Cocineros que parecen curas

Domingo, 31 de octubre de 2010

Algunos sacerdotes pronuncian (o al menos el mito popular así lo rubrica) una frase que los pinta de cuerpo entero: “Haz lo que yo digo pero no lo que yo hago”. Es verdad también que nadie puede resistir un archivo. Si uno cambió de idea, por cualquier motivo que sea, vale reconocerlo. Pero muchas veces, la mayoría, hay intereses de “pesos” que provocan que la gente le tire su honra a los perros. A éstos, los podemos identificar con otra frase: “Poderoso caballero es don dinero”.



Santiago “Santi” Santamaría es un cocinero catalán, de la misma generación y origen que otro colega famoso: Ferrán Adriá. Algunos lo consideran el mejor chef del mundo, aunque de este tema ya nos hemos ocupado en su momento en Fondo de Olla. Santi critica sistemáticamente a Ferrán, porque dice que su cocina molecular “de vanguardia” envenena a la gente, por la utilización excesiva de químicos y métodos poco convencionales. Sin entrar en la discusión, si preferimos la cocina de producto o la de laboratorio, la mayor resistencia que ha tenido Adriá en su país, es la actitud de haber aceptado ser la cara visible de las papas fritas Lays. Y aunque no creemos que mate a nadie con su comida, al menos uno piensa que no tenía necesidad de lanzar su prestigio a las papas fritas.


Mucho medio, poca comida


Como en todos lados se cuecen habas, aquí en casa también tenemos ejemplos de sobra. El más difundido es el caso McDonald’s y los “preferidos del chef”. Dice “Radio Pasillo” que la empresa norteamericana de fast-food le ofreció en su momento a Francis Mallmann que fuera la imagen de esta novedosa campaña de marketing. Y que para que le dijeran que no, éste pidió algo así como un millón de dólares. Por las dudas, anticipando la negativa, el propio Francis recomendó a algunos de sus discípulos más avezados. Quien finalmente aceptó el convite fue Pablo Massey, notable cocinero que se caracterizó siempre por no hacer buenos negocios. La propuesta de Mister Ronald le cayó como anillo al dedo. Con los fondos recaudados, abrió su propio restaurante (Uruguay), logró salir a flote de una situación financiera que dicen que era complicada, pero finalmente terminó cerrando, después de un tiempo, para abrir una pastelería en San Telmo. Hasta ahí todo bien, no hizo nada fuera de la ley. Pero uno se pregunta si realmente hay que ceder ante la tentación, o mantener una línea de conducta irreprochable. Nadie puede creerse que en su fuero íntimo, Pablo crea que las hamburguesas de Mc Donald’s son un plato gourmet. Y no vengan con esa imbecilidad del “fast-good” con el que nos quieren engañar, una vez más.


Otro caso emblemático es el del maestro Ariel Rodríguez Palacios. Un “capo” en la tele, inigualable. Una vez coincidimos en una feria realizada en Bariloche y hemos sido testigos de su popularidad, en especial en el público femenino. Si alguien me pregunta dónde hacer un curso (o una “carrera” como dicen los sommeliers) de profesional gastronómico, yo no podría contestar otra cosa que “el IAG”. Pero sé muy bien que los alumnos de este Instituto reciben ya en primer año una clase de cómo preparar un fondo de cocción. “Nunca cubitos comprados en el supermercado”, señalan los profes del IAG. ¿No les sorprende entonces que el “maestro de cocina” aparezca a toda hora en la tele proponiendo los caldos Knorr? Para mí, esto le quita autoridad moral a cualquier cocinero. Está bien, de algo hay que vivir, pero siempre es mejor mantener una línea de conducta.


Dejo para el final a los mediáticos Martiniano, Narda y Donato. Ellos también son la cara visible de muchos productos, demasiados. Y tienen la rara virtud de transformarse en “máquinas de inventar platos”. ¿Será así? ¿Son tan creativos? Me parece que nadie puede crear tantas cosas, ni siquiera ellos, tan simpáticos y pulcros (bah, eso dicen algunos). Mientras haya quien compra, habrá quien vende. Y si hablamos de la cocina, hay chefs que son como los curas: “hagan lo que yo digo pero no lo que yo hago”.


Más de Olla Oxidada