Bajó el consumo a menos de 8 kilos

No hay plata ni para pastas

Lunes, 7 de enero de 2019

La pasta es uno de los alimentos preferidos de los argentinos, no solo por la herencia recibida de nuestros ancestros italianos, sino también porque históricamente ha sido una de las comidas más baratas y nutritivas. Sin embargo, el año pasado el consumo cayó en nuestro país a menos de 8 kilos per cápita.

Más allá de los detractores de la harina (si fuera mala para el organismo los italianos estarían todos enfermos o muertos), la pasta forma parte de nuestras preferencias culinarias.

Uno presupone que ante una crisis económica como la que vive la Argentina desde tiempos inmemoriales (que el actual gobierno es solo una parte del problema), el consumo de pasta debería aumentar, desde que se trata de una comida rica, barata y nutritiva.

Pero lo de barata está hoy por discutirse. Los precios se han disparado y por ende, la tendencia que se había disparado para arriba hasta llegar a 8,27 kilos por persona al año, bajó a 7,51 kilos en 2018. Pese a todo son más que los 7,13 kilos del 2011. 

Lo que sí es cierto y gravitante, es que la harina se disparó como un misil y no hay razones de peso (ni de pesos) que justifiquen tamaño aumento.

Es más, desde que en diciembre de 2015 el gobierno decidió eliminar las retenciones excepto para la soja (aunque hace algunos meses dieron marcha atrás reimplantando ese impuesto distorsivo), la producción de trigo subió en forma considerable. Y se espera que la actual campaña culmine con un récord superior a los 50 millones de toneladas.

¿Por qué entonces la harina aumentó de tal forma? En junio pasado, la bolsa de 50 kilos costaba unos 400 pesos; hoy el mismo producto del mismo molino, se cotiza a unos 1.200 pesos.

De ahí que el pan pasara a costar alrededor de 80 pesos el kilo en los barrios más residenciales de la Ciudad de Buenos Aires. Dejar en manos de los empresarios la fijación de precios de los productos de primera necesidad, es cuanto menos un atentado contra la población de menores recursos.

Y por carácter transitivo, las pastas también sufrieron un incremento que fue de la mano con el valor de la harina. Creer que porque tendremos cosecha récord los precios vayan a bajar, es no solo una utopía sino también una ingenuidad.

Si comparamos el consumo local de pastas secas con otros países del mundo, nos encontramos con que Italia lidera cómodamente con 28 kilos per cápita. Los Estados Unidos y Grecia oscilan en 9 kilos. Y Chile, que importa el 80% de lo que vende la Argentina al exterior, supera levemente los 8 kilos.

Pero atención, si ustedes lectores son exigentes consumidores de pasta seca, que saben comparar la de producción local con la que llega de Italia, les decimos que están en problemas.

Con la estampida del dólar, un paquete de spaghetti o penne rigate de las marcas más tradicionales (De Cecco, Divella, Barilla, Buitoni, Agnesi) cuesta hoy arriba de los 200 pesos (alrededor de 5 euros). En origen, el mismo paquete cuesta poco más de 1 euro. Y no decimos que sea solamente una avivada de los importadores, porque la presión impositiva es abrumadora y se traslada obviamente a los costos de importación.

Al menos hoy si tenés dinero, podés darte el gusto ya que antes el nefasto Guillermo Moreno decidía por nosotros y hacían pingües negocios con los certificados de importación que había que gestionar ante la Secretaría de Comercio Interior. Antes hacían todo mal con el revólver en la mano derecha, en cambio hoy ni que les pongas el mismo revólver a los funcionarios de turno dejan de ser inoperantes.

Un rebusque sería buscar algunas marcas que al menos mantienen precios razonables, porque nadie en su sano juicio (salvo que le sobre la plata y no es el caso de la mayoría de los argentinos) acepta pagar 5 euros por un paquete de medio kilo de pasta.

Hasta la marca Delverde, que ahora viene de su fábrica italiana propiedad de Molinos Río de la Plata (eso dice la etiqueta) tiene precios muy elevados.

Si de precios aceptables se trata, la medalla de oro se la lleva La Molisana, que se elabora en Campobasso, la capital de la región Molise. Por alguna extraña razón, aún se pueden comprar sus paquetes de pasta a poco más de 60 pesos en los súper de la cadena de Cencosud (Disco, Jumbo y Vea). Si además se aprovecha alguno de los descuentos con tarjeta o por ser jubilado, el precio se acerca razonablemente a los 2 euros el medio kilo. Y la calidad aseguramos que es muy buena.

Pero en Cencosud también nos con una marca llamada Cuisine & Co, que pese a su nombre sería de origen italiano (la etiqueta está escrita en ese idioma). Solo se vende en los súper de capitales chilenos, pero pareciera ser que está envasada a pedido, por cuanto no hay web que identifique a la empresa elaboradora. Su precio es llamativamente barato si la consideramos como italiana.

La hemos probado y es muy parecida a cualquier marca nacional. Eso nos lleva a dudar bastante y no recomendamos que la compren, aunque cueste alrededor de 40 pesos el paquete (1 dólar es lo que cuesta en origen una pasta de calidad).

¿Cuál sería la solución, entonces? Que los empresarios argentinos elaboren un producto calificado, en lugar de buscar precio a costa de la calidad. Lo mismo que pasa con el tomate envasado (Finca Isis es la excepción, ¿vieron que se puede si se quiere?), la papa (se cultiva la variedad forrajera Spunta porque es barata y muy productiva en cuanto a volumen), la harina de maíz (precisamente como el tomate son productos de origen americano). Y podríamos seguir con la lista.

También es verdad que en un país en el que agobian con impuestos a las empresas, peor aún si son PyMes, es difícil competir, o al menos da más trabajo y hace falta imaginación.

Dicho todo esto, con la harina por las nubes, la pasta se sigue consumiendo pero es ridículo que baje su consumo cuando se trata de un alimento que no debiera ser tan costoso y es tan afín al gusto de los argentinos. 

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