Lo que faltaba para descalificar al fanatismo vegano. Un ambientalista reconocido, Claudio Bertonatti, afirma que “desconocen la realidad del mundo natural y la complejidad de su conservación”.
Claudio Bertonatti y lobo marino en isla Española (Galápagos, Ecuador).
Foto L. E. Perez | wikimedia.org
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Éramos pocos y… Las voces contra el fanatismo vegano se multiplican casi tanto como los mensajes reprobatorios (y sin fundamento), que recibimos de lectores indignados que defienden a ultranza esta práctica absurda.
Está claro que cada uno puede comer lo que quiera. Lo que no se puede hacer es criticar con fanatismo a quienes piensan distinto, en este caso a los que comemos carne.
Nos consideran virtualmente asesinos porque nos gusta el asado. Y omiten decir que el ser humano evolucionó en su inteligencia, gracias a que un día se le ocurrió ingerir carnes de animales y nunca más las dejó.
Si desde un portal que pregona a la gastronomía como un acto de alimentarse pero también de placer, desvirtuamos los argumentos veganos por convencimiento propio, ellos tratarán de descalificarnos acusándonos de asesinos de animales.
Pero si la crítica proviene de un calificado ambientalista, la cuestión adquiere otros ribetes. Eso ocurrió en los últimos días con las declaraciones de Claudio Bertonatti, uno de los ambientalistas y naturalistas más respetados de nuestro país.
¿Qué dijo el exdirector de la Fundación Vida Silvestre y de la Reserva Ecológica de la Costanera Sur? Nada más y nada menos que “la dieta vegana también mata animales”.
Bertonatti basa su análisis en el hecho de que los veganos buscan evitar la explotación y el sufrimiento de los animales. Y lo practican no comiendo carnes. Pero para retrucar esta hipótesis, el científico afirma que las dietas vegetarianas y veganas exigen la práctica de cultivos, en general en enormes superficies. Y para desarrollar un cultivo, señala, hay que desplazar el ambiente natural que ocupa ese territorio.
Y agrega que “en esos ambientes o ecosistemas silvestres vive una enorme diversidad y cantidad de animales; modificar o alterar ese ambiente se traduce en la muerte de miles de animales”.
Bertonatti amplía el concepto: “algunos mueren de modo directo, aplastados, quemados, intoxicados, por la intervención del ecosistema; otros huyen a las áreas vecinas, pero con escasas posibilidades de supervivencia”.
Por más que duela, cuando los cultivos ya están instalados –agrega-, hay que defenderlos y ningún productor agrícola permite que las aves, los insectos, los mamíferos y otros seres vivos, vayan a comer alegremente sus frutos, semillas y hojas.
LA DIETA VEGANA ES PRODUCTO DE LAS EXCENTRICIDADES QUE LLEVAN A UNA MINORÍA A TRATAR DE DIFERENCIARSE. SU SUSTENTO CIENTÍFICO NO EXISTE PERO LLEVA AL FANATISMO.
“Los combaten, los persiguen, los matan”, afirma, para completar diciendo: “he conocido lugares en donde se han atacado colonias con nidos de cotorras con lanzallamas”.
Para Bertonatti, el gran desafío de la Humanidad no es que todos sus miembros se conviertan en veganos, sino que “se hagan responsables de conocer mejor el mundo que los rodea más allá del pueblo o la ciudad donde viven”. Y que se comprometan “con la conservación de la naturaleza o del patrimonio natural y cultural, no solo con los alimentos que eligen consumir”.
“Un ciudadano comprometido con la conservación de la naturaleza y el cuidado ambiental, puede serlo más allá de su dieta”, enfatiza Bertonatti, quien luego dice que no está en contra del veganismo, sino “de la estupidez y el fanatismo”.
Y concluye: “cuando un vegano se manifiesta como si abrazara un dogma inmutable e inequívoco y lo defiende con violencia, descalificando a todo aquel que piensa diferente, sencillamente quiero estar lejos”.
Algo así como lo hace alguien que no come pescados porque considera erróneamente que “es malo para la salud” y por ende, descalifica a quienes sí lo hacemos.
Cualquier fanatismo es malo, venga de donde viniere. Por fortuna, son una minoría y no hay indicios de que dejen de serlo algún día.
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