El porotazo de Maru da vergüenza ajena

No se debe jugar con la comida

Martes, 8 de agosto de 2017

Algunos de los sucedáneos que hacen las veces de platos, son tan bizarros que nos sangran los ojos al verlos. Hablamos de cosas como una cabeza de caballo, zapatillas, botas de agua, tacones, palas de tenis, orinales, gorras, una tabla de monopatín, paraguas, cráneos de animales, una noria, una báscula, la funda de una espada, latas usadas, piedras o alambres.

Cría cuervos y te sacarán los ojos. El dicho español se refiere a la ingratitud de ciertas personas, que terminan haciendo daño a quienes los ayudaron a progresar, olvidan a sus maestros y los niegan o desprecian.

Ídolos con pies de barro. A veces, tenemos la costumbre de hacer ídolos a quienes no lo son; esto es crearnos falsas expectativas acerca de una persona que no tiene las cualidades necesarias para destacarse, la idealizamos y no permitimos críticas al nuevo Dios.

Actualmente, en gastronomía, se podría aplicar a diario cualquiera de las dos frases. Ejemplos sobran. Y silencios, porque muchos callan sus opiniones para que no los tilden de envidiosos o ignorantes. Otros esperan vientos propicios para soltar amarras, sincerarse. Algo me dice que es tiempo de arremeter contra los molinos de viento, y degustar junto al buen Sancho la humeante olla.

En un tweet, la Guía Michelin del Reino Unido, espantada como Víctor Frankenstein ante su creación, estampó la frase "Basta ya!" protestando contra el postre del restaurante alemán Falco Leipzig, del chef Peter María Schnurr (2 Estrellas Michelin), que como otros colegas suyos demuestra una desesperación enfermiza por mantenerse a la vanguardia sin importar el medio utilizado: el postre cuestionado se elabora con tomate, helado con champán sobre una capa de nueces tostadas que simulan arena, setas y polvo de algas, todo presentado encima de una ojota de marca Havaianas.

La Guía Michelin, que comenzó en 1900 su andadura dando instrucciones, consejos prácticos a los usuarios de los neumáticos del mismo nombre y recomendando honestos alojamientos y casas de comida en las carreteras francesas, terminó creando "monstruos" mediáticos y parece que vio un límite a los excesos de los aspirantes a obtener o mantener las preciadas estrellas.

Basar la creatividad en disponer la comida en frascos, recipientes para mascotas, macetas, tejas, panes dentro de medias y otros extravagantes soportes, es, sin dudas, moverse como turcos en la neblina, perder el rumbo.

Hasta existe una página (We Want Plates) donde se pueden apreciar los más absurdos emplatados con que se divierten y se mofan de los pobres mortales, algunos de los nuevos dioses del Olimpo cocineril.

Hace unos días, alguien posteó en Facebook la foto de un plato supuestamente elaborado en una escuela de cocina, criticando su aspecto. Sin dudas, la presentación dejaba mucho que desear. Pero lo que más llamó mi atención fue que de todos los comentarios (muchos), en los que la mayoría descalificaba los métodos de enseñanza, otros pedían mayor tecnología a disposición de los alumnos, hacer hincapié en las vanguardias, etcétera, ninguno mencionó palabras tan simples como "sabor", "aroma", "punto de cocción", "técnicas básicas", "historia", o "cocinero", término este último desplazado por el todoterreno "chef".

Hasta en las publicidades, la conocida figura del cocinero haciendo el gesto de satisfacción al probar una salsa, dio paso al chef inclinado cual agrimensor a la altura del plato y la mano temblorosa con la ramita de perejil que decore la bonita maqueta gastronómica.

Si una imagen vale más que mil palabras, estas dos que mencionamos nos dejan sin habla, mudos ante la evidencia: a nadie le importa la esencia de la comida, solo la imagen. No importa si tiene sabor a nada siempre que salga bien en cámara.

Y hablando de imágenes y cámaras, ahora mismo mientras escribo esta nota, veo en un programa de TV a una eufórica Maru Botana arrojando porotos junto con un invitado a los camarógrafos, productores, y a todo aquel que se les cruza en el camino.

En pantalla gran título: ¡porotazo! Me da vergüenza ajena, tristeza. ¿Éste es el show que garpa? ¿Estas imágenes son las que el público merece? Lo siento si me tildan de antiguo, pero a mí me enseñaron a no jugar con la comida, y en lo posible a comer lo que yo mismo cocino. Y sin duda los cocineros, los que amamos la profesión, tenemos una responsabilidad cuando nos dan la posibilidad de transmitir conocimientos en los medios masivos de comunicación.

Pero, claro, cómo le explicas a tu hijo que no juegue con la comida, cuando en una publicidad de yogur pintan las letras con el producto sobre una mesa. O cuando te hacen creer que unas crakers con sabor a pizza, salchichas o la mar en coche, te va a proporcionar el mismo placer que compartir el producto "real" con tus seres queridos.

En fin, dicen que la paciencia es una de las cualidades de todo cocinero. Esperemos con calma el día en que todo vuelva a la normalidad, y cada zapatero a sus respectivos zapatos. Recorriendo el placentero camino de la historia comprobamos que, tarde o temprano, los sensatos se sientan a la mesa a disfrutar los buenos y generosos guisos, y solo los bobos se empeñan en seguir aplaudiendo el humo de las chimeneas.


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