Cómo sobrevivir a tu debut con la "comida étnica"

Lunes, 29 de octubre de 2012
El gran "Magno" vuelve con su humor recargado. Ya habló de los chantas del vino, de los baños en los restaurantes y de los densos en los asados. No te pierdas este nuevo capítulo de nuestra sección Olla Colifa.

La cantidad de restaurantes de “Comida étnica” que se han desparramado a lo largo, a lo ancho y aún a lo alto de nuestro país es algo digno de señalar. Pero que los puristas de nuestras tradiciones no lo señalen con el dedo mayor de la mano extendido y  apuntando hacia arriba, por favor.

Esta multiplicación de comederos raros, que se da particularmente en las ciudades más grandes, hace que sea cada vez más difícil esquivar el encontronazo con exóticos sabores, quiéralo uno o no. Porque en esto también hay de todo, felizmente. Están los que cuando se abre algún local gastronómico extraño se mandan de una, e incluso andan buscando todo el tiempo la oportunidad para hacerlo. Existen también los prudentes que sólo se guían por su gusto, y si en el restó foráneo sirven cosas que los tientan, pues ahí van, y si no no. Y por último, no faltan los reacios (o reaccionarios) que se oponen férreamente a todo lo que implique algo que según ellos sea una profanación a nuestros sagrados hábitos alimentarios.

Hay varios puntos intermedios, cierto; por ejemplo, los que se cierran herméticamente ante la posibilidad de una ingesta poco habitual, pero a la larga se enganchan y terminan copándose con esas cuestiones. Un amigo mío, por ejemplo, abominaba el sushi en cualquiera de sus expresiones aún sin haberlo probado. Pero cierta vez, su novia (bien tilinga gracias a Dios y fanática de esos cachos de pescaditos crudos) le prometió darle no sé que cosa que él le pedía mucho (prefiero no saber de qué se trataba) si se allanaba a tragar unos pocos rollitos de esos. Lo hizo, tapándose la nariz, pero lo hizo. Y desde entonces, presa del fanatismo de los conversos, no es capaz de pasar un día sin su dosis de sushi. Y al parecer, sin lo que le dio la novia tampoco, sea esto lo que sea.

Pero bueno, esa comida ponja ya casi está incorporada al acervo nacional, aunque siga teniendo algunas resistencias por ahí. Desde que se estableció fueron muchas otras las especialidades que arribaron a estas pampas: tailandesas, chinas, peruanas, yanquis, las infaltables (e inflamables) mexicanas, brasileñas, vietnamitas, europeas del país que se te cante, africanas y todo cuanto te imagines. Y lo que no te imagines también; faltan 10 minutos para que empecemos a ver los cruces más raros. Por ejemplo: cocina Japorosarina, dinamarqueña, norteamericoya, balcanicoreana, mendoruguaya, o lo que venga, que si es por inventar acá no nos gana nadie. Ya sentaron sus reales los restós asiatico-peruanos, y seguro eso hace que se sientan legitimados los que se quieran mandar a vendernos escalopes de algas rellenos con crema pastelera, alcaparras, carne de iguana overa, coriandro y fritos en aceite de escarola. El asunto parece dar para todo.

¿Es una manifestación de nuestra pluralidad, de nuestra apertura mental, de nuestro cosmopolitismo, como dicen los partidarios de clavarse platillos cuanto menos curiosos apenas pueden, o es una zoncera propia de snobs colonizados sin conciencia nacional, según afirman los gauchos de tierra adentro pero tampoco taaaannn adentro?...Yo qué sé... pero que son unos cuantos los que se están forrando con eso de vender morfi extraño, ponele la firma.

Ademas de lo difícil que puede resultar distinguir el aserrín del pan rallado (o lo auténtico de aquello más falso que un dólar amarillo) está el asunto que da título a esta humilde columna: supongamos que uno no es ningún gourmet sofisticado ni un antropólogo del buen morfar, ni un periodista especializado en estas lides. Tampoco es de esos ansiosos con personalidad compulsiva que se anotan con cualquier cosa que se coma, se beba, se fume, se aspire o se inyecte. Es apenas un tipo normal con  una pequeña curiosidad y un saludable respeto por lo que no conoce. Pero, ¿de qué se disfraza si lo invitan a comer a un restó, digamos, “Angloparaguayo” que acaba de inaugurarse en el distrito más cool de la ciudad y se llama “The Yacare's Asshole”?.

Es una parada brava, no lo neguemos. Porque si no estás bien canchero en estos temas, dudás hasta de como ir vestido. Te empiezan a asaltar interrogantes del tipo: ¿Tendré una silla donde sentarme decentemente o deberé yacer en el piso con las patas cruzadas cual japonés en la ceremonia del té? ¿Pico algo antes de ir por las dudas de que ese morfi me resulte intragable, o me juego a ir con la panza vacía y que sea lo que Dios, Alá, Javeh, Yah o Zeus quieran (dependiendo del pretendido origen del restó)? ¿Y si lo que hay en el primer plato que me presenten todavía se mueve y me guiña un ojito, eh? No es fácil, chicos y chicas.

Ante semejantes disyuntivas, consulté a un experimentado amigo que ha pasado por varios de estos bretes, pero aún así suele sentirse desbordado ante la sobreoferta de cocina extranjera o que se supone tal. Él ha creado un “kit” portátil para enfrentar dichas situaciones. Por un precio muy módico, te lo entrega ya perfectamente presentado en un pequeño y coqueto estuche parecido a un porta-cosméticos, y al abrirlo uno encuentra:
1)  Tres sobres de antiácido efervescente con su respectivo comprimido analgésico.

2)  Un blister de pastillas de carbón contra diarreas fulminantes.

3)  Un rosario católico, un ejemplar en miniatura de la Torá o una de esas pulseras de cuentas estilo musulmán (a elección del cliente) por si uno quiere tener un encuentro personal con su dios antes o después de la arriesgada morfandanga.

4)  Una agendita con todas las direcciones de hospitales, servicios de ambulancias de emergencia, gastroenterólogos y farmacias de turno, servicios sacerdotales, y otros números de utilidad para imprevistos cuasi catastróficos de incontinencia manifiesta.

5)  Un rollo de papel higiénico aplastado (sin el canuto de cartón del medio para que abulte menos) y por las dudas en el baño del comedero no haya.

6)  Una libretita con 150 excusas para rajarse del restó, que van desde las más pedestres y obvias a las más rebuscadas. Incluye una sección tipo “Armá tu propia aventura”, en la que uniendo distintas palabras te sale un pretexto “customizado”. Por ejemplo: “He-recibido-un-mensaje-de-mi-jefe-que-acaba-de-ser-abducido-por-un-ovni-proveniente-de-ganímedes-y-dice-que-en-su-ausencia-debo-hacerme-cargo-de-todas-las-operaciones-de-la-empresa-Permiso-Hasta-luego”. Uno larga ese bolazo mientras mira su celular, se levanta y se va.

7)  Hasta ahí el equipo básico. Por unos mangos más, te habilita el número de radio para acceder al servicio “Premium”, con el cual unos ñatos grandotes con trajes negros, auriculares en una sola oreja y aspecto de agentes de la CIA entran al restaurante a buscarte, te agarran de las pestañas y te suben a una camioneta negra y blindada con vidrios polarizados, que escapa a toda velocidad sin ningún tipo de explicaciones. Te dejan a tres cuadras de ahí, pero por una propina interesante para los monos te acercan al cabarulo de tu preferencia.
Por eso, y entre nosotros..: ¡Aguante la parrillada con achuras, canejo! Pero si no queda más remedio que encarar una cosa llamada, por ejemplo: “Escabeche con tendones de garza taiwanesa con salsa de polen afrodisíaco de caléndulas sudafricanas”, tratemos de hacerlo con un mínimo de dignidad...o al menos intentemos simular que la tenemos.

Foto: © Rewat Wannasuk | Dreamstime

 
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