MasterChef me exaspera

Martes, 5 de mayo de 2015
¿Qué le ve la gente a MasterChef? Seguramente que no lo mismo que nosotros. El rating lo sigue acompañando, a diferencia de lo que pasó este año con el engendro conducido por Julián Weich. Y los tres cocineros (o dos, porque Donato ya lo era) se hicieron tan famosos que hasta les firman autógrafos a los policías.

Confieso que el francés no me cae bien. Y a los participantes de MasterChef mucho menos, me parece. Su aire sobrador ya cansa, sus actitudes humillantes para con los aspirantes a cocineros, ya se pasan de la raya. Días atrás, en el ámbito de Lucullus, la feria de gastronomía gala realizada en el Hipódromo de Palermo, veíamos a Christophe sacándose fotos hasta con los custodios. Es que su caso es el más paradigmático, pasó de ser un cocinero casi desconocido (salvo para el ambiente gastronómico) a una figura de la tele. Que lo aproveche. Lo triste es que el hombre salió a decir en una nota del diario La Nación, que según una periodista él y sus amigos de MasterChef habían hecho en siete capítulos más que la prensa gastronómica en siete años (sic). O sea que el muchacho grandote también se la creyó. Cosas de la fama (¿efímera?).

Pues bien, en el cuentagotas de nuestra paciencia para ver este programa, no hemos podido más que seguirlo en tandas de diez minutos. Basta y sobra. Es más de lo mismo, si viste la primera edición que ganó la pobre Elbita, no vas a encontrar nada nuevo. La exasperación hace que uno haga zapping espantado.

El que más nos exaspera de MasterChef es el francés, el menos cocinero de los tres y el que tiene actitud de sabérselas todas. Extraña la gente que por un rato de fama se deja humillar frente a millones de personas.

Todos los lectores de FDO saben que Martitegui no es santo de nuestra devoción, pero no podemos menos que reconocer que de los tres es el más talentoso. Y que lo suyo está a un nivel superior respecto de estos colegas. ¿Hay necesidad de que les tire su prestigio a los perros? Merecería algo mejor, por sus quilates de cocinero al menos. Y Donato, cuyo nombre hace rato ha trascendido más allá de su apellido, también merece otra cosa. Es un cocinero simpático y muy profesional, al margen de la fachada de actor que tanto le ha repercutido en su trayectoria en nuestro país. Una cosa es el marketing, otra muy distinta su capacidad, que la tiene por más que él mismo haya decidido darle protagonismo a lo otro. A ambos, el pelado y el tano, se los nota cada vez más incómodos, a diferencia de su socio en el jurado que se retuerce de placer al humillar a los participantes con su aire de superioridad. Quizá sea una pose, probablemente. Es lo que le piden, tal vez. Pero la exacerbación del personaje no le hace nada bien a su imagen.

Está claro que al escribir lo que uno piensa se nos cierran las puertas. De Cucina Paradiso, de Tegui (en este caso se cerraron por otro problema), quizá ¿del restó donde asesora el francés, aunque los dueños sean gente amiga? Pero no importa, con la verdad no ofendo ni temo, como alguna vez dijo Artigas.

Para nosotros MasterChef es un programa de cuarta, que desmerece a los que trabajan en serio en la cocina, a los que tratamos de ser coherentes con nuestro estilo periodístico, a los televidentes que tienen al menos ciertas exigencias gourmet. Es verdad que hay una franja de público muy grande a la que le fascina el programa. Y que poco les importe a quienes ganan dinero con MasterChef, lo que nosotros podamos decir y pensar.

Cierro la nota con algo que me dijo alguien de mi familia: “papá, si alguna vez aparecés en un programa como ése no te hablo más”. Clarito no. Muchas veces tenemos que escuchar a nuestros hijos, antes que dejarnos obnubilar por cinco minutos de fama.
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