Entre snobs, chantas y profesores ciruela (o de Siruela como nos corrigió un lector), muchas cuestiones que tienen que ver con el vino se han vuelto bastante patéticas. La segunda nota de esta serie con mucho de humor
Las presentaciones de vinos nuevos también tienen lo suyo. Generalmente se hacen en unos hotelazos a todo huevo, con camareras que están más buenas que ganarse el Loto, y morfi de ese que te chupás hasta los codos pero te deja medio con hambre, porque todo es chiquitito. Generalmente discursean el enólogo que lo hizo o el dueño de la bodega (en caso que hablen castellano, lo cual es cada vez menos frecuente) y opina algún periodista especializado. Y es ahí cuando llega la diversión (a menos que antes uno se haya levantado una de las camareras y se haya tomado el palo con ella, rumbo a un lugar con menos concentración de sarasa por metro cuadrado). Es que el gacetillero, además de elogiar grandemente al novi en cuestión (que otra cosa puede hacer…) comenzará a describir lo que le encuentra al brebaje con un entusiasmo digno del que anuncia que acaba de descubrir la cura del Sida.
Esa es la parte que más me gusta: cuando dicen que tiene “Notas de azafrán, un retrogusto (¿lo qué?) como a grosellas salvajes de los valles alpinos, remembranzas a tabaco recién cosechado en las Islas Vírgenes, a pimientos rojos, a frutillas maduras y aromas a vainilla tostada de Madagascar”.
El verso al descubierto (segunda parte)
Déjenme de joder; si un vino llega a tener el 10 por ciento de todo eso, es cualquier huevada menos vino. Ya sé que dicen que son “analogías”…pero igualmente hay que tener una imaginación digna de Ray Bradbury para encontrar todo eso en un líquido que no puede ni debe tener otra cosa que gusto y olor a…vino, ni más ni menos. Si no fuera así, que lo saquen de circulación por trucho. Pero igual, escuchás todo eso y cosas peores en todas y cada una de las muchas batallas que se libran desde hace unos años en esa guerra (ya ganada) por darle glamour a una bebida más asociada antes con el alcoholismo proletario o los asaditos entre amigotes que con la buena vida y los placeres refinados. Esta “glamourización” del vinardo da para todo, pero en general está buena, porque (además de ser muy graciosa) fomentó inversiones, laburo y divisas que entran por la exportaciones.
Pero ustedes no se preocupen: de eso, no van a ver un mango, y cada vez te va a costar más encontrar ese tintorro áspero, sabrozón y económico que usaban para rempujar los asaditos, porque seguramente han sacado los viñedos de donde salía para plantar la variedad “La puté qui lo parié” que luego convierten en el “Grand Marqués de la Sorongueta” exportado a 29 países y medio, cobrándolo en Dólares y Euros fresquitos, como corresponde.
Para terminar, he creído oportuno hacer un aporte a los publicitarios encargados de esas campañas. Ya deben estar podridos (ellos y sus clientes) de poner minas espléndidas, casas lujosas, paisajes espectaculares y autos descomunales para asociarlos a la imagen de un triste vino. Eso ya fue. Les propongo humildemente que hagan spots como los traillers de las películas de acción. Por ejemplo, con un locutor en off que diga: “De los creadores del Gran Malbec 'Viejo Escroto' y del Chardonnay 'Finca del Tortazo', ahora llega… 'Cosecha Esquizofrénica 5…la leyenda continúa'. Sus comidas nunca volverán a ser las mismas. Vértigo, audacia y emoción en cada copa. Próximo estreno en su supermercado amigo (excepto chinos) y en las mejores vinerías”. Y vas pasando imágenes de persecuciones, explosiones y cosas así, con un chavón muy fachero, onda héroe, que se manda una copa de eso y sale a hacer destrozos. Sería más divertido, ¿no?
Pero bueno, como sea, jamás perderemos la costumbre de comer con vino argentino… ¡Ni se les ocurra! ¡Salud a todos!