Comer sin culpasDomingo, 8 de enero de 2017Mangia, mangia, che ti fa bene, una frase que muchas veces hemos escuchado de boca de la nonna italiana (al menos los que tuvimos la fortuna de tener una). Hoy, en cambio, en este mundo globalizado nos quieren hacer creer que todo hace mal y que debemos alimentarnos solo con semillas y jugo de almendras
Los tiempos cambian y las costumbres alimentarias también. Así como alguna vez el hombre se transformó en omnívoro, lo cual derivó en alcanzar la inteligencia abstracta de la que carecen otros seres vivos (aunque no fue la única causa, por cierto), hoy existen modas que más allá de que pueden resultar atractivas para aquellos que quieren estar flacos, ponen en riesgo nuestra salud.
Cada vez que hemos tocado el tema del vegetarianismo y el veganismo, recibimos una catarata de insultos y mensajes agresivos. Pareciera ser que en estas tribus es donde radica mayormente el fundamentalismo alimentario.
Imposible resulta discutir (menos debatir civilizadamente) con esta horda de fanáticos que nos considera asesinos solamente porque amamos el asado o una milanesa napolitana.
¿Cómo ignorar al aroma que desprende la carne asándose? Hay que ser muy masoquista para resistirse a la tentación de dejar cualquier prejuicio de lado e hincarle el diente a un pedazo de vacío a la parrilla o a un choripán.
Pero lo que queremos analizar esta vez es un tema mucho más preocupante, que tiene que ver con la bajada de línea que hacen los apóstoles de la "cocina responsable o consciente" que a nuestro juicio no lo es tanto.
Ya tenemos un Pablito Martín que pontifica en sus libros y en los medios orales contra todo alimento que contenga proteínas animales. Que pretende que nos alimentemos a puras semillas y juguitos de almendras. El problema es cuando pese a que en tu alucinación creés sentirte bárbaro y es todo al revés.
Encima, la cuestión se agrava cuando alimentan a sus hijos de esta manera peligrosa para su salud (y esto lo dicen los médicos, no un simple periodista que escribe sobre los placeres de la buena mesa).
Éramos pocos y parió mi abuela. Y no precisamente la nonna, aquella que nos decía "mangia mangia che ti fa bene". Nos referimos a esas notas periodísticas publicadas en medios de alcance nacional, como el diario Clarín, donde la hija del gran Tato Bores y pareja del mejor actor argentino, Oscar Martínez, afirma que sus remedios están en la heladera y que se curó de un cáncer de mamas gracias a lo sano que come. Y además asegura que la leche es mala y que no alimenta.
Marina Borensztein debería tener más cuidado, porque al ser una figura pública hay mucha gente que sigue de pies juntillas sus palabras, como la de todos los famosos. El riesgo que ello conlleva es enorme. Hay que pensar más en la ciencia y no en esta nueva forma de curandería moderna.
Ya no alcanza con los ovolactovegetarianos y veganos. Ahora tenemos los freeganos (que comen solo restos de comida de los demás), los raws (únicamente ingieren alimentos crudos), los paleos (nada de harinas, azúcar y grasas refinadas) y varias tribus más cada vez más exacerbadas y alejadas de cualquier atisbo de raciocinio.
Los seguidores del gurú Sri Sri Ravi Shankar, por caso, son vegetarianos y no beben vinos. Uno de ellos, aunque luego decepcionado por el afán comercial de esta especie de secta del Siglo XXI, es Pablo Duggan, el periodista que denunció la visita de las ratas en el jardín de Olsen.
Otro es el sommelier y restaurateur Aldo Graziani (dueño de Aldo's Vinoteca y Casa Cruz), quien fue vegetariano mucho tiempo y no sabemos cómo se las arreglaba entonces para catar vinos. En recientes declaraciones al diario La Nación, Aldo manifestó que su vegetarianismo está en revisión y que el aroma de las carnes asándose es algo que ya no puede resistir.
Queremos exceptuar de esta crítica a quienes no pueden consumir determinados alimentos por una cuestión de salud, como ocurre con los celíacos. O los que pueden tener algún tipo de alergia. Aunque hay quienes usan esta excusa solo para no comer lo que no les gusta, como el pescado por ejemplo.
No es casualidad tampoco que estas costumbres alimentarias sean más frecuentes en las clases altas, las de mayor poder adquisitivo. Gran parte de la población argentina vive bajo la línea de pobreza o al límite; imagínense que comen lo que pueden y cuándo pueden.
Muchos famosos, sobre todos los de la farándula artística, pretenden llamar la atención convirtiéndose en adalides de la protección animal. La naturaleza es sabia y es la que se autorregula en la relación entre los seres vivos. De no ser así, gran cantidad de especies hubieran desaparecido.
Lo mejor que nos puede pasar es comer sin culpas. Cada uno conoce sus límites. Cada organismo es distinto y es vital que nos adaptemos para no cometer excesos. Pero de ahí a privarnos de los que nos gusta...
Comer es un placer, más allá de que se trata de un acto vinculado con la alimentación. De manera que no es ningún pecado ingerir alimentos que no necesitamos para vivir. Mucho más riesgoso es lo que hacen los que se autoimponen restricciones alimentarias por motivos banales y frívolos. Comer sin culpas, esa es la cuestión.
Mangia, mangia, che ti fa bene, una frase que muchas veces hemos escuchado de boca de la nonna italiana (al menos los que tuvimos la fortuna de tener una). Hoy, en cambio, en este mundo globalizado nos quieren hacer creer que todo hace mal y que debemos alimentarnos solo con semillas y jugo de almendras
Los tiempos cambian y las costumbres alimentarias también. Así como alguna vez el hombre se transformó en omnívoro, lo cual derivó en alcanzar la inteligencia abstracta de la que carecen otros seres vivos (aunque no fue la única causa, por cierto), hoy existen modas que más allá de que pueden resultar atractivas para aquellos que quieren estar flacos, ponen en riesgo nuestra salud.
Cada vez que hemos tocado el tema del vegetarianismo y el veganismo, recibimos una catarata de insultos y mensajes agresivos. Pareciera ser que en estas tribus es donde radica mayormente el fundamentalismo alimentario.
Imposible resulta discutir (menos debatir civilizadamente) con esta horda de fanáticos que nos considera asesinos solamente porque amamos el asado o una milanesa napolitana.
¿Cómo ignorar al aroma que desprende la carne asándose? Hay que ser muy masoquista para resistirse a la tentación de dejar cualquier prejuicio de lado e hincarle el diente a un pedazo de vacío a la parrilla o a un choripán.
Pero lo que queremos analizar esta vez es un tema mucho más preocupante, que tiene que ver con la bajada de línea que hacen los apóstoles de la "cocina responsable o consciente" que a nuestro juicio no lo es tanto.
Ya tenemos un Pablito Martín que pontifica en sus libros y en los medios orales contra todo alimento que contenga proteínas animales. Que pretende que nos alimentemos a puras semillas y juguitos de almendras. El problema es cuando pese a que en tu alucinación creés sentirte bárbaro y es todo al revés.
Encima, la cuestión se agrava cuando alimentan a sus hijos de esta manera peligrosa para su salud (y esto lo dicen los médicos, no un simple periodista que escribe sobre los placeres de la buena mesa).
Éramos pocos y parió mi abuela. Y no precisamente la nonna, aquella que nos decía "mangia mangia che ti fa bene". Nos referimos a esas notas periodísticas publicadas en medios de alcance nacional, como el diario Clarín, donde la hija del gran Tato Bores y pareja del mejor actor argentino, Oscar Martínez, afirma que sus remedios están en la heladera y que se curó de un cáncer de mamas gracias a lo sano que come. Y además asegura que la leche es mala y que no alimenta.
Marina Borensztein debería tener más cuidado, porque al ser una figura pública hay mucha gente que sigue de pies juntillas sus palabras, como la de todos los famosos. El riesgo que ello conlleva es enorme. Hay que pensar más en la ciencia y no en esta nueva forma de curandería moderna.
Ya no alcanza con los ovolactovegetarianos y veganos. Ahora tenemos los freeganos (que comen solo restos de comida de los demás), los raws (únicamente ingieren alimentos crudos), los paleos (nada de harinas, azúcar y grasas refinadas) y varias tribus más cada vez más exacerbadas y alejadas de cualquier atisbo de raciocinio.
Los seguidores del gurú Sri Sri Ravi Shankar, por caso, son vegetarianos y no beben vinos. Uno de ellos, aunque luego decepcionado por el afán comercial de esta especie de secta del Siglo XXI, es Pablo Duggan, el periodista que denunció la visita de las ratas en el jardín de Olsen.
Otro es el sommelier y restaurateur Aldo Graziani (dueño de Aldo's Vinoteca y Casa Cruz), quien fue vegetariano mucho tiempo y no sabemos cómo se las arreglaba entonces para catar vinos. En recientes declaraciones al diario La Nación, Aldo manifestó que su vegetarianismo está en revisión y que el aroma de las carnes asándose es algo que ya no puede resistir.
Queremos exceptuar de esta crítica a quienes no pueden consumir determinados alimentos por una cuestión de salud, como ocurre con los celíacos. O los que pueden tener algún tipo de alergia. Aunque hay quienes usan esta excusa solo para no comer lo que no les gusta, como el pescado por ejemplo.
No es casualidad tampoco que estas costumbres alimentarias sean más frecuentes en las clases altas, las de mayor poder adquisitivo. Gran parte de la población argentina vive bajo la línea de pobreza o al límite; imagínense que comen lo que pueden y cuándo pueden.
Muchos famosos, sobre todos los de la farándula artística, pretenden llamar la atención convirtiéndose en adalides de la protección animal. La naturaleza es sabia y es la que se autorregula en la relación entre los seres vivos. De no ser así, gran cantidad de especies hubieran desaparecido.
Lo mejor que nos puede pasar es comer sin culpas. Cada uno conoce sus límites. Cada organismo es distinto y es vital que nos adaptemos para no cometer excesos. Pero de ahí a privarnos de los que nos gusta...
Comer es un placer, más allá de que se trata de un acto vinculado con la alimentación. De manera que no es ningún pecado ingerir alimentos que no necesitamos para vivir. Mucho más riesgoso es lo que hacen los que se autoimponen restricciones alimentarias por motivos banales y frívolos. Comer sin culpas, esa es la cuestión.