Los políticos se metieron en la cocina

Martes, 18 de marzo de 2014
La relación de la política con la comida no es nueva, por cierto. Los restaurantes han sido siempre un lugar donde se “rosquea” entre “bueyes sin cornadas”. Pero es novedoso que ahora los políticos se hayan metido en el negocio gastronómico.


No es nueva la relación de la política con la cocina. El Plaza Hotel aún hoy tiene en su Grill algunos platos que comieron allí algunos presidentes argentinos. Por ejemplo, los Huevos Po Parisky favoritos de Perón (que no hace muchos nos preparó en Cafayate el chef Carlos Amante en su Restaurante Terruño, rememorando sus tiempos de cocinero en dicho hotel porteño). Se trata de una canasta de pan tostado con huevos poché y salsa de pavita, con jamón y champiñones.

Ni hablar del asado al parquet, un mito justicialista sobre el que nos desasnó tiempo atrás nuestro colega Luis Fontoira. Más allá de que algunos lectores opinaron en contra de esta nota, la verdad es que mi abuela me contaba que allá en el Rincón de Milberg, en Tigre, una vecina albergó a gente que había sido afectada por las inundaciones, quienes no tuvieron mejor idea que levantar el parquet y hacer un asadito en el jardín.

Mitos aparte, hay en Buenos Aires varios restaurantes alusivos al General, uno de ellos Perón Perón (que le gustó a Cali Fidalgo), pero también está El General, en La Plata hay un Juan Domingo Perón, y también tenemos el Museo Evita.

Hubo siempre lugares donde se cocinaba la política, o la “rosca” para decirlo en lunfardo. Recuerdo Quorum, en la zona del Congreso, donde varias veces nos reuníamos los compañeros socialistas democráticos, durante la campaña que luego llevaría a Norberto La Porta a la legislatura porteña. Hoy en día, la sofisticación ha hecho que los políticos se junten en lugares más “finolis”, como los hoteles cinco estrellas. En ellos hay cámaras de seguridad, lo cual podría traerle graves consecuencias al vicepresidente Amado Boudou cuando comía con los Ciccone. Este es (o era) un asiduo concurrente al Palacio Duhau. Hoy debe ser más discreto, por cuanto hay gente que lo insulta.

Hay restaurantes dedicados al General, a Evita, clásicos donde los políticos hacen las “roscas”, asado de “parquet”, platos famosos y ahora también empresarios gastronómicos que son políticos.


En lo personal me ha pasado de toparme en un restaurante con el exministro Domingo Cavallo, personaje diabólico de nuestra historia reciente, que motivó mi huida hacia otra mesa más lejana para que no se me atragantara la comida. Otra anécdota personal que puedo relatar, es el asado compartido con Raúl Alfonsín en 1988, un par de días antes de entregar anticipadamente el poder. Fue en Pergamino, donde el líder radical había concurrido para visitar un Criadero de Semillas Híbridas de la Asociación de Cooperativas Argentinas. El expresidente  demostró que no era vegetariano precisamente, ni tampoco abstemio. Más allá de estar agobiado por la situación, fue muy gentil y simpático (y conste que nunca voté a los radicales).



Pero hoy la historia es bien diferente. Los políticos se han metido dentro de la cocina, es decir que directamente son propietarios de restaurantes. Algunos son casos difundidos, otros no tanto, seguramente que la desmentida no tardará en llegar, pero damos nombres según es nuestra costumbre. Si bien estos personajes son los que pusieron la “tarasca”, figuran testaferros o sociedades fantasmas para disimular, por las dudas. En la zona de Plaza Serrano, por caso, hay varios locales cuya propiedad (o al menos parte de ella) se atribuye al exjefe de gabinete de Ministros, Juan Manuel Abal Medina. En el diario Perfil  del día 12 de enero de 2011, informa que el preferido de Cristina (o expreferido tal vez) "abrió con otros cuatro socios el restaurante Sans. Y ahí mismo, tendría parte en la sociedad de Cómo te extraño Clara (cerró), Santa Eva, Club Serrano y Querido González. A Amado, en tanto, le pertenecerían (lo decimos en potencial pero…) Aldo’s Vinoteca y desde hace unos meses, Casa Cruz. Hay más casos; algunos que han pasado a ser mitos y otros en los que no se oculta nada. Entre estos últimos, mencionamos a El Mangrullo, de Alejandro Granados, quien también construyó un hotel que puede verse sobre la Richieri, camino al aeropuerto de Ezeiza. Granados es ministro de Seguridad de la provincia de Buenos Aires, un acérrimo menemista y hoy amigo de Scioli.

No decimos que los políticos no tengan derecho a comprar restaurantes. Pero sería bueno que al menos digan de dónde salió la plata. Los sueldos de los funcionarios públicos casi nunca alcanzan para tamañas inversiones. Por último, tampoco está mal que el periodista no mezcle la política con la comida. Pero como apasionado por la gastronomía y la política que soy, y habiendo más de 2.000 restaurantes en Buenos Aires, prefiero evitar este tipo de lugares. Me gustan más los restaurantes donde sus dueños hicieron la plata laburando.

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