, hace que pierda el encanto. Y nuestro viaje era expresamente para recorrer bodegas mendocinas. Por eso, cuando la visita se apoya sólo en la dinámica de “te recibe un guía, te pasea, te sirve unos vinos y te manda afuera” puede no ser acorde para un grupo de periodistas que está buscando algo sobre lo cual escribir. Hacemos esta aclaración porque en el enoturismo hay muchas variantes: se dan clases de yoga en los viñedos, se puede volar en un parapente por sobre las vides o se puede ir a caballo bordeando una vendimia.
Cuando vamos a Trivento, una bodega ubicada en Maipú (a 15 km de la ciudad) y nos recibe el enólogo de la casa Maximiliano Ortiz, nos parece un gesto acertado para este tipo de visita. Nos lleva por todo el edificio desasnando lo que parece alquimia pura. La visita termina y nos llevan a un cuarto de cata, donde proponen un juego de maridajes y chocolates, que resulta sensitiva y gustativamente más que divertido. Al margen de este dato de color, nos parece un valor agregado que haya alguien ahí para responder las inquietudes que puede tener un grupo de periodistas, obviamente distintas a los turistas que van a tomar vino “tinto y blanco”. Y en Trivento fue el primer lugar donde no nos recibió un guía.
Al enviado de FDO a Mendoza, no le gusta el esquema “te recibe un guía, te pasea, te sirve unos vinos y te manda afuera”. Pide un poco de originalidad y la encontró solo en dos bodegas.
El recorrido sigue y visitamos bodegas, restaurantes, eventos y conocemos un montón de gente. El último día de viaje salimos hacia el Valle de Uco, situado está a unos 80 km de ciudad de Mendoza. Vamos a la Bodega DiamAndes, que forma parte del Grupo Clos de los Siete, un predio que está a los pies de la cordillera de los Andes. En realidad los clos no son siete, sino cinco bodegas pero que en realidad son 4: Cuvellier, Monteviejo, Flecha de Los Andes y DiamAndes. Hay una quinta, pero no está abierta al público y es exclusiva de Michell Rolland. Se nos presenta Federico Bizzotto, enólogo de DiamAndes, para contarnos sobre el proyecto y sacarnos cualquier duda que hayamos tenido en el recorrido. De nuevo, un cuestionario detallado sobre todo lo que queremos saber y que el guía no pudo respondernos, terminamos hablando de vinos franceses y nos vamos contentos.
Unas horas después de la visita al Valle de Uco estamos volviendo en el avión, y le pregunto a mi compañera de asiento (y de viaje), cuál fue la bodega que más le gustó: “Uh… ya no sé ni donde estuve, y algunas bodegas me parecieron un poco iguales”. Pero enseguida aclara: “creo que fue la de los chocolates, esa fue la que más me gustó”. Porque para hacer una nota, necesitamos algo sobre lo qué escribir. Y a veces para diferenciarse, no hay que esforzarse tanto. Sólo hay que ser originales.