Alimentos contaminados: ni tanto, ni tan poco

Miércoles, 15 de junio de 2011
Por no haber comprendido mi postura, algunos lectores y también varios colegas están convencidos de que uno es un apóstata, un renegado de la agricultura orgánica. Ni por asomo. Pero en casi un cuarto de siglo de ejercicio del periodismo agropecuario, me he dado cuenta de que no es posible sustraerse y negar los avances de la biotecnología




Y en el caso de los cultivos extensivos (maíz y soja sobre todo), las semillas genéticamente modificadas han permitido que el país pasara de producir 25,9 millones de toneladas en la década del ’70, a 78,2 millones (promedio obtenido en la primera década del nuevo siglo), en tanto que en la última campaña arañamos los 100 millones de toneladas. Por eso y nada más que por eso, la Argentina logró salir de la crisis y estabilizar su economía macro. Y en buena medida también, el gobierno hizo clientelismo político a costa del agro.

Pero dejemos la política de lado, y olvidemos que alguna vez alguien dijo que la soja era un yuyo malo. Aclarado esto, vale destacar que en mi función periodística he tenido contacto directo y valoré debidamente el trabajo que hace MAPO (Movimiento Argentino de Producción Orgánica) e IFOAM en el exterior. Considero que se trata de un nicho de mercado que el país no tiene que descuidar, pero apenas es eso: un nicho de mercado. Creer que vamos a alimentar a la población mundial sólo con cultivos naturales, es únicamente una posición fundamentalista y sin argumentos científicos, propia de mentes trasnochadas afines a las ideas esotéricas de la agricultura biodinámica.

Todo esto viene a cuento de que la contaminación y muerte de personas en Alemania provino de brotes de soja orgánica cultivadas en la zona de Hamburgo. Ahora bien, nadie puede decir que lo orgánico es malo para la salud, más bien todo lo contrario. Con la soja transgénica (casi el 100% de lo que se produce en nuestro país lo es), no hay riesgos demostrados contra la salud humana, y existen controles habituales precisamente por eso mismo, porque se trata de organismos genéticamente modificados. En el caso de lo orgánico, debiera existir una certificación que lo avale. Pero aún así, quién certifica que el producto fue manipulado correctamente. Lo no orgánico tiene mayor control y menos posibilidades de contaminarse. Lo orgánico es más sano y rico, no lo ponemos en tela de juicio (al menos en el caso de productos como el tomate y las frutas, no así en la soja y los vinos), pero el riesgo es mayor salvo que uno tome los recaudos convenientes.

Joanna Blythman es autor del libro La Gran Bretaña de la Mala Comida, donde afirma que "cuando una ensalada envasada dice lavada y lista para comer, la mayoría de la gente la saca del envoltorio y se la come sin lavarla ni nada más". El tipo de Escherichia coli enterohemorrágica, se produce por contaminación de las heces de animales. Recordemos también que Gran Bretaña fue el lugar de origen del mal de la vaca loca, que no es otra cosa que una encefalopatía espongiforme del ganado vacuno, que mató a mucha gente en Europa. Y por eso, se decidió alimentar al ganado exclusivamente con proteínas de origen vegetal (fundamentalmente soja transgénica, que es más infinitamente más segura que las carneharinas que les daban a los bovinos, a los que convirtieron en forma indirecta en animales carnívoros).

De manera tal que no hay productos malos y buenos, sólo hay diferencias en el modo de cultivar, pero los riesgos de contaminarse son los mismos, o si se quiere más probables en los orgánicos, si no se toman las medidas sanitarias adecuadas. Surge de todo esto que los fundamentalismos ecológicos son nefastos. Y mucho más cuando organizaciones supuestamente sin fines de lucro, están imbuidas de influencias comerciales (paz verde). La guerra de los OGM es comercial, entre los EE.UU. (Monsanto es el creador de esta tecnología) y una Unión Europea que por haber quedado rezagada se niega a aceptar la realidad.

Los vegetales mal lavados, las hamburguesas mal cocinadas, los helados y los pescados a los que se les ha cortado aún levemente la cadena de frío, son armas letales contra nuestra salud. Y ya no importa cómo han sido producidos, capturados o faenados. Sólo es una cuestión de inadecuada manipulación, lo demás es pura cháchara.

Nota relacionada: Cuando la comida mata

Foto: Flickr / Martin Cathrae
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