Es como una picadora de carne (pura grasa como la de las hamburguesas industriales). Masterchef es una absurda manera de gastar dinero en producción y dar lástima. Por los participantes, el jurado y también nosotros, los telespectadores.
Nos estaban esperando, así lo hicieron saber muchos lectores que aguardaban la crítica del programa MasterChef, que Telefé emite los domingos por la noche, quizá para restarle el público que no es capaz el fútbol de quitarle a Lanata. Debo confesar que no vi el primer envío del ciclo por encontrarme en Perú. El segundo lo vi completo. El tercero, no, ya que estaba en la cancha viendo fútbol. Y el cuarto capítulo lo seguí en cuentagotas. Haciendo zapping, entre el partido de Olimpo con River y PPT. Pero debo decir que con lo visto alcanza y sobra. MasterChef no es un puré hecho por cocineros de verdad, ni siquiera usan papas de buena calidad, sino un puré industrial hecho con lo peor que hay en el mercado. MasterChef es una burda copia subdesarrollada del original, que ya por grotesco nos parecía malo. Imagínense éste. Cuesta creer que exista tamaña inversión para hacer un producto tan pobre. Más aún, resulta patético que haya espectadores que se regocijen con la humillación ajena. No sabemos qué criterio usaron los organizadores para elegir a los participantes. Sí sabemos que se denunciaron irregularidades.
Menos aún comprendemos la elección de los jurados. Se lo nota perdido a Donato, un cocinero mediático pero ciertamente profesional en lo suyo (la recreación de recetas italianas), cuyo nombre de pila ya lo identifica sin necesidad de decir su apellido (como Francis, claro, pero también como Dante, tal vez para demostrar que la fama la podés conseguir en la tele o dentro de la cocina, laburando de verdad). A Donato le queda mejor la comedia que el drama, es un showman que cocina y lo hace muy bien. Nos divierte. Pero uno no entiende qué hace en este programa, aún cuando su esposa se enoje cuando alguien diga que le parece que no debiera estar allí. El Tano es un buen tipo y mejor profesional, por eso no entendemos su participación en MasterChef. Los otros dos, el francés y el indescifrable Martitegui son dueños de otra historia.
Sin dudas que a cierto tipo de público le gustará MasterChef. Pero es una clara vulgarización de la cocina, donde se apela a la humillación constante de los participantes.
Hay que decir que Christophe Krywonis supo ganarse un espacio en la gastronomía local, con el restaurante palermitano que llevaba su nombre. Pero el bistró tuvo que cerrarlo hace mucho tiempo. Se le había perdido el rastro, hasta que recaló en la tele. Recientemente fue contratado como asesor en Cabernet, el restaurante de la calle Borges que nos gustaba mucho más cuando estaba Joaquín Alberdi. Pero la Argentina es un país generoso, donde cualquier extranjero medio pelo pasa a ser Gardel y Lepera sólo por portación de nacionalidad. Le sale bien al francés su papel de malo, sólo que podría decir las cosas con menos soberbia. Quizá le guste humillar de esa manera a los participantes. Tal vez lo haga por obligación. A uno de sus colegas (lector de Fondo de Olla) que osó criticarlo, lo trató de manera desproporcionada y grosera. Como un francés malhumorado.
Lo de Martitegui suena distinto. Es un cocinero de larga trayectoria, que ha sabido hacer éxitos como Casa Cruz y Olsen. Hoy está dedicado mayormente a Tegui, considerado por un grupo de jurados anónimos como el “mejor restaurante” de Buenos Aires. No le quitamos mérito, pero lejos estamos de considerar a Tegui como el top porteño. El oriundo de Necochea supo hacerse lobby o por ahí se lo hicieron sin que él lo supiera, pero hay que decir que siempre se había mantenido en una postura discreta, lejos de las cámaras y apegado a su estilo, que no siempre nos gusta por la excesiva utilización de ingredientes y extraña mezcla de sabores. Lástima también que se ocupe de desmerecer a la prensa que no le es adicta, aunque justo es señalar que “la casa se reserva el derecho de admisión” y está en su derecho. La culpa no es del chancho sino del que le da de beber (café en cápsulas para ser concretos).
Los jurados de MasterChef dan una imagen paupérrima, lamentable. Son victimarios de una pobre gente que quiere llevarse un premio, pero antes deberá soportar la humillación permanente. Está claro que así es el formato, es lo que vende. Habría que ver si en sus restaurantes estos chefs tratan tan mal a su brigada. Sabemos que Donato no; de los otros no podemos asegurar nada porque hablaríamos por boca de ganso. Pero no hace bien verlos en ese papel de bulldogs “caracúlicos”.
Pero ya poniéndonos en meros telespectadores, obviando nuestro papel de críticos gastronómicos, podemos decir que el programa nos parece aburrido y reiterativo; encima con tandas kilométricas (menos mal que el zapping te deja ver algo de fútbol o a Lanata. En síntesis, MasterChef es apenas un puré aguachento. Habrá que ver si el rating lo sigue acompañando; es lo de menos. En una tevé tinellizada, todo es válido para captar audiencia. El fin justifica los medios. No sabemos cuánto cobran los tres chefs que actúan como jurados. Sólo podemos agregar que les han tirado su prestigio a los perros. Para hacerla completa, los productores debieran poner a las chicas que cocinan en pelotas, así la vulgaridad llegará a su máxima expresión.