Segunda temporada, igual formato, igual discurso, igual mediocridad. Nada nuevo bajo el sol en lo sustancioso. Salvo que esta vez el ganador no será el chef de un restaurante (como el ganador del año pasado, Rodrigo Da Costa, quien maneja la cocina de La Panadería de Pablo, en Olivos), sino que le entregarán llave en mano un pequeño restaurante. No dicen en qué condición, si incluye el local o el contrato de alquiler, la zona, etcétera.
Y tampoco está Marley, que no fue reemplazado, por lo que ahora el programa carece de presentador.
Otro factor que difiere de lo que ocurría en 2016, cuando en algún momento el ciclo debió competir nada menos que con Lanata y el fútbol (hoy ya no hay partidos en horario tardío). Y tampoco los van a cambiar de día porque no está Susana Giménez.
Aun así, el rating no varió demasiado de lo que fue en la primera temporada. En el primer programa, que se emitió el 14 de mayo, hizo 10,77 puntos de rating; siete días después bajó a 9,83 y el domingo pasado recuperó un poco, trepando a 11,17.
Con estos números, siguen sin acercarse a los números que lograra MasterChef en 2015. No precisamente porque aquel programa haya sido mejor que Dueños de la Cocina, sino que este formato local tiene menor inversión y quizá la gente ya esté un poco cansada de ver más de lo mismo.
Los jurados son los que estaban. Donato De Santis es el único que tiene un dominio del escenario y del público (en este caso frente a las cámaras) que pocos o casi ningún cocinero puede jactarse de tener. Y en los fuegos, está claro que va muy delante de sus compañeros.
El francés hace de agresivo y de maestro Siruela, como siempre, pero demuestra que le falta la solvencia del tano. Y ni hablar de Narda Lepes, que en una entrevista se lamentó de que en la edición le sacan las partes en que hace de buena, por lo que parece la chica mala del jurado.
Narda también se ufana de que este año el premio mayor para quien gane, es que le darán la posibilidad de tener un restaurante propio y que la presencia de Telefé le asegurará muchos clientes. No parece ser lo que sucedió con el anterior ciclo del canal de las pelotitas, Pesadilla en la Cocina, que resultó ser el salvavidas de plomo de muchos de los restaurantes que participaron, entre ellos Wasabi.
Luego de las primeras tres ediciones, queda una decena de participantes, ninguno de los cuales parece tener la solvencia de los finalistas del año pasado, Rodrigo Da Costa y Matías Rouaux.
Hay quienes se autodefinen como chef ejecutivo, sous chef, cocinero y hasta estudiante de psicología. Pareciera que la participante Camila Pérez es quien mayores antecedentes puede presentar, porque actualmente trabaja en La Olla de Félix, en la calle Juncal y además pasó por la cocinas de Crizia y Aramburu.
Habrá que ver cómo sigue Dueños de la Cocina. Lo que podemos decir es que para nosotros, ver el programa fue casi una tortura. En última instancia, nada nuevo salvo aspectos como los ya comentados, que no tienen demasiada importancia para los televidentes.
La gula es el quinto pecado capital. Y uno, que no tiene vicios pesados, no puede resistirse al placer de comer, no como una necesidad fisiológica, sino como el placer de los dioses (y de los mortales). Por tres razones, Cruz Omakase se nos ha tornado irresistible, adictivo. Acá les contamos cómo es la experiencia de agosto.
Nuevo menú de pasos, el N° 36, a cargo de los chefs de Winston Club, Jonás Alba y Jeremías Cesino. Una joyita a descubrir, en los altos del bar con amplio ventanal a la calle. Ambas propuestas gastronómicas de Winston Club son altamente recomendables.
El jueves 14 de agosto habrá una noche especial de cata de vinos de Rutini Wines, con la oportunidad de probar algunos de los nuevos platos de la carta del Restaurante Negresco, elaborados por el chef ejecutivo del Palladio Hotel Buenos Aires, Facundo Stefano y su equipo.