Vermut y picada

CINZANO: homenaje a los relatores de fútbol

Jueves, 8 de junio de 2017

Hoy Fondo de Olla se aleja por un momento (o no tanto) de la comida, porque el vermut y la picada siempre están presentes, para hacerse eco de este trabajo que encomendó Cinzano para rendir homenaje a los relatores de fútbol.

El año: 1924. La ocasión: jugaban Argentina y Uruguay, en la vieja cancha de Sportivo Barracas. El partido empezó el domingo 28 de septiembre, pero terminó cuatro minutos más tarde, cuando el público invadió la cancha y el juego fue suspendido.

Una semana más tarde, el 2 de octubre, se jugaron los 86 minutos restantes. La fecha quedó en la memoria escrita de la historia, por dos causas bien distintas, pero ambas igual de futboleras. La primera, anecdótica, ocurrió dentro de la misma cancha: el jugador argentino Cesáreo Onzari convirtió el primer gol directo desde un córner, jugada que desde ese día -debido a que Uruguay era en ese momento el Campeón Olímpico- pasó a llamarse "gol olímpico".

La segunda, mucho más influyente, ocurrió por fuera de la cancha: ese fue el primer partido de fútbol transmitido en directo por radio a nivel mundial, y se hizo a través de LOR Radio Argentina.

Estamos hablando de los orígenes de la radiodifusión: apenas cuatro años antes, el 27 de agosto de 1920, se había logrado la que es considerada por muchos como la primera transmisión radial con continuidad de todo el mundo (un logro discutido, ya que hubo emisiones en los Estados Unidos en fechas similares), y que se hizo también en Buenos Aires, cuando Enrique Telémaco Susini y un grupo de amigos transmitieron desde el Teatro Coliseo la ópera Parsifal, de Richard Wagner.

La transmisión de ese primer partido de fútbol marcó una inflexión en la historia de este artefacto y también en la del deporte, en particular en la manera de vivirlo para sus millones de simpatizantes. De a poco, comenzaron a ser usuales las reuniones en las casas, en las plazas, en las oficinas, primero con la radio, luego con la TV por delante.

La imagen es emblemática: amigos o familia, reunidos alrededor de una mesa, con el vermut recién servido, el hielo, la soda, las aceitunas y otros básicos de una picada tan omnipresente como nacional.

Almuerzos domingueros que se alargan hasta el fútbol, encuentros de trasnoche en mundiales que se dan al otro lado del mundo. Siempre hay excusa para ese vermut, esa picada y ese futbol que sale por los parlantes de una radio o una pantalla.

Con esta primera radio, nació el oficio de relator oral, aquel cronista que contaba en vivo y en directo las vicisitudes del partido, los movimientos de pelota, los goles y los fouls. Es el relator el que logró darle vida al fútbol para los miles y millones de radioescuchas, que desde entonces seguían los partidos en directo, desde lejos de la cancha, mucho antes de que exista la televisión, ni qué hablar Internet y sus instantáneas redes sociales.

Eran, y en muchos casos siguen siendo, estos relatores los que le dieron vida a rostros imaginados, los que embellecieron jugadas magistrales, los que grabaron nombres en el saber popular.

Ese primer partido transmitido en 1924 tuvo a Horacio Martínez Seeber (que ostentaba la licencia oficial de radioaficionado número 1 otorgada por el Ministerio de Marina) y a Atilio Casime (jefe de Deportes del reconocido diario Crítica), como sus protagonistas.

Según cuenta un artículo escrito en Página/12, en ese partido Seeber ofició de relator, también de comentarista -junto a Casime- y de técnico especializado. Y, para lograr esto, instaló tres micrófonos al borde del campo de juego: uno para él, otro para Casime y el tercero de ambiente, para registrar el bullicio del parido y sus simpatizantes.

Desde entonces, mucho ha cambiado. Cambió el fútbol, cambió la tecnología, también los intereses que corren detrás de la pelota. Pero hay cosas que no cambian: siguen allí los hinchas, las pasiones, los goles, las tablas de posición, las polémicas, el arte del juego, las apuestas. Y claro, los relatores.

Un relato que comienza en la infancia

En su cuento "Milagro en Parque Chas", la escritora Inés Fernández Moreno dice lo que muchos relatores piensan: "todos hemos tenido de chicos la fantasía de ser relatores de fútbol, todos hemos intentado alguna vez alcanzar la portentosa velocidad necesaria para seguir la carrera de una pelota y la de los jugadores tras ella".

La niñez entre fútbol - en muchos casos, se autodenominan "jugadores frustados" - , relatos en off al modo de juegos y la omnipresente radio son el contexto en el que crecieron la mayoría de los relatores actuales.

"Ya desde chico sabía lo que quería ser", afirma el santafecino Alejandro Mangiaterra, quien desde Radio 2, en Rosario, es uno de los encargados de transmitir los partidos de Newell's y de Central, así como los de la Selección Argentina.

"Lo tenía bien claro: mi futuro era ser profesor de educación física o dedicarme al periodismo deportivo. Siempre me gustó el deporte y lo practiqué. Y, en quinto año del secundario, cuando tuve que decidir, me di cuenta de que mi físico, grandote, no era para profesor, así que empecé con el periodismo".

"El paso a ser relator se fue dando, de pronto le encontré gustito a esto de contar una historia, al mismo tiempo que a nivel personal me encontraba con la literatura, con los cuentos. Mucho más tarde me di cuenta que el relato es un hilo conductor de todo esto, que hilvana distintas cosas que tienen que ver conmigo".

"A su vez, cuando empecé a trabajar en Casilda, donde nací, me di cuenta de que relatar era una suerte de especialidad que tenía la profesión de periodismo, un lugar donde podía encontrar mi espacio".

"Mangiaterra también reconoce la influencia que la radio tuvo en su vida, de manera constante, hasta pasada la adolescencia. "Siempre me gustó la radio, con 12 ó 13 años escuchaba siempre a Dolina, hasta las 2AM, Quique Pesoa, a Víctor Hugo y Alejandro Apo en Continental. En algún lugar de mi cabeza habrá estado la idea de pertenecer a este lugar. En la época que estudiaba, escuchaba radio todo el día, al despertarme a las 9 y al acostarme a las 2".

Lejos del glamour que uno imagina escuchando a los principales referentes, tanto en radio como en TV, quienes suelen ocupar lugares de comodidad en estadios con muy buena infraestructura, el oficio de relator exige no sólo conocimiento de fútbol y memoria para retener datos y nombres, sino también un buen estado físico, con un meticuloso cuidado de las cuerdas vocales, y la capacidad de sobrellevar situaciones a veces desopilantes.

"Muchos relatores cenan temprano el día antes de transmitir un partido, cuidan sus fuerzas, reciben apoyo de fonoaudiólogos y realizan ejercicios para mantener la voz. De hecho, suele haber enfermedades profesionales vinculadas con el oficio. "A la cancha llegamos unas dos horas y media antes. En Rosario todavía tenemos esa historia de las transmisiones largas, que arrancan mucho antes y siguen una hora después de que termine el partido. Hay mucho de preparación personal, cuidado de la garganta, ejercicios. En mi caso, trato que lo físico no esté por encima de lo intelectual, busco evitar esa postura tan pasional, que te lleva a gritar todo el tiempo. Pero ves relatores que van a la cancha con toalla, con remeras para cambiarse, de lo que transpiran", dice Mangiaterra.

Carlos Mena relata particularmente en los partidos del Ascenso, para la pantalla de TyC. "Creo que esto de ser relator es algo que se lleva en el alma. Es muy difícil de enseñar, podés dar unas pautas de transmisión, pero el estilo propio hay que encontrarlo y tiene que ver con tu manera de vivir el fútbol. Para cada encuentro, hay algo que se llama preparar el partido".

"Un par de días antes estudiás a los jugadores, reflexionás sobre qué lugar ocupan en la tabla, sabés si uno delantero de un equipo antes estaba en el otro, buscás rivalidades y coincidencias. Estar informado es fundamental a la hora de relatar, cuanto más sabés, mejor improvisás. Y todo depende de qué equipo te toque, también del lugar desde donde relates. Me ha tocado ir a la cancha de Flandria, y literalmente tenés las vacas pastando a cinco metros del partido, y a la semana siguiente relatar en Racing con cancha llena", dice Mena.

El Ascenso en particular, también los partidos federales y regionales, mantienen cierto folclore que a veces se olvida en la Primera A. "Es así, hay más folclore", dice Mena.

"Los jugadores se mueven en micro escolar, el hincha vive realmente apasionado por ese día y va a pasar todo el día al club, los vestuarios son otra cosa. En la cancha de Luján transmitimos desde arriba de un mangrullo, en una estructura de metal, a la intemperie.

Por dar un ejemplo mínimo, si vas a cubrir a River o a Boca, tenés un catering armado para los periodistas, donde comer. Hay que tener en cuenta que estás muchas horas en la cancha. Pero en otros partidos, con suerte hay un par de sanguchitos y un jugo de naranja vencido.

Pero lo fantástico de esto es que ambos, la cancha grande y la chica, la central y la periférica, se disfrutan mucho. La improvisación que te obligan algunos lugares es maravillosa, es como volver a los primeros partidos, cuando estudiabas, con el frío, la lluvia, con todas las radios y la TV en un mismo sector, escuchando lo que dicen los otros. El contraste es genial. Un caos genial".

Una historia de grandes relatores

La Argentina tiene larga tradición en el relato futbolístico, con grandes héroes que han dejado sus crónicas eternizadas en la cultura popular. Tanta es la importancia del relator, que incluso tiene fanáticos que los defienden y otros tantos que los critican, según humores de turno.

A su modo, el relator es hoy uno de los cuatro protagonistas del partido, junto a los jugadores, los árbitros y los directores técnicos. Y cada época tuvo su voz cantora, la que convocó a más oyentes que confiaban en su palabra.

A partir de entrada la década de 1930, el protagonismo lo tuvo el uruguayo Lalo Pelliciari, desde radios como Rivadavia, Stentor y Mitre. Apenas después fue el turno de Joaquín Carballo Serantes, más conocido como Fioravanti, el primero que se alejó del borde de la cancha para relatar desde lo alto del estadio, y al cual se le adjudica la construcción del relato moderno y profesional.

"Más que un relator, soy un narrador", dicen que se definía a sí mismo. Fue él el que elevó la vara del lenguaje, con sutilezas y elegancia, desde los diales de Radio Splendid y luego El Mundo.

Veinte años más tarde fue el turno de José María Muñoz, el que gritó los polémicos goles del Mundial ´78, pero que también gritó otros miles de goles, con una efervescencia propia que lo distinguió y lo hizo único. Por varios años, su voz, transmitida desde Radio Rivadavia, se convirtió en la voz del fútbol argentino.

Más reciente fue el reinado de Víctor Hugo Morales, el uruguayo radicado en la Argentina, quien demostró que la narración del fútbol no debía quedarse en el mero plano deportivo, sino sumar cultura, vivencias, poesía, literatura y música. 

Y siguen los nombres: Walter Nelson, Miguel Simón, Sebastián Vignolo, Pablo Giralt, Marcelo Araujo, Mariano Closs. Cada simpatizante del fútbol tiene sus nombres preferidos, a los que sigue a rajatabla, en los que confía en su opinión y en su veracidad. "Es una cuestión muy subjetiva, pero para mí, los argentinos, los uruguayos y los brasileños son los mejores relatores del mundo. Acá, ahora, tenés a Mariano Closs, que tiene una muy buena lectura del juego, con un ojo muy avezado, que no se equivoca nunca. Si él dice offside, es offside. Y tenés otros, los que a mí me gustan más, que apuestan a lo discursivo. Ahí Víctor Hugo fue el mejor de todos. Su ritmo, su lenguaje futbolero y a la vez elevado, su dicción y ritmo", dice Mangiaterra.

"El mejor, mientras estuvo enamorado del juego, fue Víctor Hugo. En la actualidad, es Mariano Closs", sentencia Gervasio Rochas, licenciado en Medicina (Gervasio es en realidad su apodo, su verdadero nombre es Darío), quien trabaja en la industria médica, pero que a la vez, a la manera casi de un hobby, pero un hobby muy serio, relata partidos para la AM 950 Belgrano desde Mercedes, Provincia de Buenos Aires.

"Crecí escuchando fútbol por radio. Y como todos los que relatamos, me parece, con distintos matices, ya relatábamos cosas que hacíamos desde niños, partidos con tapitas, con muñequitos. "Desde lo afectivo, es para mí mucho más movilizador relatar a un equipo de Mercedes que pasó a una final con un equipo de Salto, que transmitir un equipo de Primera A.

Es que los partidos chicos no se televisan, y la radio es el único vehículo para que mucha gente lo escuche, eso le da una adrenalina propia. Pero, por otro lado, relatar un partido del fútbol de Primera, donde competís con radios grandes como La Red, Continental, Mitre, y trabajás al lado de periodistas que uno conoce de chico, esto también me produce una enorme satisfacción, es un salto de escala", dice.

Las diversas condiciones de los escenarios, así como las propias pasiones que se generan en los juegos, logra que entre relatores y comentaristas exista una camaradería que va más allá de los propios equipos y olvida las competencias entre diales y señales de TV.

"Tal vez en un primerísimo nivel no se de esa fraternidad. Pero apenas bajás un poquito, hay una cosa de camaradería casi heroica, donde unos se ayudan a los otros. A veces relatás arriba de un árbol, hacés alquimias tecnológicas pocas veces vistas, viajás en colectivos desvencijados para estar en donde haya que estar. Esto se ve en todos lados, y ni que hablar en las radios amateurs".

Así se torna común las cenas postpartido, las salidas en grupo, y en los viajes internacionales reina cierto espíritu que va del mayor profesionalismo en el momento requerido a un jolgorio no tan lejano, a un viaje turístico entre amigos, cuando el tiempo lo permite.

Del éter a la pantalla

Otra fecha clave fue el 18 de noviembre de 1951. Ese día se enfrentaban San Lorenzo y River en el Viejo Gasómetro, unos 1.300 hogares porteños pudieron ver el partido a través de sus televisores, escuchando la voz de Ernesto Veltri en la locución junto a los comentarios de Enzo Ardigó y Raúl Goro. Desde entonces, y con un crecimiento meteórico, la TV comenzó una suerte de rivalidad con la radio, en una partida desigual. Del lado de la radio, peleaba el relator; del lado de la TV, las imágenes, con un relato mucho más medido y opaco.

Hoy, esto cambió. Ya desde José María Muñoz, el relato televisivo tomó prestado el énfasis, la emoción y la velocidad del relato radial, si bien mantiene diferencias básicas. "Son medios muy distintos y precisan modos propios", dice Carlos Mena.

"En la radio, el relator es el actor que le lleva a la gente la pasión del partido. Y para eso, precisás más palabras, más sinónimos, un ritmo propio. En TV, el que mira tranquilamente puede ponerte en mute y sigue la acción desde la imagen. También la TV te deschava los errores, si confundís un jugador en radio nadie se entera, en TV no podés errar.

Pero igualmente, en los últimos años, la pantalla se acercó a la radio. El que le dio mucho más ritmo fue Marcelo Araujo, la hizo cambiar completamente. Antes era más una sucesión de apellidos y movimientos: la lleva Gago, Serna, Gago, Tévez. Hoy se permite más juego, incluso entre comentarista y relator, las redes sociales sumaron feedback con la gente, mirás un partido y ves los hashtahgs que aparecen en la base de la pantalla.

Esto lo hace mucho más dinámico, con datos, con expresiones, con latiguillos, como el 'Gracias por traerme, tatele' o 'La que te devoraste'".

El latiguillo es, justamente, una de las marcas registradas que ganó el relato futbolístico en las últimas décadas. Las hay por decenas, cada uno asociado a un nombre en particular: "lo digo o no lo digo? Ma' sí, lo digo: ¡partido liquidado!", de Walter Nelson; "¿Estoy crazy, Macaya?" de Araujo; el "Ta ta ta ta" de Víctor Hugo, el "Su atención, por favor" de Miguel Simón, el "Gracias por tanto, perdón por tan poco" de Sebastián Vignolo, entre muchos otras, son algunas de las frases que incluso salen del fútbol y se suman al habla cotidiana.

"Sí, suele ser importante el latiguillo, te sirve para ser identificado de manera rápida. Pero a la vez hay como un abuso, y últimamente estoy tratando de evitarlos. Cuando repetís mucho una frase, empieza a parecer artificial, cansan. Lo mejor son los que aparecen de manera fortuita, sin buscarlos, que son una verdadera expresión del momento".

"Al menos esa es mi idea. En radio, el que mejor lo hacía, era Osvaldo Wehbe, y en la tele, Miguel Simón. Los demás me resultan un poco tediosos. Es como dijo alguna vez Víctor Hugo. Él decía los 'rulos del gol' (la manera de terminar el relato de un gol) muy largos, poéticos, eran maravillosos. Pero después todos se copiaron de él, y entonces él dijo: ?no tiene sentido hacerlo más'. Creo que hemos tirado tantos latiguillos, que ya es momento de sacarlos", dice Alejandro Mangiaterra.

Partidario sí, partidario no

Los relatores partidarios son un fenómeno creciente. Relatores con la camiseta puesta de un lado de la cancha, que no ocultan su fanatismo o simpatía (como suelen hacer los principales periodistas deportivos) por un equipo, sino que -por el contrario- apuestan a ella para ganar oyentes.

"Hay dos cosas que no me gustan de los relatores partidarios y de algunos de los actuales. Uno, es la pobreza de la sintaxis. Otro, el elogio del desenfreno de la pasión, de una crítica que no ayuda a pensar o reflexionar. En mis relatos, yo lo desaliento", dice Gervasio Rochas. Para él, ese partidismo exacerbado construye en realidad una pasión que no es real.

"Esto va más allá del fútbol, se ve también en política y en muchos otros órdenes de la vida actual. En el fútbol, no hay que olvidar que el protagonista es el partido y no el relator. De hecho, está el esquema de relator y comentarista, donde la mayor parte de la opinión le corresponde al segundo".

"Está claro que uno nunca es objetivo, pero no es necesario inventar accesorios de desmesura donde no los hay. El gol de Maradona a los ingleses se dio una sola vez", afirma y continúa: "en el desborde pasional lo que se oculta es una pauperización de los contenidos. La vida tiene grados, parcialidades, matices, El discurso partidario y fanático lleva todo a un blanco y negro, emprobrece los debates. A falta de sustancia, sobran detalles, decía Sabina".

"Creo que hoy hay muy buenos relatores en la Argentina, pero a la vez hay muchos otros que no lo son tanto", dice Mena. "Muchos, más que relatores, parecen ser hinchas con micrófonos, están lejos de lo que debiera ser un periodista. Hablamos de un país donde la vara del relato es muy alta, donde tenemos ejemplos como Miguel Simón, Mariano Closs, Víctor Hugo".

"Lo ideal es copiar esos casos. Relatores que hacen una transmisión amena, con golpes de palabra, que logran transmitir emoción, pero sin caer en lo chabacano, en el golpe bajo, sin estar todo el tiempo gritando a 220 kilómetros por hora. La idea de que hay que tener siempre velocidad es errónea, lo que hay que hacer es seguir el ritmo del partido, lograr que el que está del otro lado escuche, en nuestra voz, lo que realmente está sucediendo, no lo que quisiéramos que suceda".

En el cuento "Milagro en Parque Chas", la escritora Inés Fernández Moreno juega justamente a lo opuesto: inventa un improvisado relator que decide relatar lo que él quiere que suceda, en este caso, mejorar el juego de la Argentina frente a su eterno rival Brasil, para felicidad ingenua de sus circunstanciales oyentes.

Fernández Moreno inscribe así al relator como un actor de la literatura, y no se trata de un capricho: los relatores, -llamados en distintas épocas como juglares, cantores, cronistas, payadores, narradores- conformaron el gran relato oral de la literatura mundial.

Lo mismo hace Alejandro Dolina, con su cuento "Relatores". Allí, ya en la primera página, advierte: "la historia muestra decenas de relatos que fueron más ilustres que los sucesos narrados", para luego situar a su protagonista, Héctor Bandarelli, en el barrio de Flores, y lo define como parte de la estirpe de Homero. Bandarelli, un relator que en lugar de cambiar las jugadas (como hacía el de Fernández Moreno) da un paso más allá, y directamente decide relatar partidos inventados.

"El hombre dio un paso genial: descubrió que su narración no necesitaba un partido real. Era posible relatar partidos imaginarios, hijos de su fantasía (...) Hubo quienes prefirieron escucharlo a él antes de ir a la cancha. (...) ¿Por qué depender de la actuación, muchas veces mediocre, de los futbolistas? ¿Por qué no crear con la voz jugadas más perfectas? ¿Por qué no dar nacimiento a los deportistas nobles, diestros y mágicos que nos emocionen más que los reales?"

Negarlo es absurdo: más allá de gustos y miradas particulares, el fútbol es parte de un sentir nacional. Como el vermut, como la amistad, el idioma, cuando esos jugadores patean la pelota, lo hacen a través de la Argentina, cabalgando en la voz de los relatores.