Una lectora asidua de Fondo de Olla nos acercó un comentario sobre su experiencia fallida en Le Pain Quotidien, de Salguero y Gelly. Como se dice siempre, no es oro todo lo que reluce.
Hace algunas semanas, decidí almorzar en Le Pain Quotidien, de Salguero y Gelly. Por supuesto que la intención era disfrutar de una comida rica y sencilla, como lo prometían. Abajo, el salón estaba medio lleno, con lo cual opté por ubicarme en el primer piso. Allí, me sorprendió sobremanera observar que si bien la mesa estaba aún sucia, ninguno de los tres mozos tomó la iniciativa de venir a consultarnos por nuestro pedido. Un rato más tarde, un mozo se dirigió hasta nuestra ubicación, pero se frenó a mitad de camino en una mesa vacía y comenzó a limpiarla. Raro, porque se supone que la prioridad la tiene una mesa ocupada con clientes. Ya con algo de impaciencia, aunque con entusiasmo por probar las cosas del lugar, hubo que insistir varias veces para que un camarero se acercara a atendernos.
Finalmente logramos hacer el pedido: dos ensaladas, una de salmón y verdes, y otra de langostinos, tomate, palmitos grillados y verdes, más dos limonadas y una sopa fría de papa. Unos 20 minutos más tarde llegaron las ensaladas, pero antes de comenzar a disfrutar la mía, tuve que tomarme el trabajo de separar de cada tomate su mitad, que se encontraba completamente amarilla (aunque parezca mentira pusieron tomates sin madurar). Ahora sí había llegado el momento de disfrutar de mi ensalada, pero vaya sorpresa, otra más, cuando al introducir el tenedor, noto un movimiento extraño. Enseguida advertí que no podía ser una lechuga con vida propia. Lo peor sobrevino después, al ver que un bicho bolita desplegó todo su esplendor en mi plato. Sé que leerlo puede sonar exagerado o no tan terrible, pero realmente era un asco. De pronto, me imaginé al bicho mezclado en la ensalada dentro de mi boca. Más asco aún.
¿Una ensalada que incluye un bicho bolita de regalo? Es real, ocurrió en Le Pain Quotidien, de Salguero y Gelly
Uno, a esta altura, puede pensar que son cosas no muy habituales, pero que pueden pasar en un restaurante. Ahora bien, el remate de esta obra maestra del terror fueron las explicaciones de la encargada. Primero preguntó si quería que me cambiaran la ensalada (algo obvio), aunque de todas maneras decidí no pedir otra cosa que proviniera de esa cocina. Fue entonces que me ofreció “algo dulce”, pero me pareció que un almuerzo con una cookie no era lo que pensé al elegir el lugar. Ella siguió insistiendo y culminó con una frase de antología: “Ay, pero te quedaste remal”. ¿Cómo queda uno si está a punto de comerse un insecto? Acto seguido, el cocinero se asomó (literalmente, solo asomó su cabeza y sus manos) por la puerta de la cocina, para darle a la encargada un paquete de algo (que luego comprobé que era lechuga). Ella me lo mostró para explicarme que la compran empaquetada, ya lista para usar. A esta altura, cabe preguntarse entonces por qué no la lavan, algo elemental para cualquier cocina, incluida la de nuestras casas. Y lo peor de todo fue el remate: “Ahora vamos a tener que hacer el reclamo al proveedor, porque esto ya nos está empezando a pasar” (sic). De más está decir que no vuelvo a pisar este local, ni otro de su cadena. Luego de comentar lo sucedido, me enteré de que una persona fue a disfrutar de un brunch a otra sucursal de Le Pain Quotidien, pero que no se lo pudieron servir porque se habían quedado sin huevos. Pan mal cocido, como comúnmente se dice cuando algo está pésimamente hecho.