Sólo escombros quedan de aquella Recoleta gastronómica, frente al Cementerio. Hoy, apenas subsiste un par de lugares decentes y muchos otros olvidables con gente “volanteando” en la puerta. Pero cada vez se hace más difícil atrapar incautos.
Nos comentaba un restaurateur que acaba de abrir un exitoso local en la zona, pero no sobre la calle Roberto M. Ortiz precisamente, que algunos colegas vecinos lo “visitaron” cuando abrió su nuevo restaurante, para saber algo más sobre la propuesta que se abría en el barrio. Basta observar el actual aspecto de esa zona, donde al decir de un funcionario “hay gente bien vestida “caceroleando”, para darse cuenta del ocaso definitivo de una de las zonas gastronómicas que hace pocos años atrás, hacía mucho ruido en Buenos Aires. Eran las épocas del Gato Dumas, en cuyo bunker era toda una tentación “ver y ser visto”. Pero también estaba Lola en su apogeo (el único que ha quedado en pie junto con La Biela, aunque éste sea apenas un bar). Y también San Babila, un auténtico ristorante de cocina milanesa con la famosa “polentera” a la vista de los comensales. El viejo Munich ha perdido el prestigio de antaño, al igual que el resto de la cadena que subsiste pese a todos los avatares (pero la mayoría ha cerrado). Y vemos a Clark’s, un clásico que ya también luce devaluado desde hace tiempo. Por lo demás, hay una serie de locales donde si uno mira desde afuera, saldrá escapando raudamente para evitar que lo acosen con los volantes y los menús especiales recitados por los que están en la puerta, a la caza de incautos.
El panorama resulta desolador. Ambos Fondo de Olla estuvimos comiendo un martes en el restó de la otra cuadra, atiborrado de gente con perfil más bien “gourmet”. De vuelta para Las Heras, caminando por Ortiz, veíamos sólo un par de mesas en cada local, lo que provocaba desconfianza en cualquier cliente potencial, transeúntes más preocupados por huir de los “volanteros” y de los cirujas y mangueros que han hecho a la zona muy fea e insegura.
Todo tiempo pasado fue mejor. Hoy en día, ir a comer a la Recoleta tienta menos que viajar en el Sarmiento en hora pico.
La pregunta que cabe es: ¿a qué se debe el ocaso? Quizá sea que la zona dejó de ser atractiva, especialmente en horario nocturno. También resulte posible que se zarparon con los precios, más cerca del nivel de La Bourgogne, ubicada por ahí cerquita nomás, con lo cual la gente huyó hacia otros barrios. También es verdad que el enclave pasó de moda, como suele ocurrir. Lo cierto es que hoy por hoy, repartiendo volantes en la puerta, acosando público local y turistas extranjeros (que por lo general suelen ir al cementerio y no a comer), mostrando asadores con carnes recocidas y salones vacíos, y con una inflación galopante que no puede trasladarse al valor de los platos, a estos grises lugars de comida, les quedará poca vida. Lo decimos con nostalgia, pues era una de las zonas más “gourmet” y lindas de la ciudad, de la que sólo quedan los escombros. Una verdadera lástima.