Las personas vivimos gracias a las emociones. Necesitamos de emociones para darle valor al día a día; a lo triste y penoso de vivir con problemas y obligaciones desde que tenemos uso de razón hasta que lo perdemos entrando en la demencia senil
El problema radica en el exceso. Desde chicos nuestros padres nos enseñaron (o intentaron hacerlo) que los excesos son malos. Ese discurso se solía dar mientras repetían el segundo plato de fideos con albóndigas, para maridarlo con los litros de vino tino y un delicado budín de pan de cuarto kilo. Y así es como el exceso pasó a ser algo natural en todos nuestros sentimientos, nuestras creencias o nuestros deseos. Por eso el fanático de Boca conserva ese deseo ferviente, porque cualquier simpatizante de River sufra de algún problema de salud o dolencia. Quizá sea el motivo por el cual la política argentina es un campo de batalla de insultos sin argumentos de ninguno de ambos lados. Puede ser que el rechazo a los diferentes nombres que tiene Dios, esté dado por ese amor excesivo al rótulo impuesto por la religión de turno que nos avala como creyentes. Pero a los vegetarianos, a ellos sí que no los entiendo.
Soy una persona obsesiva, me cuido bastante, como sano, ando con todos esos yuyos que compro por las dietéticas y me hago unos tés con sabores que bien se podrían usar para castigar a los nenes cuando se portan mal en la escuela. Pero sin embargo, no entiendo a los vegetarianos. Entiendo la elección. A ver, te gusta el aladeltismo, te gusta dormir en una cama de clavos, te gusta comer todo menos carne. Perfecto. Una decisión, lo hacés porque te gusta (o porque no te gusta). Hasta ahí vamos bien, somos todos amigos. Pero la justificación de la decisión. La fundamentación. Eso no me cierra.
No me cierra que un vegetariano esté en contra de matar a un animal, porque ese bicho sufre pero vista las Nike o las All Stars que se fabrican en China explotando a un nene a tres dólares el día de trabajo. ¿Acaso el animal tiene más derechos que un ser humano? ¿O el problema radica en verle la cara al conejo y no al chinito explotado a 19.000 kilómetros de distancia? ¿Ojos que no ven, corazón que no siente?
Creo que el vegetariano no entiende mi postura. No me gusta hacer daño a los animales. Yo no vivo pensando en métodos de tortura a animales. Entonces, no veo por qué soy un mensajero de Belcebú, sólo por el hecho de querer disfrutar un buen churrasco con unas fritas y una cervecita.
Quizás el error del vegetariano radica en hablar y comunicar cual evangelista su postura frente a la vida y alimentación. Así como a mí me molesta que un Testigo de Jehová me toque el timbre de casa a las 9 de la mañana de un domingo para traerme la palabra del señor, o que una cordobesa de la telefónica me llame para ofrecerme 500 minutos libres en llamadas a Kuala Lumpur, también me molesta que un vegetariano suponga que tengo ganas de escucharlo y aceptar su verdad ante la vida de los pobres animalitos que deberían vivir en los prados.
El fundamentalismo muere cuando veo al vegetariano comiendo una galletita de fabricación industrial. Porque si uno tiene tan arraigada una idea y hasta considera correcto compartirla, e intentar que los demás cambien su parecer, al menos que sea con coherencia, con sensatez. Porque comerse una galletita que tiene grasa animal, es lo mismo que ir por un bife de chorizo a La Cabrera. Ser fotógrafo en los años 90’s y ser vegetariano, otra incoherencia. El film está hecho con una suspensión de gelatina animal. ¿Herejes?
Todo esto no es algo inherente sólo del vegetariano. Tengo amigos pseudocomunistas que fueron a Cuba, se sacaron la foto al mejor estilo Che Guevara y tuitean desde el BlackBerry, chatean desde el iPaden un tres ambientes que pagaron con un crédito en pesos otorgado con interés, fijo porque así se ahorran unos mangos. El tema es, ¿por qué yo siendo capitalista no quiero que los demás festejen las burbujas financieras, o siendo omnívoro no tengo deseo alguno por convertir a un vegetariano al fanatismo por la milanesa napolitana?
Creo que es arrogante el que considera que la naturaleza no fue lo suficientemente sabia en nuestra evolución, después de millones de años alimentándonos tanto de vegetales como carnes. ¿Quiénes somos nosotros para querer modificar una conducta de millones de años? ¿Por qué nos levantamos un día con ganas de respetar el ciclo de la vida del animal y creemos que eso no va a repercutir en nuestra salud?
Veo más positivo luchar en contra de la contaminación, el abuso de recursos naturales (renovables o no) o el reciclaje de elementos no degradables, y mejorar así la calidad de vida de todos, ahora y para un futuro cercano y lejano. Como diría un tipo a quien admiro -Anthony Bourdain-: el problema de los vegetarianos es no saber cuidar los alimentos y maltratarlos en las cocciones. En vez de ocupar el tiempo evitando que muera una pobre vaca, sería bueno que tomen cursos de cocina y aprendan a hacer un simple risotto que tenga sabor a algo más que telgopor.