La excentricidad al palo

La noticia no pasó inadvertida. El que para algunos (no tantos) es el mejor chef de la Argentina y el que tiene uno de los mejores restaurantes del país, de América latina y del mundo, se llevó toda su brigada de cocina (la de Tegui) para instalarse en el valle de Uco y ofrecer un menú de once pasos entre los viñedos de los hermanos Michelini.

Por un lado hay que decir que existe coherencia entre uno y otros. Martitegui y los tres Michelini son también excéntricos. Hacen vinos que no respetan reglas, que son turbios, con poca graduación alcohólica, anaranjados, ácidos como un limón recién exprimido.

¿A quiénes les gustan esos vinos? A jóvenes sommeliers trasnochados (y trasnochadas, no es que ahora hablemos como Cristina, sino que queremos aclarar que ellas son las más fanáticas de estos vinos al borde del ridículo).O a  periodistas que quieren quedar bien con Dios y con el diablo.

Hacer un torrontés naranja no es Brutal, es absurdo. 

Hacia allí fue a cocinar el cocinero de los jurados. Que tiene tanta prensa que es capaz de lograr que digan que vale la pena pagarse un pasaje aéreo a Mendoza y luego un remise al Valle de Uco, solo para comer las excentricidades que hay que reconocer, en todo caso, que se casan a la perfección con vinos que rozan el absurdo.

No sabemos cuánto vale ese menú, pero a uno el viaje no le compensaría ni siquiera si viviese en la capital mendocina.

Germán, que ya no tiene una bodega seria detrás, que cambió de banco, buscó donde había más afinidad, en los excéntricos Michelini y en el cuento chino del ICBC.

Estas no son alas, esto no es libertad, es Demente como uno de los vinos de los susodichos. No se trata de una Vía Revolucionaria, es excentricidad al palo. Y lo más triste es que si quisieran harían grandes vinos.

De la comida, bien, ya hemos hablado bastante como para seguir gastando pólvora en chimangos. Buena pero nunca la mejor. Sin lobby detrás sería otra historia. Aprovechen mientras les dure.