Este Jolie Bistró de Avenida de Los Incas es la primera sucursal del que ya conocimos hace tiempo, situado frente a la plaza de la estación Belgrano R. Si bien la propuesta gastronómica es similar, hay algunas sutiles diferencias que no hacen a la cuestión de fondo. Una de las similitudes es la ubicación privilegiada, en este caso en una esquina de barrio, que permite la opción de comer sobre la vereda. Adentro, el salón principal se corresponde con una vieja casona del barrio, al que situamos como Belgrano R, a medio camino entre Colegiales y Parque Chas. Jolie es el tipo de restó difícil de identificar por su estilo de cocina. Es que la carta nos pasea por una serie de platos sencillos a otros más elaborados, bien heterogéneos en su concepción; a lo que hay que agregar preparaciones al wok; ensaladas; tartas y sánguches a toda hora; tapeos; muchas sugerencias dulces. Un repertorio, entonces, que resulta muy abarcable y difícil de encuadrar de manera categórica. Pero que da la posibilidad de elegir entre muchas alternativas tanto al mediodía como a la hora de la cena. Uno de los puntos fuertes es sin dudas la panadería, a cargo de Patricio González, ideal para comenzar la comida con, por ejemplo, el paté de la casa con chutney. O las bruschetas, realzadas sin dudas por la calidad de lo que prepara el maestro panadero. Y no va en zaga la pastelería, obra de Gimena Lombardo, también válida para disfrutar a la hora del té. Otra “pata de la mesa” de Jolie son los precios, muy atinados y que se adecuan a las características del barrio y del tipo de público que lo frecuenta. La cocina está a cargo del chef Matías Ciolfi, también con antecedentes en el Jolie Bistró original.
Los tapeos ya mencionados incluyen bruschetas, de tierra o de mar. La carta principal, más “gourmet”, ofrece opciones de carnes, pescados y pastas. Algunos ejemplos son el medallón de lomo grillado al Malbec; salmón rosado con salsa de langostinos y timbal de arroz azafranado; lenguado a la manteca de almendras con puré de coliflor y espinacas salteadas, y raviolones de salmón y morrones ahumados a la manteca de salvia. Para el final, verrine cremoso de chocolate y mangos confitados. El precio promedio ronda los $ 120. El servicio de mesa resulta algo elevado ($ 14), pero se justifica plenamente por la calidad de la panera.
Un restaurante de campo como los hay a montones en Italia. Peumayén, cuyos dueños son descendientes de alemanes del Volga, ofrece una cocina auténtica en la que se entremezclan platos autóctonos y de inmigrantes.