Federico Alejandro, el gourmet más denso, ataca de nuevo

Miércoles, 1 de diciembre de 2010
Federico Alejandro está cada vez más pesado. Es insoportable. ¡Parenló antes de que sea tarde!

Cuesta entenderlo (y aceptarlo), pero el hombre se ganó un lugar. Ocurre que hace un año, tal vez menos, era un virtual desconocido para todos los que se relacionan con la gastronomía. Y era “ninguneado” por los colegas, como suelen hacer algunos “próceres de la crítica” cuando aparece algún advenedizo. La verdad es que la mayoría conoció a FA en alguna presentación de una bodega franchute, en la que vaya uno a saber por qué lo tenían entre los predilectos. ¿Será porque “chapurrea” el idioma o habla igual que la “gente como uno”? ¿“Quizá sea porque se nota su sangre azul, que le fluye en sus modos afrancesados, su autosuficiencia y los aires de gran señor”? ¿Cómo ha hecho FA para imponerse en el mercado de los escribas enogastronómicos? Es un gran misterio. Encima comprobamos ahora que ha dejado el 67 y se motorizó, dejándonos a todos atónitos. Para mí está bueno, porque ya no tendré que esquivarlo cuando vaya caminando despacito para la parada del colectivo rojo y oro.

El hombre está de la nuca, me parece. Cada vez grita más para imponer sus ideas. Bah, qué ideas, habla como si tuviera toda la razón del mundo. “Vos no existís”, parece decirte con su autosuficiencia que pretende acomplejarte si intentás discutirle. De tan figurita repetida comenzó a hartarnos a todos. Ocurre que algunos colegas ahora preguntan: “¿Va Federico Alejandro? Pues entonces, conmigo no cuentes”, dicen si la respuesta fuera afirmativa. En lo personal me da vergüenza ajena, porque el tipo ahora se hace invitar de a dos, vaya a saber quién es el misterioso personaje que lo acompaña a todos lados. Y muy suelto de cuerpo, le dice al chef de turno que nos quiere halagar con sus platos: “A ver si cocinas tan bien como yo?” Fíjense que FA no dice “cocinás” sino “cocinas”.

Para colmo de males, comenzó a buscarle los errores a revistas y demás medios del palo. Me hace acordar a la revista que tenía una sección dedicada a criticar a la competencia, la misma a la que muchas veces copiaban, y continúan copiando. Pero no contento con eso, FA se hace autobombo: “Que me invitan de acá y de allá, que mi nota es la más leída del mes, del año y de la década. Que requieren mis notas para dar cátedra a chefs, mozos y sommeliers. Yo me amo, soy el mejor de los mejores. Y eso que hace seis meses no me conocía ni el perro Nerón”.

Hace unos días coincidimos, por desgracia, en un lanzamiento. El susodicho FA tomó la palabra y no la largó por una media hora, segundos más, segundos menos. Mientras el letargo se había apoderado de la mesa, los anfitriones se miraban espantados como diciendo: “Quién invitó a este pesado”. La organizadora del encuentro, con cara de haber caído en desgracia, parecía decirse a sí misma: “Qué metida de pata, cómo se me ocurrió invitarlo a éste”. Yo, como buen diplomático que soy, hice mutis por el foro. Menos mal que un colega, de esos que tienen pocas pulgas le paró el carro, y entonces FA dejó hablar un poquito a los demás. No tanto, ya que al rato volvió a las andadas. No hubo caso, aunque parezca mentira los que tenían que informar sobre lo que presentaban, fueron los primeros en retirarse. Aunque ustedes no lo crean.

La figurita repetida ya está cansando, aburre, es pesado y me hace acordar a los chistes de argentinos, uno de los cuales, si lo adaptamos, diría que “no hay mejor negocio que comprar a FA por lo que vale y venderlo por lo que se cree que vale”. Hoy todos tenemos la duda si el personaje será finalmente un ave de paso, o si llegó para quedarse. Si esto último se cumpliera, se vendrán tiempos difíciles. Porque encima de todo, FA les manda mails a los dueños de restaurantes, enólogos, bodegueros, agencias de prensa y cocineros, diciendo que él es el mejor, que los demás son burros e ignorantes, que menos él todos son coimeros y que en pocos meses se ha transformado en un referente de la crítica gastronómica vernácula. Y tan sólo en pocos meses, imagínense dentro de un año. (Continuará).