Fondo de Olla visitó Amsterdam, la ciudad de los canales, donde rinden pleitesía a la reina consorte de origen argentino. Pero a no equivocarse, los supuestos “Argentinian Steaks”, son sólo para incautos.
Quizás Amsterdam sea más conocida por su Red Light Zone y sus chicas ubicadas dentro de escaparates, así como por sus excesos (el aroma a marihuana nos invadía a cada paso); también por sus cientos de pintorescos canales; los museos de Van Gogh y Rembrandt; la casa de Anna Frank y la plaza Dam. Pero Amsterdam, es además, una ciudad gourmet y como tal merecía una recorrida improvisada, donde lo único programado fue encontrarnos con nuestro compatriota Santiago Eggers, propietario de La Cantina Argentina. Allí, en un barrio no tan lejano del centro de la ciudad, nos invadió la nostalgia luego de haber estado tres semanas fuera del país. A la sazón, La Cantina Argentina es el único lugar en el que realmente se come como en nuestro país, ya que los tan trillados “Argentinian Steaks” son una pantalla que esconde el único objetivo de vender gracias a la figura de Máxima. Pero es tarea ciclópea encontrar un compatriota en esos lugares con nombres de “Gauchos”, “Estancias” y varios etcéteras, donde se puede comer, únicamente, un pedazo de carne mal hecha. Si pensás que alguien te va a hablar en “argentino”, estás frito. Santiago, en cambio, ha logrado armar una especie de casa bien argenta donde hay chorizos, provoletas, entraña, bife de chorizo, ojo de bife, aunque por reglas de la Unión Europea, nada de asado con hueso. También milanesas, común y Napolitana, bocaditos de verdura como los de La Brigada, panqueques de dulce de leche y hasta mate, si uno se anima a pedirle al dueño que convide. Santiago vive en Holanda desde hace 34 años, y desde hace pocos del periodismo y los comensales holandeses. Y turistas de todas partes del mundo, que tanto abundan en esta ciudad. Un dato curioso, además de ser excompañero de escuela de nuestro amigo Martín Teitelbaum, Santiago es nieto del poeta y escritor Conrado Nalé Roxlo, cuyos textos leíamos en el colegio secundario. Fondo de Olla fue invitado de lujo en su casa, donde había otros compatriotas comiendo. La Cantina Argentina es una especie de segunda Embajada de nuestro país, en este caso gastronómica.
El día siguiente fue el turno de uno de los tantos mercados callejeros que tiene Amsterdam, donde hay de todo como en botica. Como el Albert Cuyp Market, al que se puede llegar sin problemas caminando desde el centro de la ciudad. O en tranvía, al no tan módico precio de 2,70 euros, aunque si uno no se queda más de una hora en el mercado, el boleto servirá también para el regreso. Allí, además de los numerosos puestos de ropa, hay uno imposible de evitar: el mejor arenque de la ciudad. Lo sirven superfresco en bandejita con cebolla picada y pepinos para comer con escarbadientes, o bien en sándwich. Los precios son de 2,50 euros el primero y 3 euros el segundo.
Visitamos a nuestro compatriota Santiago Eggers en La Cantina Argentina, comimos arenques frescos en Albert Cuyp Market, sushi en el japonés Sumo, y también cocina tradicional holandesa en Five Flies.
Para reponer energías, se sucedió una caminata para visitar el Museo Van Gogh, pero un ratito nomás, porque justo enfrente y a pasos del Museo Nacional, donde están las obras de Rembrandt, nos topamos con la Casa Bols. Allí hicimos la “Experience Bols”. Hay que pagar 16 euros para recorrer las instalaciones, jugar a descubrir los aromas de los diferentes licores y terminar con un trago a elección entre numerosas opciones. Y se puede repetir con otro cóctel, para lo que habrá que pagar 6,50 euros extra.
Amsterdam es una ciudad inundada por el verde de la cerveza Heineken. Si bien nuestra preferida es la Grolsch, no resulta tan fácil encontrarla en los bares y restaurantes. En cambio, Heineken y Amstel son la de mayor presencia en el mercado holandés. El turista puede realizar también la Experience Heineken, a igual precio y con el mismo sistema de recorrida y degustación. Asimismo, ambas casas están muy cerca, como todo en esta pequeña ciudad casi de juguete. Entre paréntesis, si uno quiere tomarse medio día libre, hay un tour que te lleva a Delft (donde se visita una varias veces centenaria fábrica de cerámica), La Haya (capital política del país) y Maduroland (que es una Holanda en miniatura, con escala de 1 a 25).
Es verdad que los holandeses no tienen una cocina tan típica como otros países vecinos, pero una buena experiencia resulta comer en Five Flyes (o Vijff Vlieghen en holandés). La casa funciona desde 1939 en un edificio del Siglo XVII. Uno puede comer debajo de uno de los cuatro grabados originales de Rembrandt, sentado en una silla que puede llevar el nombre de algún famoso que visitó el lugar: Orson Wells, Mijail Gorbachov, Mick Jagger, Frank Rijkaard y muchos más. Recomendado por el gerente del NH Carlton, Daniel Méndez, el restaurante queda a pasos del hotel y del Mercado Flotante de las Flores, donde reinan los tulipanes. Five Flies tiene sistema de menú degustación. Por ejemplo, el de 6 pasos cuesta poco más de 60 euros. Tienen sirven vinos de todo el mundo, inclusive argentinos. Algunas especialidades son el crujiente de anguila con pepinos encurtidos; filete de ternera con mayonesa casera de trufas, mollejas fritas y huevo crujiente; tartare de atún con cous cous de zanahoria; sopa de setas y espuma de queso viejo Beemster. Lógicamente que el prepostre es una degustación de quesos holandeses, con el infaltable Gouda.
Pero Amsterdam es también una ciudad multiétnica, y como tal existen restaurantes indios, mexicanos, chinos, japoneses. Curiosamente no encontramos ningún exponente de la tan en boga culinaria peruana. Y como dijimos, abundan los “steak house” seudoargentinos. Para nosotros, salvo La Cantina Argentina, lo conveniente es obviar estas excursiones cárnicas que te van a decepcionar.
Sí resultó muy interesante la experiencia en Sumo, un restaurante japonés que, al igual que como todos los de este tipo en la ciudad, tiene el sistema “coma todo lo que usted pueda comer”. Los almuerzos cuestan 18,50 euros por persona y las cenas, 24,40 euros. A ese valor habrá que agregarle la consumición de la bebida. Te presentan una planilla en la que uno va marcando sucesivamente lo que desea comer, en cinco columnas diferentes (y de a una columna por vez). No sólo sushi, sino también platos de cocina. Lo único que exige un pago extra es el sashimi, algo curioso por cierto.
Para que la cuenta no se vaya a las nubes, mejor orientarse hacia la cerveza. Es difícil encontrar en los restaurantes vinos de menos de 25 a 30 euros. La despedida de Amsterdam mereció una visita a un ristorante italiano, donde tampoco va a ser muy probable que encuentres a un ítaloparlante. Con un poco de buena voluntad, uno se come una pizza a la “napoletana” o una pasta bastante parecida a las de la península.
Un último detalle: el valor del cubierto es parecido a lo que pagamos en Buenos Aires, dependiendo del nivel del lugar, por supuesto. Y a veces también un poco menos. Eso sí, hay que caminar y caminar, lo que resulta más costoso es el transporte, pero se viaja de maravillas en los trenes y tranvías. O también aprovechar los famosos lanchones chatos y bajos, que navegan por los innumerables canales de Amsterdam. Y si descubren que sos argentino, inevitablemente harán referencia al país de Máxima, aunque para todos ella ya es una holandesa hecha y derecha.
El otoño y el invierno son las estaciones ideales para disfrutar de un buen té. Thibon propone disfrutar de esta experiencia en un bar con historia y tradición.
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