El chef que lavaba los platos

Lejos en el tiempo ha quedado el perfil de cocinero que conocía la carta de pe a pa. Laboriosos trabajadores, acostumbrados a soportar calores infernales y ambientes insalubres, a quemarse los dedos y si faltaba alguien, hasta transformarse en bachero improvisado. Por lo general, se trataba de gente venida del interior, que se consideraba a sí misma como una especie de obrero de la cocina. Uno que otro podría salir del anonimato, como el gran Pedro Muñoz del Plaza Hotel , pese a que casi nadie le recuerda la cara de tan bajo perfil que era.

Antes que nada, debo reconocer que es difícil trabajar de cocinero. La realidad es muy diferente a la que te pintan en las escuelas. Y encima tienen que soportar que nosotros, los periodistas, que somos incapaces de preparar un plato de mínimo nivel de calidad, luego los juzguemos con absoluta liviandad. Sobre todo debe ser insoportable aguantar una crítica, provenga de donde proviniere, cuando se tiene el ego exacerbado. Dicen que el sommelier es el primo del mozo, y el cocinero el hijo del almacenero del barrio. Y los periodistas unos “hijos de mala madre”, pensarán a su vez nuestros blancos preferidos de la crítica gastronómica.

Hay muchos chefs que creen ser celebridades, y ni siquiera les alcanza la cabeza para hacer un digno bife con papas y huevos fritos. Aparecen en la tele dando cátedra, olvidándose que alguna vez laburaron en un tenedor libre chino. Incluyendo a algunos que vinieron de afuera, porque en su país eran uno más o ni siquiera eso. Está bien que alimentan nuestro estómago y nuestro espíritu, pero a veces, no siempre. Sin embargo, que nos den de comer no les da derecho a creerse que nuestra vida está en sus manos, como si te estuvieran operando del corazón.

¿Cómo reconocer a un cocinero que trabaja del que no lo hace? La primera es ver si el tipo con gorro blanco anda todo el tiempo pavonéandose por las mesas, o si rara vez sale de la cocina. Este último es el que labura. Fijate también cuánto hay de creatividad en los platos. Muchos son copiadores de recetas (por no decir plagiadores, porque se apropian de la propiedad intelectual). Y ni hablar si lo encontrás un sábado a la noche comiendo en el restaurante de un colega. El tipo dejó todo tirado y se fue de farra (total que laburen otros). Se habla de muchos cocineros malhumorados, como si tratar mal a sus empleados fuera algo positivo. Hay un francés que al llegar a su restaurante, espera el saludo de todos al grito de: “hola chef”. Y si alguien no lo hace, se enoja sobremanera. Jamás él va a saludar primero a la tropa.

También están los que dirigen, pero no se arremangan. Y mucho menos que laven los platos. Conocemos algunos que no tienen problema en hacerlo, porque por eso no se les caen las jinetas. Otros, la mayoría, jamás lo harían, si se consideran héroes famosos de la televisión y deben tener manos de terciopelo. Un gran cocinero no necesita llamarse a sí mismo “chef”. Si es realmente talentoso, te lo va a demostrar cuando llegue el plato a la mesa, no conversando o haciéndole caritas a la cámara. Conocemos de los unos y de los otros, pero son mayoría los chantas. Juntos forman una filarmónica de egos. Por eso rescatamos al chef que lava los platos. Honra a su profesión y respeta a los clientes. Ya no más se le debería decir a una mujer “andá a lavar los platos”, ni siquiera cuando maneja un auto. Pues entonces aprovechemos la frase con los cocineros imbéciles y digámosles: “andá a lavar los platos”. Gracias a mi amigo (gran chef) por darme la idea. Es uno de los que lava los platos, cuando hace falta.