Oporto Almacén hace un elogio de la simpleza, que se basa en lo más granado de la cocina porteña, que se gestó a través del aporte de los inmigrantes de todo origen que llegaron al país.
Fue el último batacazo del año. Un 2013 que estuvo signado por la búsqueda de calidad pero sin “asesinar” el bolsillo de los clientes. En épocas de inflación es cuando el restaurateur debe apelar a todo su ingenio para captar al cliente; eso evidentemente lo han logrado en Oporto Almacén, inaugurado hace pocas semanas. La propuesta es vinoteca + rotisería + casi bodegón (no por nada la casa cuenta con una réplica del mostrador de Miramar, que en este caso divide cocina de salón). Claro que Oporto posee una estética diferente, obra de Horacio Gallo, donde abundan los azulejos (un icono de la ciudad portuguesa de Porto), un sector de Rotisería (para llevar a casa pero también para pedir en la mesa), tres niveles (el el primer piso funciona la vinoteca con algunas mesas para quienes deseen comer allí) y una terraza. No vamos a extendernos más en la ambientación, aunque sea motivo de curiosidad y sorpresa para el público. Preferimos ir de lleno a lo que más nos interesa, que son las comidas y las bebidas. Si se pensó que el vino iba a ser protagonista, así ocurre, pero la noble bebida tuvo que compartirlo con la cocina de Tomás Di Lello y Luis Gutiérrez, el primero muy joven y con toda la impronta de las nuevas tendencias en boga, y el segundo un “trabajador” como los cocineros de antes. Ambos han logrado recrear los viejos platos porteños, pero agregando un toque de modernidad que los potencia. Por ejemplo, la lengua a la vinagreta y el vitel toné, que nos llegaron como invitación de la casa, fuera del pedido, con el sabor original y aggiornados en su presentación. Hay otras delicias que provienen de la Rotisería, como el jamón casero horneado, terrina de carne al oporto, una mousse de foie que probamos como opción del día y mucho más. Al mediodía también tienen un menú muy conveniente. Del menú “principal” podemos decir que es una oda a la simpleza, bien porteña, donde la nostalgia nos remite a lo que comíamos en nuestras casas de inmigrantes. Por caso los buñuelos de espinaca con mayonesa casera (casi olvidada en la gastronomía local), matambre con rusa, salchicha parrillera con cebollas y aceto, y alcaucil con oliva y limón. Y principales como el raviol de berenjena con tomate fresco, milanesa de lomo napolitana con ensalada de rúcula y almendras, pasta italiana con hongos al gratín, ojo de bife con papas dauphine. También hay sánguches, ensaladas y tartas. Y postres no menos porteños, como flan de dulce de leche con crema fresca, “chocolate, naranja y chocolate”, queso y dulce.
Oporto Almacén es un ejemplo claro de cómo se puede dar de comer muy bien y a precio razonable. Podríamos definir a su cocina como un "elogio de la simpleza".
Hay que tener en cuenta que la carta de vinos es obra de expertos, y claro que se nota. También los precios son de vinoteca, agrupados en forma didáctica, como espumantes método tradicional (hasta tienen el tremendo Cuvée Milesimée 2008 de Rosell Boher, obra maestra de Pepe Martínez Rosell); blancos frescos y ligeros, de volumen medio y untuosos, y de gran volumen; tintos ligeros y frutados, de cuerpo medio y de gran cuerpo; vinos para postre (con el Porto Taylor Fine Tawny, que puede pedirse por copa a $ 30), un par de rosados (el increíble blanc de Malbecs de Vicentín) y etiquetas del día. El valor de servicio de mesa es de $ 12 (los panes son caseros). El café es Illy. Vale la pena este almacén, la verdad es que Oporto se porta.
Un restaurante de campo como los hay a montones en Italia. Peumayén, cuyos dueños son descendientes de alemanes del Volga, ofrece una cocina auténtica en la que se entremezclan platos autóctonos y de inmigrantes.