Mozos de la vieja escuela Miércoles, 30 de enero de 2019Hace años que los conocemos, nos atienden con eficiencia cada vez que vamos al Hotel Sheraton. Pero nunca los tuvimos a los tres juntos. Ocurrió el viernes pasado en St Regis, y documentamos el hecho extraordinario con una fotografía.
¿Quién alguna vez no se sintió molesto con un camarero/a joven que tutea a cualquier cliente como si fuera un amigo? ¿O cuando el mozo atiende con desgano y demuestra una falta de conocimientos inadmisible? Ni respeto, ni profesionalismo, ni educación. Nada de nada.
Quedan pocos mozos, hoy muchos de ellos devenidos en mâitres después de impecables trayectorias, por lo general en las cadenas hoteleras. Es verdad que ser joven no significa necesariamente trabajar sin ganas, ser desprolijo y a veces, ni siquiera limpio.
Y tampoco que muchos años de servicio te acrediten lo contrario. Hay de todo en la viña del señor. En tantos años de practicar el periodismo gastronómico, uno se ha topado con todo tipo de servicio. Y debo decir que una sola vez me retiré de un lugar sin dejar propina, ocurrió en el desaparecido Restaurante Lola hace muchos años, pero el mozo de aquel momento ni siquiera recordará que nos volcaba el vino en la ropa, bufaba constantemente y mostraba un mal talante que casi incentivaba a pelearlo.
Si trazáramos una semblanza del mozo porteño, el mismo que no anota y recuerda todos los pedidos y no se equivoca de comensal al llegar los platos a la mesa, el de profesión, que siente pasión por lo que hace, que considera que un buen servicio resulta indispensable para que no desluzca el trabajo de la cocina (al contrario, lo realza), deberíamos aprender de los maestros del Sheraton.
Son discretos, eficientes, profesionales y con vocación de servicio. Están orgullosos de atenderte bien y nos hacen sentir cómodos.
Son mozos que hacen escuela. De los que quedan pocos. Aquí los vemos en las fotos a los tres juntos. Tantos años de conocerlos y de haber recibido su excelente atención, pero nunca nos tocó que el equipo junto nos atendiera como la noche del viernes pasado en el Restaurante St Regis. Un lujo.
Son Raúl Romano, Lidio Bogado y Alfredo Castillo. Unos capos. Y uno, como periodista que observa todo lo que pasa a su alrededor, se da cuenta que a todos los clientes los atienden igual de bien, sin distinciones por portación de profesión.
Porque fue una ocasión única, ojalá repetible, dejamos testimonio fotográfico. Son un ejemplo y les estamos siempre agradecidos por mimarnos cada vez que vamos a comer al hotel de Retiro.
Hace años que los conocemos, nos atienden con eficiencia cada vez que vamos al Hotel Sheraton. Pero nunca los tuvimos a los tres juntos. Ocurrió el viernes pasado en St Regis, y documentamos el hecho extraordinario con una fotografía.
¿Quién alguna vez no se sintió molesto con un camarero/a joven que tutea a cualquier cliente como si fuera un amigo? ¿O cuando el mozo atiende con desgano y demuestra una falta de conocimientos inadmisible? Ni respeto, ni profesionalismo, ni educación. Nada de nada.
Quedan pocos mozos, hoy muchos de ellos devenidos en mâitres después de impecables trayectorias, por lo general en las cadenas hoteleras. Es verdad que ser joven no significa necesariamente trabajar sin ganas, ser desprolijo y a veces, ni siquiera limpio.
Y tampoco que muchos años de servicio te acrediten lo contrario. Hay de todo en la viña del señor. En tantos años de practicar el periodismo gastronómico, uno se ha topado con todo tipo de servicio. Y debo decir que una sola vez me retiré de un lugar sin dejar propina, ocurrió en el desaparecido Restaurante Lola hace muchos años, pero el mozo de aquel momento ni siquiera recordará que nos volcaba el vino en la ropa, bufaba constantemente y mostraba un mal talante que casi incentivaba a pelearlo.
Si trazáramos una semblanza del mozo porteño, el mismo que no anota y recuerda todos los pedidos y no se equivoca de comensal al llegar los platos a la mesa, el de profesión, que siente pasión por lo que hace, que considera que un buen servicio resulta indispensable para que no desluzca el trabajo de la cocina (al contrario, lo realza), deberíamos aprender de los maestros del Sheraton.
Son discretos, eficientes, profesionales y con vocación de servicio. Están orgullosos de atenderte bien y nos hacen sentir cómodos.
Son mozos que hacen escuela. De los que quedan pocos. Aquí los vemos en las fotos a los tres juntos. Tantos años de conocerlos y de haber recibido su excelente atención, pero nunca nos tocó que el equipo junto nos atendiera como la noche del viernes pasado en el Restaurante St Regis. Un lujo.
Son Raúl Romano, Lidio Bogado y Alfredo Castillo. Unos capos. Y uno, como periodista que observa todo lo que pasa a su alrededor, se da cuenta que a todos los clientes los atienden igual de bien, sin distinciones por portación de profesión.
Porque fue una ocasión única, ojalá repetible, dejamos testimonio fotográfico. Son un ejemplo y les estamos siempre agradecidos por mimarnos cada vez que vamos a comer al hotel de Retiro.