“Comme un Chef” es una comedia francesa que instala su argumento en la cocina, donde la lucha entra la tradición y el modernismo cobra consecuencias lapidarias. El encuentro de dos mundos antagónicos que al menos hace reír.
Si no fueran personajes de ficción, estoy seguro que nuestro amigo Dante agarraría a trompadas a los dos franchutes “antimoleculares”. Uno es Alexandre Vauclair y el otro el aficionado Jacky Bonnot. Ambos se unen para derrotar al nuevo CEO del grupo financiero que comanda el restaurante “Cargo Lagarde”. Stanislas Matter, el otro personaje fuerte de la historia, es capaz hasta de hacerle perder estrellas de una tal “Guide” (del estilo de Michelin), con tal de que Vauclair deje la cocina para darle lugar a un reemplazante más joven y que le haga ganar más dinero a la empresa con su propuesta de vanguardia.
Muchas películas vinculadas con la comida nos han hecho reír, emocionar y también llorar. “La Fiesta de Babette”, “La Gran Comilona” y “Ratatouille” son apenas algunos ejemplos. “El Chef” es una película que narra la pelea de dos cocineros franceses contra la cocina molecular.
Ambos franceses harán lo posible por mantener la tercera estrella y por destruir a quien, para ellos, llegó para moverles el piso. Como se sabe, los galos son los enemigos más acérrimos de las técnicas moleculares, tal vez porque han sido los españoles los que llevaron siempre la delantera. Y a nadie le gusta perder. Es tal como sucede con las semillas transgénicas, donde los europeos las combaten no por ser malas, sino porque los yanquis de Monsanto se les anticiparon y se quedaron con el negocio.
“El Chef”, entonces, tiene tono de comedia pero un trasfondo interesante, que deja pensando a los espectadores que aman por igual el cine y la gastronomía. ¿Quién tiene la razón? Ninguno de los dos, y también ambos. Es, en todo caso, una lucha inútil e inconducente. París es el ámbito en el que se desarrolla la trama. Jean Reno es Alexander, el chef con más de dos décadas de trayectoria que se niega a aceptar los cambios, encuentra a Jacky (Michël Youn) que lo admira y acompaña en su lucha contra los molinos de viento, y Julien Boisselier hace de Stanislas, al que sólo le preocupa ganar más dinero.
Por nuestro lado, somos incapaces de tomar partido por uno u otro. Cada uno tiene parte de razón. ¿Pero por qué no congeniar ambos estilos para que surja algo mejor todavía? Mientras tanto nos reímos y disfrutamos de la película, que nos divierte y al final también nos deja un mensaje valedero: que todos los fundamentalismos son malos consejeros.