En Vía Muerta

Viernes, 31 de mayo de 2013
La “Experiencia Ferroviaria” del Gato Viejo termina en vía muerta y sólo despierta alguna simpatía por la extravagancia del anfitrión. Dicen que si no te gusta la comida, te vas y listo, pero la verdad es que da miedo salir del Galpón 15 de Retiro sin haber pagado la cuenta.



Aclaramos que no se trata de una crítica gastronómica, porque nosotros no hemos juntado coraje como para vivir la “Experiencia Ferroviaria”. Bastante tenemos con viajar todos los días desde la estación Colegiales (donde encima corrés el riesgo de caer en un pozo porque Mauricio está haciendo el túnel de Lacroze), viajando en trenes desvencijados, en vías destruidas que hacen tambalear las formaciones y sin que se cumplan siquiera mínimamente los horarios. Donde a veces (muchas veces) el tren llega con cuatro vagones y la gente no entra, salvo que los funcionarios del gobierno crean que somos sardinas a punto de ser metidas a presión en una lata. Si encima tenés que comer en galpón lleno de trastos viejos, donde la limpieza brilla por su ausencia, donde las condiciones de higiene del cocinero dejan mucho que desear, no importa tanto que puedas irte sin pagar si te pareció un asco lo que te sirvieron. Estamos hablando del “Gato Viejo”, nada más y nada menos que Carlos Regazzoni, artista plástico o mejor dicho “artista fierrero” muy conocido en París (donde vivió muchos años), cuyas obras realizadas con hierros retorcidos son muy demandadas en el exterior. Cuando no está bajo la Torre Eiffel observando cómo Francisco prepara el “último sánguche en París, el Gato se transforma en cocinero o al menos hace que cocina en su propio taller. Tengo algún dato que me pasó un amigo gourmet que se armó de coraje y fue a comer al galpón. No iría nuevamente, por cierto (de él estoy hablando). Y menos aún en invierno, donde las salamandras no alcanzan para hacerte entrar en calor. Podrías beberte un par de botellas de Atilio Avena Roble para lograrlo (al menos el Gato Viejo pone uno de los mejores vinos en cuestión de relación calidad precio que hay en el mercado).

Un domingo de éstos, aguardando no sé si el partido de turno,  o qué otra cosa en la tele, me encontré con un programa de cable (me parece que era el Canal Metro), donde el increíble Regazzoni cocinaba unas olivas all’Ascolana (que él llamaba rellenas de no sé qué cosa), luego preparaba una polenta preparada sobre la mesa, que luego era ahuecada en el centro para tirar ahí nomás adentro un tuco de liebre, y luego el queso y dulce “ferroviario”, que en todo caso era una especie de “vigilante sobre rieles”. La verdad es que no sé qué cobraría el Gato Viejo por ese menú, pero esta vez se veía a los técnicos del programa y los camarógrafos observando con cara de espanto lo que el anfitrión les había invitado a probar. Yo creo que hubieran pagado para no tener que manducar la liebre y la polenta. Encima, pasó a degüello una botella de Chandon que el dueño de casa presentó como si fuera un Cristal auténtico.

Puede parecer extravagante y simpático. Regazzoni es un loco lindo. Eso le ha permitido vender sus obras (que merecerían ser juzgadas por un experto y no por un neófito en arte como yo), en varias partes del mundo. Además, construyó por encargo un monumento de homenaje a Perón, en la entrada al pueblo de Cali Fidalgo, General La Madrid. Es amigo de varias figuras del jet-set internacional. Dicen que conoció a Brigitte Bardot cuando era joven y lindísima. Pero si me tengo que atener a lo visto por la tele y a los informantes de turno, a su cocina ni me arrimo. Es feo comer rodeado de mugre, pero parece que hay gente que quiere pasar por experiencias “fuertes”. Muchos de ellos son turistas, que llegan al galpón después de preguntar una y mil veces dónde queda “El Gato Viejo”. Otros son locales, que no tienen mejor lugar dónde ir a comer. Y Regazzoni dice que su cocina ferroviaria la aprendió a la vera de las vías, con pocos elementos distribuidos arriba de una zorra, en los páramos de la Patria cuando aún no habían llegado el Turco y el pelado desguazando los ferrocarriles (recuerden el famoso “tren que para, tren que cierra”). Dicen que en el galpón de Retiro pagás según el humor del anfitrión, algo así como en el “Guido’s Bar”. A la luz de los hechos, poco es mucho. Y si es mucho, te podés subir a la Autopista Illia y suicidarte ahí mismo tirándote al vacío.

Si aún así querés pasar por la “Experiencia Ferroviaria”, podés arrimarte a Libertador y Suipacha, ingresá por el portón, dirigite hasta el Galpón 15 y comé, te vas a parecer al gordo de la tele, que come todas las porquerías habidas y por haber (aunque cuando vino al país, no se animó a los chinchulines de chivito de Hugo en La Brigada). Y te dejamos el número de teléfono por las dudas (4315-3663). Tenés vía libre, pero tené cuidado de no tomar por la vía muerta.

 

Foto: Flickr CC  Pablodda

 



 
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