Una buena y una mala. Empezamos por la buena: luego de una importante tarea de restauración reabrió hace algunos meses El Tropezón, un hito de la Cocina Porteña. La mala: los precios. Con el tropezón se te caen los billetes del bolsillo.
El Tropezón - Avenida Callao 248. Teléfono: 4371-5046. Abierto todos los días desde las 7 al cierre. Principales tarjetas.
Tipo de Cocina: Porteña
Barrio: Congreso
Precio: $$$$
El Tropezón nació en 1896 y cerró sus puertas en 1983. Hubo 34 años de abandono, hasta que sus nuevos propietarios lograron reabrirlo en septiembre del año pasado y con ello, recuperar una parte de la historia grande de la cocina de los porteños.
El lugar quedó inmortalizado en la voz de Edmundo Rivero en el tango Pucherito de Gallina: "Cabaret... Tropezón..., era la eterna rutina / pucherito de gallina, con viejo vino carlón", dice la letra de un tango escrito por Roberto Medina. Un puchero que El Tropezón sigue ofreciendo a un precio exorbitante.
Hay que empezar diciendo que es loable el esfuerzo y la inversión de los nuevos propietarios. Raquel Rodrigo y su esposo están en el negocio de los estacionamientos. Sucedió que ambos decidieron adquirir un garaje sobre la Avenida Callao, pero al hacer la oferta se encontraron con que el predio se vendía junto a otro vecino. Recién al inaugurar el nuevo estacionamiento, observaron una leyenda en una de las paredes que decía que ahí había funcionado el Restaurante El Tropezón.
Es que tras el cierre ocurrido en 1983, en la dirección de Callao 248 hubo una sucursal del Correo Argentino y más tarde las oficinas de una empresa de ART. Todo vestigio del histórico restaurante había desaparecido, salvo ese azulejo en la pared.
Los nuevos propietarios, con buen tino, optaron por no demoler y aun frente a los consejos en contra de sus amigos y conocidos, resolvieron restaurar las instalaciones y reabrir el histórico local que recibió en su momento a la flor y nata del ambiente artístico y del tango.
Hay un amplio salón en la planta baja, con una barra a la derecha. Al fondo, una escalera nos traslada al subsuelo, donde se puede comer entre viejos objetos y fotografías que lograron recuperarse luego de una búsqueda laboriosa.
La parte cuestionable y que merecería la pena una vuelta atrás, son los precios, demasiado abultados para un tipo de cocina porteña, tradicional, que finalmente nos termina costando lo mismo que en un restaurante de alta cocina.
Y cuando te cobran hasta la historia, ocurre que la gente se va espantada y no vuelve. El plato emblema del local, inmortalizado por el tango Pucherito de Gallina, costaba al momento de nuestra visita, en diciembre del año pasado, la friolera de $ 950 por persona (casi 50 dólares para una comida que alguna vez fue comida de pobres). Agregar todas las extras y la adición se va a las nubes.
Para comenzar, se ofrecen empanadas de carne cortada a cuchillo, Revuelto Gramajo y matambre con rusa. O croquetas de jamón, rabas, mayonesa de atún o de ave, y jamón crudo y queso gruyere.
Luego, hay platos clásicos y platos españoles. Entre los primeros, lomo a la pimienta con papas a la crema; bife de chorizo con papas fritas; matambre a la pizza con papas españolas; lomitos de pollo a la crema de champiñones con papas; risotto con langostinos, y merluza El Tropezón con papas al natural.
Y entre los españoles, algunas opciones son el pulpo a la gallega ($ 1.100); callos a la madrileña; paella para 4 ($ 790, mucho más razonable que el puchero), y gambas al ajillo.
No falta el capítulo de pastas: fusilli al fierrito scarparo; ravioles verdes a la Rossini; tallarines Don Chicho con frutos de mar, o tagliatelle a la Parissien.
Los postres son clásicos porteños: flan casero con crema y/o dulce de leche; arroz con leche; manzana asada; crema catalana; panqueque de dulce de leche, y una especialidad de la casa: churros El Tropezón.
La carta de vins está armada preferentemente con las principales bodegas del mercado. Una opción interesante es pedir el D. V. Catena Clarete, como para seguir las tradiciones.
Si obviamos el puchero, una comida de tres pasos suma alrededor de $ 750 sin bebidas ni otras extras. Algo excesivo para un restaurante con onda de bodegón, cuya historia está en las paredes.
Para nostálgicos y tangueros, aun así valdría el esfuerzo, al menos una vez. Pero igualmente El Tropezón nos deja una sensación ambigua. Siempre miramos más la comida que la ambientación. En este caso, sucede al revés. Por el lugar, tal vez valga lo que cuesta, pero la comida no pasa de lo estándar en estos tipos de lugares, y por lo tanto los precios se tornan irracionales.
Por razón precio calidad, Cruz Omakase se destaca como un verdadero "best-buy". Sin sofisticaciones innecesarias, su propuesta permite disfrutar de una docena de pasos que van in crescendo, al tiempo que también podés optar por opciones de handrolls y una selección de etiquetas de la vinoteca vecina del mismo nombre, así como la reciente incorporación de whiskies japoneses.
"Capricho, deseo vehemente, ilusión". Así define la Real Academia Española a la palabra "berretín". Y esas tres cosas son las que llevaron a un holandés a abrir un restaurante a su propio gusto y piacere. Para ello se afincó hace un tiempo entre nosotros porque, como nos dijo, "Buenos Aires es como estar en Europa, pero lejos de todo". Se llama Nicolás Houweling y, junto a su hermana Bente (que estará a cargo del café de la planta baja de próxima apertura), abrió "Presencia", un restaurante en el que quiere también omitir todo lo que le parece inapropiado cuando uno sale a comer afuera. Para ello, convocó al chef Rodrigo Da Costa, de último paso por "Le Réve". Nuestra visita coincidió con el fin de la marcha blanca y comienzo del servicio al público. Impecable todo.
La chef ejecutiva de Casa Cavia, Julieta Caruso, renovó el menú de mediodía con una propuesta que permite pedir a la carta o bien elegir entre menús de pasos. A ello, se suma la coctelería creativa de la bartender Flavia Arroyo y una selección notable de vinos a cargo de Delvis Huck. La dirección general es de Guadalupe García Mosqueda.