Tribulaciones de un argentino que llega a Ezeiza

Soy un salamín

Jueves, 6 de diciembre de 2018

Me revisaron los bolsos de tela de avión por un salame, en realidad un supuesto salame. Mientras uno llegaba modestamente de Lima con su carga de pisco, un recién llegado de Miami pasaba con cinco valijas frente a la mirada indiferente de una empleada de Aduana con cara de necesitar una alegría. Todo por culpa del salamín que no era tal.

No había luz roja ni luz verde, quizá sea una protección para daltónicos. Lo cierto es que uno regresa al país y de entrada se encuentra con empleados de Aduana caracúlicos y con ganas de romper los quinotos.

Que al fin y al cabo uno no es un contrabandista y si trae algún alimento es para consumo personal. Pero ni eso. Solo pisco (el viaje era proveniente de Lima), algunos quesos italianos envasados al vacío, un que otro sachet de salsa de ají amarillo, un Amarone italiano y un Tokaji 6 putonyos. No mucho más que eso. Nada prohibido por la ley.

Llegados al área de Aduana, todo el equipaje pasó rumbo al escáner y la señora en cuestión, con cara de pocos amigos y quizá también de una necesidad fisiológica, pidió que abriéramos los bolsos de mano de tela de avión. No había nada que temer, obviamente, solo había pares de zapatos y zapatillas, algo de ropa comprada (eso no paga derechos) y un par de cosas irrelevantes.

Abriendo el bolso rojo, la aduanera pregunta: ¿"dónde está el salamín"? "Má qué salamín? No hay embutidos". Revisa minuciosamente manoseando todo el contenido, hasta que da en la tecla. Era, chan chan, una percha que a los ojos del escáner parecía un salame. "Pensé que traías un salamín", dijo la empleada pública, mientras al mismo tiempo un viajero proveniente de Miami pasaba con cinco voluminosas maletas. Que traía de todo pero no salame, porque de Miami no se trae salame, precisamente.

Pero esto no fue todo. Abriendo el bolso negro. Acá no había percha sino ropa y algo que habíamos olvidado por completo. Como la susodicha no encontró ningún salame tampoco en el segundo bolso, preguntó temiendo lo peor: ¿"qué es esto"? Esto era una torta que nos había regalado el día anterior Astrid Gutsche, cuando terminábamos de festejar el cumpleaños en Astrid & Gastón. "Es una torta, pero dulce, no lleva salame", le dijimos a la controladora de nimiedades importadas.

"Está bien, pase", dijo sin ponerse colorada ni pedir disculpas. Lo que derivó en una escapada rauda ante el temor de que siguiera buscando un bendito salamín en el resto del equipaje.

Los alimentos que uno puede ingresar al país están estipulados en la reglamentación pertinente de Aduana, pero de manera algo confusa: "El SENASA informa que ante la detección de estos productos sin el cumplimiento de las pautas antes mencionadas, se procederá a su decomiso, desnaturalización y destrucción con el labrado del acta de constatación correspondiente. Ejemplo de mercaderías más comunes que se pueden detectar:

- Carnes frescas, enfriadas o congeladas de cualquier especie. - Carnes curadas - Comidas elaboradas a base de productos de origen animal (carne, queso, etcétera). - Salazones crudas (jamón crudo, bondiola) - Salazones cocidas (jamón cocido) - Embutidos frescos (chorizos, salchichas)

Más que razones concretas de protección sanitaria, hay semiescondidas razones proteccionistas. No se puede traer, por ejemplo, una pata de jamón ibérico pero sí un sobre envasado al vacío.

Eso sí del salame, no dice nada. 

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