Expertos de las principales marcas explican cómo variaron los hábitos. El ascenso de las barritas de cereales y el camino hacia lo "saludable".
Cualquiera que conozca la vida en familia, sabe todo lo que puede desencadenar pasar por la puerta de un kiosco con un niño. Tironeos de pollera, escandalosos berrinches públicos y planteos extorsivos, son postales del fervor de los más chicos que consideran esos pequeños espacios, sinónimos del paraíso en la Tierra (o al menos, en el barrio). El riesgo cotidiano de ver estas escenas es alto. Según la Asociación de Distribuidores de Golosinas y Afines, existen 100 mil kioscos a lo largo del país y la cifra aumenta año tras año. Pero este crecimiento no se da porque los caprichos infantiles están ganando terreno, sino por algo que muchos padres desearían que sus hijos no supieran: ellos mismos consumen alrededor de 4 kilos de golosinas anuales, las cuales alternan con 12 kilos de galletitas (más del doble de lo que consumen de pescado, por ejemplo).Las encuestas indican que son los mismos adultos los que no pueden controlar sus propias tentaciones y sucumben ante berrinches parecidos que los llevan a gastar más de 5 mil millones de pesos en caramelos, chocolates y alfajores. La cuestión se acentúa durante julio y agosto, cuando crece el consumo un 20% por parte de millones de personas que con la excusa de mitigar el frío, incentivan a la industria local, responsable del 80% de lo que las golosinas que se consumen.
Un mundo de sensaciones
¿Qué nos arrastra como infantes hacia el señor kiosquero? Héctor Pandolfi, miembro del desarrollo de productos de Felfort, cree tener la respuesta tras 45 años de experiencia. “Las golosinas son un gratificante universal. No importa de qué clase social seas, tu edad o tu sexo, siempre podés comprarte algo que te alegre el día por poca plata”, explica. Lo que señala Pandolfi es la razón por la cual el consumo de golosinas está entre los últimos en sufrir los efectos de una crisis, algo que en estos momentos puede observarse en Europa, por ejemplo.
Pero, no es sólo la combinación de grasas y azúcares, sustancias que disparan la feniletilamina (molécula relacionada al enamoramiento), las responsables de este bienestar relacionado a lo que compramos en el kiosco, es también la experiencia de comprar el dulce lo que nos movilizaría a hacerlo. Desde el color de los envoltorios hasta el descubrimiento de sorpresas o los pequeños ruidos que producen los paquetes al abrirse, todo suma a la hora de crear un momento especial. Bajo este concepto nacieron, por ejemplo, clásicos locales como “Dos corazones”, que incluye poemas, el chocolate Jack, que viene con juguetes, los caramelos palitos de la selva, que traen información sobre animales y grandes ítems internacionales como los huevitos Kinder. “Sin dudas hay algo lúdico, fantasioso que se activa cuando compramos golosinas. Es como volver a ser niño. Algo muy básico pero muy potente que se mantiene a lo largo de la vida y parece ser universal”, resume Pandolfi.
Foto: Flickr CC veteze.com
Gustos nacionales
Aun a pesar de esta universalidad del gusto por las golosinas, existen características particulares de los argentinos. Basta con echar una mirada a los productos que más duraron en el mercado para percibirlo: Cabsha, medallones de menta, Paragüitas, Bon o Bon, Bananita Dolca, alfajor Jorgito, Rhodesia, Tita y Biznikke. El chocolate con diversas combinaciones y en diferentes formas es requisito obligado para que una golosina se considere como tal por estas tierras. Cecilia Branchesi, jefa de producto de Águila, lo confirma: “El chocolate con leche es igual de reclamado que el blanco y el semiamargo. También se venden muy bien los que vienen con ingredientes como maní, dulce de leche y almendras. Se vende de todas formas”, resume. Branchesi nota una evolución en el mercado: “Hoy hay una mayor sofisticación de parte del consumidor. En lo que es el chocolate, se puede decir que afinó su paladar y eso hoy le permite identificar cuáles son los chocolates de mayor calidad. Esto benefició a las marcas premium, la gente las elige mucho más que antes, entienden que valen la pena”, advierte.
A la hora de hablar de caramelos, existe una diferencia radical entre Capital y el resto del país. Mientras que en la primera se comercializan en paquete y lideran las marcas mentoladas, en el resto del país, el caramelo frutal, masticable o de ingredientes como la miel, se compra suelto. Una notable baja de golosinas de gelatina y “gomitas” se registró en el último tiempo y, definitivamente, dulces adorados en el exterior, como el malvavisco (marshmallow, en inglés), jamás lograron prender en el gusto local a pesar de los intentos de insertarlos.
Cambio de hábito
Un capítulo aparte merece el consumo nacional de galletitas. “La fuerte influencia inmigratoria italiana y española que existe en la Argentina, hace que el hábito de comerlas sea algo instalado en nuestro país. Este tipo de productos cumple un rol muy importante en la dieta de los argentinos: se consumen en el 97% de los hogares”, explica Pedro López Matheu, director de Asuntos Corporativos de Kraft Foods. Pero, a pesar de que este mercado, como el de las golosinas, se mantiene estable desde hace varias décadas, algunos cambios resultaron sorpresivos en el último tiempo. Estos cambios están asociados a la conciencia de salud y la alimentación sana.En el ámbito de las golosinas, boom actual de lo “sano” comenzó hace poco más de una década con las barras de cereales, de la mano de Felfort, a pesar de haber llegado al país antes de la mano de Granix y Kellogs sin éxito. Ese quiebre hizo que muchas empresas comenzaran a priorizar otros aspectos de los productos. Branchesi observa: “Desde Arcor notamos la atención que hoy el consumidor le da a las propiedades de los productos, por eso decidimos aumentar la línea que tuvieran mayores porcentajes de cacao e informarles los últimos descubrimientos, que indican que esta sustancia sirve para combatir los radicales libres, responsables del envejecimiento”, explica.“Hoy, además de consentirse con algo rico, la gente quiere sentir que come algo bueno para su cuerpo”, resume. Las galletitas no son ajenas a este fenómeno. “La gente está muy atenta a la información nutricional que viene en las etiquetas. A raíz de esto, desde nuestra empresa nos comprometimos a reducir grasas trans en todos sus productos y, comenzamos a implementar un plan de reducción de sodio a través del trabajo interdisciplinario de distintas áreas de la compañía”, asegura. “Ir al kiosco sigue siendo algo mágico y divertido para todos” asegura Pandolfi, “cuando logramos que encima sea saludable, ganamos todos. De a poco eso es lo que pide el consumidor argentino”, concluye.