Biografía no autorizada de Federico Alejandro

Jueves, 12 de agosto de 2010
Fondo de Olla se mete en la ficción gastronómica. Cualquier semejanza con la realidad es de puro tarro.


Confieso que la primera vez que me topé con Federico Alejandro pensé que era “un termita”. En la jerga de los periodistas y los “eventeros”, este personaje (“el terma”) es el caradura que va a todas las presentaciones a comer y a chupar como un descosido. Es frecuente que uno los vea meterse cosas en los bolsillos (comida, cubiertos, platitos). A esta altura, ya se sabe cómo reconocerlos, hasta olfatearlos. Sin embargo, Federico Alejandro no me cerraba del todo para encuadrarlo dentro de la onda termita. Notaba un comportamiento diferente en sus modales, no era un “muerto de hambre”; por el contrario, su actitud, si bien sospechosa, indicaba otra cosa. Las dudas se disiparon cuando se acercó al minigrupo en el que estábamos discurriendo sobre cuestiones triviales, y se presentó. “Soy FA”, dijo. Y agregó: “Ahora escribo en una nueva web de la buena vida”. El hombre parecía culto, sabía de lo que hablaba. Daba una sensación de estar más arriba que uno en la escala social. Debo confesar que de inmediato cambié de opinión. Me di cuenta de que era un tipo de abolengo, de alta alcurnia, ésa que uno no podrá alcanzar jamás. Pero al mismo tiempo, se notaba en su voz una inequívoca actitud afrancesada, que impedía saber con certeza si lo suyo era una cuestión meramente sexual o bien que el lenguaje al estilo del ex intendente Telerman, tenía que ver con su vida en palacio.

Pero bueno, el tema es que el hombre, simpático, entrador, algo excedido de peso (por genética y no por ingerir alimentos en demasía, me pareció), culto, respetuoso, vestido con ropas usadas pero de calidad, parecía haber salido del Palacio Duhau cuando éste todavía no era hotel cinco estrellas. Nos habló del Jockey, donde al parecer solía concurrir años atrás para comerse un bife con Revuelto Gramajo. A propósito de este plato argentinísimo, FA cree más en la anécdota del bon-vivant francés que lo creó en París, que en la versión del lugarteniente cocinero del General Roca. Cuando ya habían transcurrido dos minutos de charla con FA, mis amigos hicieron mutis por el foro, tal vez pensando que el personaje de marras los iba a manguear para volver a su casa en taxi, ya que se puede no tener plata para comprar pan, pero el vehículo público no es para gente como uno. La cuestión es que FA me despertó curiosidad y sobre todo sus comentarios me divertían. A esta altura, sugirió que nos acercáramos a la mesa donde nos esperaban ostras (“Están muy buenas, deben ser de Regente”, me dijo), caviar (no era del original, ver la Olla Marinera), mousse de foie-gras (que era mousse y no el verdadero foie-gras), quesos y fiambres locales (“es lo que hay”, sostuvo FA sin inmutarse) y vino cuya identidad no podía definirse de tan caliente que estaba (temperatura ambiente en época veraniega).

Si hay algo de lo que no tuve dudas, es que FA sabía de lo que hablaba, no era “un termita”, no señor, era portador del apellido de una de las familias patricias de nuestro país. Le pregunté entonces por su nombre completo y me dijo: “Federico Alejandro…”. Perdón, por ahora no puedo develar la incógnita, porque no quiero quedar mal con la familia de FA, a quien lo desprecian porque ya no tiene dinero. ¿Cómo descubrí esto último? A la salida, le pregunté: "¿A dónde vas?”. Titubeó un instante y me contestó con una pregunta: ¿Y vos? Le respondí: “Yo voy a la parada del 67, mi casa queda en Belgrano”. Ya a esta altura me preguntaba si no sería mejor dejarlo allí, por las dudas de que su acento fuera una condición más sexual que social. Pero ya era tarde, me tiré a la pileta. “Bueno, te acompaño, vamos juntos”, me dijo, y yo no tuve más remedio que aceptar. Llegó el colectivo, y me preguntó si tenía monedas, porque “yo siempre viajo en taxi”. Subí y pagué ambos boletos con mis monedas. Unas paradas después, cuando íbamos por Alcorta, FA se despidió saludándome con un fuerte apretón de manos. Me acordé de mi viejo, que decía que los que apretaban la mano con flojedad eran “falsos y maricones”. Respiré aliviado, sólo un hombre hecho y derecho podía apretar la mano de esa manera. Su educación tenía que ver, seguro, con su posición social de nacimiento. Me seguí preguntando durante un tiempo por qué no me invitó a ir con el taxi, que pagáramos “mita y mita”, o él su recorrido y que me dijera: “vos seguí, yo pago hasta acá”.

La verdad es que pensé si lo vería nuevamente. Y si bien nunca supe cómo empezó a ir a los eventos gastronómicos, pasó a ser figurita repetida. Todos lo invitaban, lo incorporaron a sus mailings, aunque a veces hablaba por demás y siempre con un aire de superioridad que le daba su herencia patricia. Esto no parecía demostrar, aunque algunos evitan tenerlo al lado. A veces FA es pedante y soberbio. Pero al conocerlo, advertí que lo suyo era una actitud lógica, de educación, de la cuna. El resto de la historia se las voy a contar más adelante. Por ahora los dejo con la imagen de FA y su increíble historia. Les aseguro que no tiene desperdicio. Al fin y al cabo, si no es lo que parece, por ahí le doy un poquito de bola.

La continuación de la historia: Federico Alejandro mostró la hilacha