Editorial

Aire Libre

Lunes, 31 de agosto de 2020

Finalmente, el gobierno de CABA decidió autorizar la reapertura de los bares y restaurantes, aunque por el momento solo en espacios abiertos, ya sea internos como externos. Aunque hace frío para comer al aire libre, al menos desde hoy tenemos esa sensación de mínima libertad para hacer una de las cosas que más nos gustan.

Salís a la calle y pareciera que no hay cuarentena por la cantidad de gente que circula sin que nadie les pregunte nada. Hay negocios de todo tipo abiertos, incluyendo artículos que no son necesarios para subsistir. Hay inclusive transeúntes sin barbijos. 

Pero querés comer y solo te dejan si te llevás la comida a tu casa. Al menos eso es lo que ocurría hasta ayer, 30 de agosto en CABA, a cinco meses y medio del comienzo del encierro universal y obligatorio.

Pero sucedió lo inesperado. Mientras a nivel nacional y en el ámbito de la provincia de Buenos Aires (aun con intendencias que se han rebelado, como San Isidro) no se produjo ninguna flexibilización, al fin el jefe de gobierno porteño se puso los pantalones y comprendió que el sector ya no aguanta más y que la población tampoco.

Será porque pese a que un colega dijo que la industria de la gastronomía está dividida, juntar 50.000 firmas y la adhesión de un altísimo porcentaje de bares y restaurantes de la ciudad para que las sillas no estén más al revés no es moco de pavo. Lo cierto es que a partir de hoy se puede hacer servicio de mesa en espacios abiertos al aire libre.

Va de suyo que muchos restaurantes ya contaban con la estructura para llevar adelante esta modalidad. Lo mismo ciertos bares, cervecerías, hamburgueserías, etcétera, cuyos clientes en forma mayoritaria compraban adentro y consumían afuera.

El gobierno nacional espera, pareciera, que estemos todos contagiados para habilitar cosas de nuestra vida normal anterior. Podrá discutirse esto o no, pero los resultados están a la vista y las experiencias también. Se ha criticado a Chile, a Suecia, a Finlandia, a todo el mundo, nos han desmentido, hemos sido el hazmerreír del planeta y estamos entre los países con más contagios. Solo tienen como bandera que la tasa de letalidad es aún baja. Pero no tiremos manteca al techo ni escupamos para arriba, porque el Coronavirus es un boomerang que vuelve y te deja KO.

Entiéndase bien, no estamos pidiendo que no se tomen los recaudos sanitarios de prevención. No queremos más contagios ni muertes. Solo creemos que en lugar de cerrar los aeropuertos internacionales dentro del territorio antes de que la pandemia ingresara al país, lo que se hizo fue meternos a todos en arresto domiciliario mucho antes de lo que la coherencia indicaba.

Hoy, con las últimas medidas anunciadas por el Presidente de la Nación, al concluir la nueva extensión de la cuarentena, estaremos superando largamente el medio año de inactividad para la gastronomía. Nadie soporta una situación semejante con la mínima ayuda que dio el Estado hasta ahora.

Por eso fue muy oportuna la campaña "Sillas al Revés", que exhibió el mayor grado de unidad del sector en toda su historia. Larreta tomó el guante, armó la guardia, soportó los embates K y por primera vez se puso los pantalones largos. Era hora.

Celebramos esta reapertura, que es a medias, pero reapertura al fin. Algo que no tenía sentido continuar prohibiendo. De hecho un lugar tradicional como Caffé Tabac debió soportar hace pocos días una multa, porque se habían colocado mesas en la vereda aunque sin prestar servicio de atención al clientes. 

Se generó además una andanada de "visitas" inoportunas de inspectores municipales a los restaurantes y bares, buscando el pelo en la sopa que no encontraron casi en ningún lado. Tampoco la quinta pata del gato que caza ratas y ratones.

En una rápida consulta con algunos lugares emblemáticos de la gastronomía porteña nos encontramos de todo. Desde los que han instalado el servicio "al paso" como Mercado de Liniers (sin servicio de mozos por el momento); hasta los que reabren resguardando la salud de los clientes a través de infraestructura que ya contaban y reduciendo la cantidad de clientes (por ejemplo, separación de mesas y solo cuatro personas como máximo en cada una de ellas) como es el caso de La Mar Cebichería.

Desde los que están buscando financiación para adoptar las medidas necesarias requeridas, hasta los que no perdieron un minuto como Don Julio, que hoy mismo volvió a prestar su servicio en las veredas de las calles Guatemala y Gurruchaga. O de los que sacarán mesas a la plaza como Tanta, en el mismo lugar donde ya prestaban el servicio antes de la pandemia locales como Cincinnati y Deltoro

Bienvenido sea que de a poco volvamos a la normalidad. Claro está que hay factores que nos impiden ser tan optimistas como pareciera a simple vista. Todavía queda por delante un mes de frío, tres semanas hasta la llegada de la primavera. 

Asimismo, hay que considerar otras dos dificultades de peso. Una es que la gente no puede movilizarse sin pedir permiso. Les queda ir a comer a los lugares que están cerca de su domicilio. El otro es que la economía hogareña ha quedado maltrecha, no hay un peso para salir a comer afuera.

Por desgracia, para muchos es demasiado tarde. Se han quedado en el camino nombres de peso en el mapa gastronómico de la ciudad.

Mientras tanto, un hecho auspicioso es que la Legislatura porteña decidió que los restaurantes y bares dejen de pagar el impuesto a los ingresos brutos por seis meses. Tardaron en darse cuenta de que era ridículo cobrar ese tributo a los que no dejaban abrir sus puertas.

Pero en la misma petición de "Mesas al Revés", se pidieron otras medidas paliativas de carácter tributario, que en algunos casos exceden al gobierno comunal y deberían merecer la atención de las autoridades nacionales.

Como clientes asiduos de los restaurantes y bares, sufrimos la imposibilidad de salir a comer como era habitual. Pero mucho peor es la situación de quienes nos brindan ese servicio, obligados a no atender al público durante más de medio año. 

Y ni hablar de los empleados, que han dejado de cobrar parte de sus sueldos y las jugosas propinas que solían dejar los clientes habituales.

Sea como fuere, viva el aire libre. Que se llenen de mesas y sillas con las patas para abajo en veredas, patios, plazas, terrazas, calles. Queremos cuidarnos pero no a costa de nuestras libertades individuales. 

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