El cliente casi nunca tiene la razón Martes, 22 de marzo de 2022No hay dicho más inexacto que el que señala que "el cliente siempre tiene razón". Y, sobre todo, en gastronomía. Ignorantes que se la dan de gourmets. Nabos que, para hacerse los "langas" con la novia o la chica a la que se quieren levantar, devuelven un vino carísimo sin razón alguna. Giles que mandan de vuelta un pato porque está crudo. Bobos que piden una cuchara para comer las pastas. Y podríamos seguir media hora más dando ejemplos. Pero si hay algo inadmisible y que te indigna, son los hdp que reservan una mesa y no van, pero tampoco avisan.
Después de leer un posteo de Matías Kreiman, junto a su primo Facundo propietarios de Namida Nikkei, nos ganó la indignación. El chef publicó el siguiente comentario, acompañando la foto de una mesa preparada para personas, reservada para un sábado a la noche en horario pico.
"Esta mesa preparada para 8 personas, esperando ansiosa a sus clientes para que pudiéramos brindarle lo mejor de nosotros, quedó vacía como se ve en la foto", dice Matías.
Y agrega: "toda la noche de sábado esperando, la dejaron plantada. Nosotros preparamos un servicio y nos organizamos pensando en ella, pero por algún motivo que nunca sabremos decidieron no venir, sin avisar ni siquiera 10 minutos antes, ni contestar el teléfono que habían dejado al reservar".
Continúa Matías: "esto es algo recurrente todos los fines de semana. ¿Pero, qué se puede hacer ante esta deplorable costumbre argentina? Son los mismos que después dicen ser solidarios, pero en el día a día les cuesta mucho pensar en el otro o simplemente ser respetuoso".
"La solución facilista sería cobrar seña por reservar y meter a todos los clientes en la misma bolsa (que no nos parece justo), y ahí tendríamos que escuchar a algunos clientes decir que nos agrandamos, que nos subimos al caballo, por querer cobrar una seña, o que se enojen y no vengan nunca más a nuestro restaurante".
"En este mundo de críticas constantes en las redes y de puntuaciones a los restaurantes pienso: ¿Y quién califica a los clientes? Si hay muchísimos que no se merecen ni 1 estrella", concluye Matías.
Uno que es periodistas la mira de afuera, no la padece en carne propia. Pero sentimos empatía para con los sufridos gastronómicos que, no solo tienen que lidiar con la inflación, la falta de productos cuando los proveedores están a punto de aumentar los precios, los que prometen calidad y entregan basura; los que deben soportar la "industria del juicio", sino que además se las ven con clientes maleducados que reservar y no van o los que, en el mejor de los casos, se comportan como imbéciles y se las dan de piolas, pero cortan los fideos, le echan queso a una pasta rellena de pescado, comen la carne tipo suela de zapato y devuelven un vino carísimo solo para hacerse los entendidos.
Frente al problema puntual de las reservas fallidas, en las que no aparecen, no avisan que no van a ir y ni siquiera atienden una llamada de teléfono, hay poco por hacer desgraciadamente.
Si se cobra la comida anticipadamente, como hacía Martitegui en su desaparecido restaurante "Tegui", algo que no nos parece razonable porque la mayoría de los clientes cumple; o bien se aclara que, si después de 15 minutos de la hora convenida no aparecen, la reserva se cae.
Pero aquí aparece otro problema. Si tuviste la suerte de ocupar esa mesa y los que habían reservado aparecen media hora más tarde como si nada, son capaces de armar un escándalo que termina transformando peor la cura en enfermedad.
Como bien dice Matías Kreiman, es bastante improbable que consigas llenar una mesa de 8 personas después de cierto horario.
Lo único que se nos ocurre pensar como paliativo, es que los empresarios gastronómicos armen una especie de base de datos, en la que puedan volcar el nombre y apellido del que reservó y no fue, con su correspondiente número de documento. Y así crear una especie de lista negra donde nadie nunca más les tome una reserva.
Esto decían los que fundaron A.C.E.L.G.A, pero finalmente convirtieron las supuestas buenas intenciones en un negocio de pocos, en una Corpo que le hace mucho daño a la gastronomía argentina y al resto de sus colegas que no son aceptados en este clan.
Y, como siempre ocurre, pueden aparecer efectos no deseados como que te den un nombre cualquier y un número de DNI falso. No tenés forma de chequearlo.
En fin, ya aparecerán algunos críticos de Fondo de Olla © diciendo que los empresarios son negreros y que explotan a su personal. Que los hay, seguramente. Pero conocimos muchísimos que son buenos patrones. Lugares donde los mozos y los cocineros llevan décadas trabajando. Por algo será.
Una cosa no tiene que ver con la otra. Hay de todo en la viña del señor. Y la verdad es que, en general, los clientes pocas veces tienen la razón. Los que dejan una mesa vacía y encima no avisan, son mala gente. No hay derecho de joder al prójimo, solo porque nos les importa nada lo que les pasa a los que están al lado. Y después se jactan de ser solidarios. Claro, de la boca para afuera.
No hay dicho más inexacto que el que señala que "el cliente siempre tiene razón". Y, sobre todo, en gastronomía. Ignorantes que se la dan de gourmets. Nabos que, para hacerse los "langas" con la novia o la chica a la que se quieren levantar, devuelven un vino carísimo sin razón alguna. Giles que mandan de vuelta un pato porque está crudo. Bobos que piden una cuchara para comer las pastas. Y podríamos seguir media hora más dando ejemplos. Pero si hay algo inadmisible y que te indigna, son los hdp que reservan una mesa y no van, pero tampoco avisan.
Después de leer un posteo de Matías Kreiman, junto a su primo Facundo propietarios de Namida Nikkei, nos ganó la indignación. El chef publicó el siguiente comentario, acompañando la foto de una mesa preparada para personas, reservada para un sábado a la noche en horario pico.
"Esta mesa preparada para 8 personas, esperando ansiosa a sus clientes para que pudiéramos brindarle lo mejor de nosotros, quedó vacía como se ve en la foto", dice Matías.
Y agrega: "toda la noche de sábado esperando, la dejaron plantada. Nosotros preparamos un servicio y nos organizamos pensando en ella, pero por algún motivo que nunca sabremos decidieron no venir, sin avisar ni siquiera 10 minutos antes, ni contestar el teléfono que habían dejado al reservar".
Continúa Matías: "esto es algo recurrente todos los fines de semana. ¿Pero, qué se puede hacer ante esta deplorable costumbre argentina? Son los mismos que después dicen ser solidarios, pero en el día a día les cuesta mucho pensar en el otro o simplemente ser respetuoso".
"La solución facilista sería cobrar seña por reservar y meter a todos los clientes en la misma bolsa (que no nos parece justo), y ahí tendríamos que escuchar a algunos clientes decir que nos agrandamos, que nos subimos al caballo, por querer cobrar una seña, o que se enojen y no vengan nunca más a nuestro restaurante".
"En este mundo de críticas constantes en las redes y de puntuaciones a los restaurantes pienso: ¿Y quién califica a los clientes? Si hay muchísimos que no se merecen ni 1 estrella", concluye Matías.
Uno que es periodistas la mira de afuera, no la padece en carne propia. Pero sentimos empatía para con los sufridos gastronómicos que, no solo tienen que lidiar con la inflación, la falta de productos cuando los proveedores están a punto de aumentar los precios, los que prometen calidad y entregan basura; los que deben soportar la "industria del juicio", sino que además se las ven con clientes maleducados que reservar y no van o los que, en el mejor de los casos, se comportan como imbéciles y se las dan de piolas, pero cortan los fideos, le echan queso a una pasta rellena de pescado, comen la carne tipo suela de zapato y devuelven un vino carísimo solo para hacerse los entendidos.
Frente al problema puntual de las reservas fallidas, en las que no aparecen, no avisan que no van a ir y ni siquiera atienden una llamada de teléfono, hay poco por hacer desgraciadamente.
Si se cobra la comida anticipadamente, como hacía Martitegui en su desaparecido restaurante "Tegui", algo que no nos parece razonable porque la mayoría de los clientes cumple; o bien se aclara que, si después de 15 minutos de la hora convenida no aparecen, la reserva se cae.
Pero aquí aparece otro problema. Si tuviste la suerte de ocupar esa mesa y los que habían reservado aparecen media hora más tarde como si nada, son capaces de armar un escándalo que termina transformando peor la cura en enfermedad.
Como bien dice Matías Kreiman, es bastante improbable que consigas llenar una mesa de 8 personas después de cierto horario.
Lo único que se nos ocurre pensar como paliativo, es que los empresarios gastronómicos armen una especie de base de datos, en la que puedan volcar el nombre y apellido del que reservó y no fue, con su correspondiente número de documento. Y así crear una especie de lista negra donde nadie nunca más les tome una reserva.
Esto decían los que fundaron A.C.E.L.G.A, pero finalmente convirtieron las supuestas buenas intenciones en un negocio de pocos, en una Corpo que le hace mucho daño a la gastronomía argentina y al resto de sus colegas que no son aceptados en este clan.
Y, como siempre ocurre, pueden aparecer efectos no deseados como que te den un nombre cualquier y un número de DNI falso. No tenés forma de chequearlo.
En fin, ya aparecerán algunos críticos de Fondo de Olla © diciendo que los empresarios son negreros y que explotan a su personal. Que los hay, seguramente. Pero conocimos muchísimos que son buenos patrones. Lugares donde los mozos y los cocineros llevan décadas trabajando. Por algo será.
Una cosa no tiene que ver con la otra. Hay de todo en la viña del señor. Y la verdad es que, en general, los clientes pocas veces tienen la razón. Los que dejan una mesa vacía y encima no avisan, son mala gente. No hay derecho de joder al prójimo, solo porque nos les importa nada lo que les pasa a los que están al lado. Y después se jactan de ser solidarios. Claro, de la boca para afuera.