Nada más repugnante que una hamburguesa comprada en una cancha de fútbol. Los choripanes son un desafío, no sabés de dónde salieron los embutidos. Y la gaseosa es de máquina (jarabe superdulce) o de botella grande y sin burbujas.
Los que me conocen saben que soy habitué de las canchas de fútbol. Nunca como nada, porque te cobran cualquier cosa. Pero no dejan llamarme la atención ciertas cosas. Como por ejemplo, que te cobren $ 10 una garrapiñada en la tribuna, y a la salida baja a $ 3. O que un vasito de Coca cueste lo mismo que una lata de la misma marca en la Cancha de Polo ($ 15). Imagino que la concesión para el Campeonato Argentino de Palermo debe valer mucho más que lo que pagan los que venden estas cosas en, por ejemplo, la cancha de Tigre, la que más visito desde que tengo uso de razón.
Hoy, con los horarios insólitos de los partidos, te encontrás en los estadios con hambre. Te ponen un partido a las 14 (ya no, en temporada invernal y otoñal), y cuando llega el entretiempo te morís de hambre. No te queda otra que bajar y comprar semejantes porquerías, como un Paty (así le dicen los hinchas, nunca hamburguesa) recontracocinada y un vaso de gaseosa sin gas porque se está terminando la botella. El choripán “mamma mia”, encomendate a la Diosa fortuna. Te podés agarrar una intoxicación de aquellas. El combo hamburguesa o chori más bebida, cuesta módicos $ 33 (mejor decir médicos, porque vas derecho al hospital). Y a veces te metieron el partido a las 22, porque en Colombia son dos horas menos, o en Brasil hay una telenovela muy vista por la gente.
El tema de las golosinas es un gran curro. Turrones, garrapiñadas, caramelos. Que manera de añorar al viejo Chuenga, que te daba los caramelos de su invención según lo que entraba en su mano, sólo que a veces la abría más o menos según la cara del cliente. El tipo andaba siempre por la cancha de Defensores de Belgrano, aunque a veces se dejaba ver por otros estadios. Ni hablar de la pizza canchera que comíamos a la salida de la cancha de Racing. Pero era una salida momentánea, a las 11 empezaba la tercera, a las 13 la reserva y a las 15 la primera. Podías entrar y salir con tu entrada para ir a comer algo por ahí cerca. Qué tiempos aquellos, sin drogas ni pulmones de tribuna. A lo sumo te comías una piña pero nada más que eso.
En cada estadio había una cosa que llamaba la atención. Nosotros, en Tigre, teníamos al vendedor de alfajores, Pirulo. Le gritabas desde arriba y te los arrojaba o como mucho hacía un pasamano ida y vuelta (el regreso era con la guita).
Todo tiempo pasado fue mejor, por supuesto. Hoy te venden basura y te la cobran lo que les parece (te roban). Y como no podés entrar nada al estadio, sonaste, sólo queda dejarte afanar o morirte de sed o de hambre (prefiero esto último, sin dudas). No hay nada que hacerle, comer en la cancha es un lujo antigourmet.