La costumbre ibérica de comer mucho en porciones chicas, que permiten probar de todo un poco (tapas, pintxos, montaditos o como se los quiera llamar), es el leit motiv de este lugar ubicado estratégicamente en una esquina del barrio de Las Cañitas. Sabino hace honor a la cultura del pintxo, aunque con un volumen que supera a lo que conocemos por estos lares. De manera que no se trata ortodoxamente de pequeñas porciones, sino que alcanza y sobra con no más de tres o cuatro pinchos para conformar una suculenta entrada y hasta algo más. El menú de Sabino rinde tributo a “la amistad, la gastronomía ancestral y la familia”, más allá de que la carta también incluye platos porteños como milanesas y supremas, y también algunas pastas. Pero la esencia del lugar es bien hispánica, llevada a la práctica por el chef Alejandro Guardamaña, con predominio vasco, pero extendido a otras regiones de la península, como Madrid y Barcelona. Vale la pena aclarar antes que nada que si los pintxos son copiosos, no menos lo son los platos principales, o sea que hay que considerar esta situación para optimizar aún más la relación precio calidad. Los pintxos salen en forma de montaditos o brochetas: mollejitas al verdeo, gambas al ajillo, paletilla de cordero al uso vitoriano, de merluza con chupito de ajo, salmón rosado con manteca negra. También un muy rico chupito de setas y cordero en piperrada. También pueden pedirse en tablas (“A la Amak” de seis unidades; “Como nos gusta” de doce, y “Sabino” de dieciocho). Otras opciones son las tablas campestre y de mar.
Sabino es lugar de pinchos y tapas, pero también de platos con raigambre española. Del Madrid de Sabina y de la Barcelona de Serrat, a las puras tradiciones vascas.
Entre los pescados y mariscos, un plato “estrella” es el marmitako de abadejo con salsa de pimientos de piquillo con aliño de aceite de oliva y ajos asados. Proponen además pulpo a la plancha con patatas y hojas verdes; cazuela de mariscos y paella a la valenciana, todos para compartir. Un must de la carta es también la paletilla de cordero al uso gastizkarra, cocinado durante 48 horas en vino Borgogna y finas hierbas, que sale con patatas paille.
Los postres son bien clásicos, más al estilo porteño: panqueques de manzana al rhum, flan y “Don Pedro”. Excelentes opciones de cerveza tirada Heineken. La carta de vinos es amplia, pero con mayoría de bodegas grandes. Los precios son razonables, de vinoteca. Valor promedio: desde $ 150, menú de mediodía de lunes a viernes a $ 70 (precios a julio de 2013). Servicio de mesa: $ 17.
Un restaurante de campo como los hay a montones en Italia. Peumayén, cuyos dueños son descendientes de alemanes del Volga, ofrece una cocina auténtica en la que se entremezclan platos autóctonos y de inmigrantes.