Una vez leí en una entrevista que uno de los mayores exponentes del periodismo gastronómico local, aseguraba que nunca había pedido un delivery. En verdad, no le creemos. Es hoy un negocio que mueve millones.
El modelo de familia, antiguo, ya no corre más. Ese que decía que el hombre debía estar en el trabajo y la mujer en la casa, es cosa de otra época, la de nuestras madres y abuelas en el mejor de los casos. La mujer, sin dudas, a veces aporta más dinero a la casa que su marido. Y muchas, la mayoría, trabajan a la par o aún más que su pareja. De manera que hay poco tiempo para cocinar. Por ello, más allá de que hoy una docena de empanadas cuesta cerca de 90 pesos, que el sushi sea costosísimo (aunque los hagan con puro arroz, del barato) y las pizzas parezcan goma cuando llegan a tu casa, el negocio suena cada vez más floreciente. Y la costumbre de pedir comida a domicilio (conocida por el anglicismo “delivery”), llegó no sólo a la Ciudad de Buenos Aires y el GBA, sino que ya se instaló hasta en los pueblos más pequeños del interior del país. Lo acabo de corroborar en Cafayate, donde algunos lugares ya te llevan las famosas empanadas salteñas, los tamales y humitas, y también pizzas a tu casa aunque vivas cerca del cerro.
Según datos publicados por el diario El Cronista, el delivery de comidas es un negocio de 930 millones de dólares al año sólo en Capital y el Conurbano. Hay empresas que han montado una estructura que permite demandarles la comida, y luego ellos trasladarán el pedido al restaurante o casa de comidas en cuestión. En algunas manzanas, llegan a vivir hasta 5.000 personas. La demanda es enorme. Estas empresas aseguran que los martes son los días de menores pedidos, mientras que los viernes y sábados, se concentra la mayor cantidad de requerimientos de pizzas y empanadas. El sushi, en cambio, tiene su “clímax” los viernes. No hay dudas de que empanadas y pizzas llevan la delantera, pero el “choripán” japonés gana cada vez más terreno, aún cuando un pedido para cuatro personas ronde los 80 pesos por cada uno de los comensales. La pizza es lo más económico, sin dudas, pero hay que desconfiar cuando te cobran una grande de “musarela” menos de 40 pesos. Habría que preguntarse entonces qué mercadería le ponen encima. Hay que convenir que también la pizza es la que más pierde con el transporte, queda gomosa, casi incomible. Las empanadas salvan la ropa, mientras que el sushi, si llega rápido, no ofrecerá problemas a la hora de manducarlo.
Lo más curioso es que uno de los rubros donde hay mayor demanda de delivery, son las casas de fast-food. Ya es sabido que, por ejemplo, una hamburguesa de Mac se pone dura y seca a los pocos minutos de haber sido cocinada. Sin embargo, Mac hace envíos a domicilio, sin que se les mueva un pelo por la mala calidad del producto y el estado en que llega. Una parrillada de delivery, por caso, constituye un atentado a la gran carne argentina. Desastre total.
Si tuviera que destacar a los mejores exponentes del delivery porteño, me quedaría con las empanadas de Tatú y el sushi de Dashi. Con la pizza, yo paso. Alguna vez te mandaban a domicilio de La Guitarrita, pero ya no. De los últimos, vale la pena probar el sushi de Kokoro. Nada de chinos, mexicanos y parrillas. En definitiva, el delivery es un mal necesario de esta época. Todos, alguna vez lo hemos utilizado. Y quien diga lo contrario, sin dudas estará mintiendo. Que no te dé vergüenza admitirlo. Si no tenés mucho en la heladera, si llegaste cansado y tu mujer también, o si estás solo y no vale la pena cocinarte, la única opción es un mal necesario como el delivery.