Editorial

Vino y cerveza en pie de guerra

Domingo, 5 de marzo de 2017

La realidad indica que en el mercado local, el consumo de vinos declina al tiempo que crece el de cerveza. Es un fenómeno que no deja de llamar la atención, pero que tiene sus razones de peso. Y que implica una especie de competencia desleal, por lo que cuesta hacer un buen vino (se elabora) y una cerveza (se produce).

Leíamos hace algunos días una excelente nota del colega Juan Diego Wasilevsky en el sitio IProfesional. El título lo dice todo: "La crisis del vino argentino: cerraron 120 bodegas, hay varias de remate, caen la producción y el consumo".

Está claro que hay un mundo de dificultades detrás del glamour que ha tenido el vino en los últimos años, producto de la exacerbación de las estrategias de marketing, la superpoblación de sommeliers y las descripciones inentendibles en los cuales caemos todos: bodegueros, enólogos, expertos en marketing, sommeliers y nosotros los periodistas.

El verdadero quid de la cuestión está en un hecho que bien menciona el artículo de marras: en el año 2005, se consumían 34 litros de vino per cápita anuales, hoy solo 24 litros. En idéntico lapso, la cerveza subió de 30 a 40 litros.

Y como hace unos años atrás vivíamos la moda de las vinotecas, hoy en cambio son las cervecerías artesanales las que se multiplican como conejos en toda la ciudad (un lector de Fondo de Olla comparó a este fenómeno como "el parripollo" del Siglo XXI, y otro como "el síndrome de las canchas de paddle").

Frente a este panorama, hay que preguntarse por qué hemos llegado a ese estado de cosas. Y entonces, dejando de lado las banderías políticas que todos tenemos, no puedo dejar de recordar un posteo en Facebook en el cual una persona muy allegada a una de las bodegas más exitosas del mercado, vertía conceptos muy laudatorios hacia el gobierno anterior. Nuestra respuesta fue irónica: "claro -dijimos- porque la industria vitivinícola está floreciente".

Va de suyo que aun frente a una policía errónea y distorsiva practicada por el gobierno de la "década ganada", hubo quien se benefició a través de Créditos del Bicentenario, subsidios y prebendas que solo alcanzaron a aquellos que eran amigos del relato.

Dejemos la política de lado. Hoy las cosas han cambiado, aunque dicen que el actual Presidente no bebe vino (lo que no deja de ser solamente una anécdota). De todas maneras, no será fácil recuperar a un sector que vivió en el limbo mientras un letal cóctel de inflación, caída del poder adquisitivo de la población y el atraso cambiario que sobrevino a la inicial decisión de Macri de sincerar el valor del dólar, hacía estragos en el sector.

Pruebas al canto: según la misma nota que comentamos más arriba, en solo seis años desaparecieron 120 bodegas.

Al margen de la coyuntura económico financiera que debieron afrontar los establecimientos vitivinícolas durante 12 años, también es cierto que muchos se lanzaron a la aventura de hacer vinos sin tener la suficiente espalda ni saber a quiénes les iban a vender la producción. El negocio es para conocedores y no para advenedizos.

El meollo del asunto parte de la base de lo que significa elaborar vinos y producir cervezas. Si se nos permite la comparación, sería lo mismo que poner en un pie de igualdad la crianza de un ternero (que lleva por lo menos tres años de trabajo) con la captura de peces en el océano que se practica en el momento y sin otra inversión que poner la gente en el barco.

La disyuntiva que atraviesa el vino respecto de la cerveza, bien podría llamarse "competencia desleal" y no deja de resultar injusto y contradictorio que la "bebida nacional" no goce de ningún tipo de ventaja derivada de esta pomposa denominación. Es pura cháchara o marketing inconducente, como quieran llamarlo y las bodegas usan poco y nada esta calificación.

El que hace vinos, obviamente corre en desventaja. Debe lidiar con muchos factores que inciden negativamente sobre las finanzas de la empresa: insumos importados, prácticas distorsivas en la comercialización, costo financiero, atraso cambiario, entre otros.

Y más aún, está el famoso impuesto a los espumantes, por ser para algunos funcionarios un producto suntuario. Hace muchos años, tuvimos injerencia en una decisión del gobierno de entonces (el de los inicios de Néstor Kirchner) que bien conocen (o quizá no todos los sepan) en la empresa líder del mercado en este rubro.

Hace pocas semanas se estaba discutiendo de nuevo si el gobierno actual iba a renovar la excepción al pago de este impuesto. Ya no tenemos nada que decir sobre el tema por cuanto como dice el conocido dicho, "el que se quema con leche, ve una vaca y llora".

Más allá de la irrupción desenfrenada de cervezas artesanales, este sector aún no vive el mismo fenómeno que el vino (baja considerable del producto de baja y mediana calidad, y leve aumento de la venta de las etiquetas Premium).

No obstante, los grandes jugadores del mercado cervecero miran con atención lo que ocurre con las cervezas artesanales. Y algunos, como Quilmes, están poniendo algunas fichas en un producto de mayor calidad como es la marca Patagonia para competir en ese nicho.

Sea como fuere, desde el lado del vino la pelea será dada, aunque no va a resultar fácil ganarla.

Tal vez haya llegado el momento de dejar de lado la frivolidad, el glamour y las excentricidades, para dar comienzo a una nueva etapa en la que el que el consumidor deje de recibir mensajes vacuos y alejados de la realidad. Al pan pan, y al vino, vino.

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